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Se nos fue otro año

Antropos

Cada diciembre como un ritual inconsciente, los seres humanos paramos a la orilla del camino para ver interiormente el paso del tiempo que transcurre indefinidamente. Pensamos. Reflexionamos. Imaginamos. Nos llenamos de lágrimas con las tristezas que caen sobre las mejillas y reímos a carcajadas con el corazón lleno de regocijo. De esperanza, de sueños e ilusiones. Repasamos el recuento de los días, las semanas, los meses que se fueron.

Examinamos cada paso que hemos dado y escuchamos los de los otros que acompañan este transitar por la vida. Algunos en medio de la algarabía, la bulla o el silencio.  Mientras tanto, el alma del pueblo permanece callada, con el corazón abierto hacia el futuro, que la haga suspirar con esperanza, apasionarse y amarse con sincera y profunda solidaridad humana. Porque siendo una realidad desgajada por el drama y la tragedia, a veces se prefiere la vía fácil del olvido.

Se nos fue otro año como guiñar un ojo al tiempo. Se escurrió en medio de nuestros dedos como un torrente que no logramos detener ni siquiera con los recuerdos.

Atrás quedaron las amistades, los familiares, con quienes tuvimos largas conversaciones. Nos reímos, bromeamos y abordamos temas comunes o de fondo. Hablamos de problemas personales y sociohistóricos. Creímos componer el mundo y bajo ese alero de ilusión también nos atrapó el dedo la puerta del tiempo. Personas a quienes les dimos y nos dieron afecto. Cariño profundo de verdad, a pesar de las diferencias y distancias. Ahora, el dolor de haberlos perdido físicamente nos arrincona a sortear las nostalgias para no seguir lagrimeando por su ausencia.

Eso sí, no podemos echarles un terrón de tierra, porque sus ideas, sus querencias, sus pláticas llenas de amor y de pasión, están al lado del camino por donde transitamos, como espíritus que nos acompañan con sus alegrías y maneras de ser.

Se nos fue otro año como un suspiro o dulce de algodón que se deshace con la saliva de la boca.

De tanto en tanto, las ramas de los árboles en los días de diciembre mecen sus ramajes al ritmo de los vientos. Unos suaves y cadenciosos y otros arremolinados y violentos. En cada hoja procuramos asentar los recuerdos y velar que no se escapen con las ráfagas que mueven el verdor del árbol de la vida.

Se nos fue otro año, y con él, suspiramos profundamente.  Es el tiempo de dar gracias al altísimo por la salud y el bienestar de cada uno, de la persona que nos acompaña al despertar el día, de los hijos, de los abuelos, de los nietos, de los tíos, de las amistades y de nuestro entorno social. Es la hora de arrodillarnos humildemente, porque aún respiramos el aire fresco de la vida con los nuestros y los nuestros de otros nuestros.

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