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Sociedad del aprendizaje: comentarios al libro de Olmedo España

Por: Carlos Interiano

Es un enorme placer haber leído de primera mano el libro del doctor Olmedo España que lleva por título Tecnologías de la Información, su impacto en la educación. Comenzaré indicando que la sociedad del conocimiento es la concentración de saberes mediante la tecnología en grupos especializados que sustentan el dominio de todo el andamiaje tecnológico que constituye la producción de conocimiento mediados por las TIC.

La sociedad del aprendizaje, por su parte, es el proceso de adopción de las TIC por parte de los estudiantes, profesores e investigadores para producir conocimiento. En estos dos conceptos radica la gran diferencia de ambos tipos de sociedad que estamos viviendo. Este conocimiento y aprendizaje abarca por supuesto todos los campos de interacción humana: la ciencia, la tecnología, la cultura y las humanidades. Aquí radica otra gran diferencia con la sociedad del conocimiento: no debe enfocarse solo a producir el talento humano para satisfacer la demanda del mercado sino para formar ciudadanía integral en la cual las humanidades ocupan un espacio fundamental.

La sociedad del conocimiento forma tecnócratas; la sociedad del aprendizaje forma seres humanos capaces de pensar y repensar su entorno con todos sus elementos. La sociedad del aprendizaje nos remite necesariamente al viejo problema del carácter democrático de la universidad en donde todos los ciudadanos tengan la oportunidad de acceder a la educación superior y, salvo las limitaciones individuales, puedan obtener las credenciales necesarias para ejercer profesionalmente.

Las reflexiones expuestas por Olmedo España Calderón nos convocan a pensar seriamente sobre el perfil virtual del ciudadano del siglo XXI. Un perfil que comenzó a construirse desde la segunda mitad del siglo XX con la publicación de la Teoría Matemática de la Información, más conocida como Informática, la cual constituye el artesonado teórico sobre el que descansa el mundo virtual de hoy. A decir verdad, la Informática es el resultado del esfuerzo intelectual de muchos pensadores desde los antiguos chinos, pasando por Boole y retomados por Shannon, Weaber y Wiener quienes le dieron forma a este nuevo modelo. Es un hecho que hemos dejado atrás el mundo analógico que rigió toda la cultura humana hasta finales del siglo pasado y estamos inmersos en el mundo digital y la gran red informativa que constituye la virtualidad. Y es, al mismo tiempo, una realidad a la que no pueden escapar los centros de educación y entre ellos, las universidades como centros de investigación de alto nivel, como deben serlo. Nos movemos en las aguas internacionales de la globalización y la mundialización de la ciencia, la tecnología, la economía y la cultura en general. Y nadie puede escapar a esta dinámica que, tarde o temprano nos avasallará si no estamos preparados para ello. Esto requiere, por supuesto, pensar y diseñar nuevas competencias genéricas que permitan preparar el terreno para insertar las competencias específicas de cada profesión, de cada especialidad.

El doctor España aborda con indiscutible claridad estas competencias. Pero también nos advierte sobre el peligro latente que el mercado global puede erosionar el carácter humanístico de la educación, al tiempo que aconseja que es necesario “matizar creativamente los modelos universitarios que se imponen desde una mirada estandarizada” y dimensionar inteligentemente los parámetros de calidad educativa que marcan las instituciones internacionales sin tomar en cuenta los contextos y realidades locales de las universidades latinoamericanas. Es ante estas nuevas realidades que debe enfrentarse el colectivo estudiantil, el colectivo docente e investigador y el sector que administra y dirige la educación superior. Son realidades que no vivieron los hombres y mujeres de pasados siglos. Es la suma de complejidad social actual que plantea los nuevos retos de la Sociedad del Aprendizaje y cuyo ejemplo más claro lo vivimos en los meses de pandemia de la Covid19.

El autor también hace una parada obligada para referirse al fenómeno de la globalización y su impacto en la educación, como expresión del neoliberalismo que, a decir verdad, sienta sus primeros reales en los programas de ajuste estructural que los organismos financieros internacionales, el Banco de Desarrollo Internacional, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional impusieron a los países en vías de desarrollo, como requisito para abrirles sus ventanillas de endeudamiento público. Nadie puede negar que aquellas acciones de terror financiero sentaron las bases del modelo neoliberal, con una cauda de grandes rezagos en lo económico, lo político, lo educativo, la salubridad e infraestructura. No por gusto se les llamó a los años ochenta “la década perdida”. En los años noventa aquellas medidas de ajuste estructural se concretizaron en la privatización de los bienes del Estado, tal el caso de la energía eléctrica y la venta de las telecomunicaciones, además de las frecuencias radiales del país. Frente a este estado de cosas, y pese a que organismos como la Unesco consideran a la educación como un bien público, persiste la incertidumbre sobre la efectividad del nuevo modelo que propone Joaquín Brünner (citado por España) el “glanocal”, es decir, una especie de fusión entre lo global, lo nacional y lo local. Lo más seguro es que a la larga, el tiburón terminará comiéndose a las sardinas para usar una reflexión del gran pensador y estadista doctor Juan José Arévalo Bermejo.

Y no es pecar de pesimistas; es que conocemos los enormes colmillos de la globalización cuyo poder no se asienta por cierto en los países, sino en las manos de las grandes compañías transnacionales que, incluso, condicionan los enormes capitales financieros que circulan a lo largo y ancho del planeta, estimulados por obra y gracia de las tecnologías de la información y la comunicación y su gran plataforma mediática: la internet. Esta es también una preocupación que compartimos ampliamente con Olmedo España, quien a su vez recoge el pensamiento meridiano de Zigmunt Bauman respecto al avasallador efecto de lo global sobre lo local. Y este es, por cierto, uno de los grandes desafíos de la educación de evitar convertirse en bandeja de plata para la globalización, reduciendo sus programas de formación a meros centros de capacitación para insertarse en el mercado laboral como mano de obra calificada.

Contrariamente, las universidades deben ser los motores de desarrollo en todos los órdenes de la vida, estimulando el pensamiento crítico y el pensamiento complejo, como lo llama Edgar Morin. Por supuesto, no se trata de satanizar a las TIC, las cuales, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. Dependen más bien del qué, el por qué y el para qué se utilizan. En el contexto de los países del tercer mundo debemos ser conscientes que estas cumplen un papel de mayor democratización de la educación, si para ello se aplican las estrategias adecuadas en cuanto a lo financiero, lo metodológico y lo logístico. Está probado que los modelos de educación a distancia con mediación virtual abarcan a más cantidad de personas, con costos muy inferiores a los modelos presenciales. Sin embargo, deben ser técnicamente diseñados y adecuadamente administrados para que resulten efectivos. Es estimulante la acuciosidad de Olmedo, citando autores que se ocupan de estas reflexiones y quienes enfatizan que la universidad actual no debe eludir el debate sobre el modelo de educación virtual como una salida viable a la creciente demanda de educación superior. Y de nuevo el autor de este libro enfatiza que las universidades no son solo una fábrica de mano de obra calificada desde una concepción mercantilista, sino un centro donde forman tanques de pensamiento que provoquen cambios significativos en el desarrollo de los países, sin caer por supuesto, en el desarrollismo sin brújula ni derrotero.

Obviamente, el autor del libro que comentamos, tiene mucha razón cuando afirma que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación contribuyen a la profundización del pensamiento complejo para seguir la línea de pensamiento de Edgar Morin. Esta reflexión de España la puso en práctica cuando en el 2018 me encomendara la tarea de diseñar la política de Educación a Distancia en Entornos Virtuales de la Universidad de San Carlos y le dio seguimiento hasta presentar la propuesta al Consejo Superior Universitario, quien, en una forma responsable, la aprobó en su totalidad, gracias también al decidido respaldo del rector Murphy Paiz. Quién iba a pensar que solo dos años después el Alma Mater necesitaría ese alero académico para dar legitimidad a todos sus programas académicos. Justo es reconocer que en aquel esfuerzo académico fui acompañado por mis compañeros Pablo Dávila y Matheus Kar, quienes le imprimieron su fresca visión de jóvenes nacidos en la era de la virtualidad.

La visión del autor es congruente también con el pensamiento de vanguardia en el aspecto tecnológico del doctor Sergio Morataya, quien en su momento me confió la responsabilidad de diseñar el campus virtual de la Escuela de Ciencias de la Comunicación y que constituyó la punta de lanza de las primeras experiencias virtuales sistematizadas en las unidades académicas del campus central.  Considero que las acciones del doctor España, desarrolladas en la práctica como Director General de Docencia le dan la suficiente solvencia moral y legitiman esta línea de pensamiento que sustenta en el libro que nos ha convocado. Aprovecho para felicitar a mi amigo Olmedo España Calderón, por este nuevo fruto de sus inquietudes académicas.

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