Pensar, sentir y actuar
Tanmi Tnam
Construir las relaciones de afecto, ternura, cordialidad, participación, democracia, justicia y equidad en las culturas, pueblos y Estados es una tarea compleja, desafiante y contradictoria. Pueblos enteros claman por la justicia, la paz y la no violencia, pero las relaciones cotidianas entre hombre y mujer están lejos de asumir la complementariedad y la equidad. Se escuchan discursos, pero las instituciones no llevan a la práctica lo necesario para evitar o disminuir la violencia contra la mujer. Esta violencia es parte del pensamiento político y espiritual de instituciones que funcionan con libertad sin que encuentren limitantes a su accionar.
No hay complementariedad ni equidad de la participación y representación de la mujer en instituciones como el Congreso de la República, iglesias, tribunales de justicia, concejos municipales, partidos políticos y organizaciones que trabajan en pro de los derechos humanos. Esta realidad injusta reflexiona y decide por la vida de las mujeres y en muchos casos en contra de ellas provocando violencia. Discursos que llaman a la eliminación de la violencia contra la mujer tienen poco o nada de efecto cuando el pensamiento y las acciones obvian la participación para las decisiones que orientan la vida en comunidad.
El caso de la mujer perteneciente a pueblos originarios, las condiciones en que se encuentra tienen múltiples expresiones, por ejemplo, cuenta con su propia lengua materna que no es el idioma de los tribunales de justicia, no tiene dinero para la protección y defensa de sus derechos, no conoce sus derechos personales, vive el rechazo por pertenecer a pueblos originarios, con dificultades de acceso a centros educativos de todos los niveles y sufre las consecuencias de la menos valoración de su trabajo. Los datos estadísticos que se conocen reflejan hechos de violencia en contra de las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas. Algunos proyectos con visión foránea imponen principios, procedimientos y actores que poco o nada se aproximan para disminuir los hechos de violencia contra la mujer, especialmente donde se recibe poco reconocimiento de las estructuras propias de los pueblos que muy bien pueden velar porque los hechos de violencia disminuyan.
La eliminación de la violencia contra la mujer necesita recuperar el vocabulario que expresa afecto, aprecio y reconocimiento de la presencia y capacidad de la niña, de la joven y de la mujer adulta en cualquier ambiente. Instituciones públicas y privadas deben facilitar espacios laborales y de participación política para mujeres tanto en las áreas urbanas como en las rurales. Las comunidades locales tienen que fortalecer el funcionamiento de sus organizaciones propias, especialmente aquellas que tienen el rol de velar por la administración de la justicia y la solución de conflictos en el ámbito local y este fortalecimiento es posible con la participación de más mujeres en cada una de estas organizaciones vinculadas con bienestar, desarrollo y seguridad. Deben continuar y fortalecer el principio de complementariedad en aquellos hechos de la vida cotidiana donde es necesaria la participación de mujeres y hombres. La educación escolar de los niveles primario y medio, debe revisar el pensamiento, normas y prácticas que limitan y hieren a las niñas y a las jóvenes por el simple hecho de cómo se interpreta la vida y los aportes de la mujer en todos los órdenes de la vida escolar y en comunidad.
La disminución de la violencia contra la mujer es posible donde la democracia tiene cimientos sobre la participación de la mujer y de los pueblos.
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