OpiniónColumnas

Güeis Chapín

Evolución

Sé que es un tema irrelevante, poco trascendental en la discusión de la problemática nacional. Aún así, decidí dar licencia a mi imaginación y elucubrar sobre cómo operaría una aplicación de esas que sirven para guiarnos en el insufrible tráfico cotidiano con miras a llegar a nuestro destino de la forma más expedita, en el contexto del sistema de creencias y expectativas de conducta peculiares a nuestra cultura. Imagino indicaciones como las siguientes. Primero, la de inicio: Salimos tarde, pero no se preocupe, veremos cómo llegamos a tiempo o no tan tarde. Ya sobre la marcha, escucho a esa voz automatizada decir cosas como: Los límites de velocidad son relativos en tanto usted no perciba un riesgo real de provocar un accidente; lo mismo aplica para altos, semáforos en rojo o pasos peatonales. Si observa una serie de vehículos haciendo cola, avance sobre cualquier carril auxiliar que vaya en otra dirección, y a última hora vea cómo se introduce, o “cuela”, de nuevo; si usted no lo hace, otros lo harán, así que no importa que le bloquee el paso a quienes sí utilizan el carril auxiliar para lo que está destinado; si usted no lo hace, será usted quien avance más lento. Si llega a una intersección y el tráfico está detenido, siga avanzando; si luego el semáforo cambia a rojo y usted se encuentra bloqueando la intersección, no importa, porque otros también lo harán, incluidos los que van en el otro sentido cuando tengan la oportunidad. Cambie de carril la mayor cantidad de veces posible, en tanto usted perciba que en el carril al que se desea incorporar avanzará un poco más; avance en el carril más rápido aunque en el último momento tenga que atravesar varios carriles para tomar la dirección que desee. Si desea cambiarse de carril no utilice el pidevías, porque si lo hace, alertará a otros vehículos de sus intenciones, y éstos acelerarán para no dejarlo incorporarse; lo mismo aplica para cualquier otra situación en que le conviene que le cedan el paso. No guarde una distancia prudente entre el vehículo de enfrente y el suyo, hacerlo implica que cualquier vehículo lo aproveche para introducirse y perderá su espacio en la cola; si usted es víctima de esta práctica, busque la oportunidad para cambiarse de carril, adelantar y recuperar la posición que tenía. Y por último, dentro de los tantos ejemplos que podría imaginar: Si usted se conduce en motocicleta, aplique estas prácticas de la forma más temerosa e imprudente posible; otros motociclistas también lo harán, y a la hora de ocasionar cualquier percance, le acuerparán para inculpar a otros y será virtualmente imposible que le asignen a usted la responsabilidad de sus actos.

El hecho que todas estas circunstancias le suenen familiares es evidencia de que existe un sistema de creencias y expectativas de comportamiento internalizado en nuestra conciencia en el contexto social, y que hay un grado relativamente certero de un entendimiento intersubjetivo de lo que podemos esperar en términos del comportamiento de los otros. Es más, la neurociencia ha descubierto que la unión temporo-parietal derecha del cerebro cumple un papel importante en términos de las funciones cognitivas relativas al comportamiento social y las expectativas acerca del mismo. Cabe preguntar si dadas esas conductas, cada vez más recurrentes, hemos sido o estamos siendo programados en el sentido neurológico, para exhibir ese tipo de comportamiento no cooperativo, el cual es, a la larga, contraproducente para todo el grupo.

Sé que es un tema irrelevante, poco trascendental en la discusión de la problemática nacional. Aún así, si tomamos nuestro comportamiento en el tráfico como ejemplo de nuestra conducta en el contexto social más amplio, quizá entendamos un poco mejor porqué esa problemática que sí es relevante y trascendental, de la cual nos quejamos a diario, es lo que es.

Area de Opinión
Libre emisión de pensamiento.

Le invitamos a leer más del autor:

Alejandro Baldizón

Abogado y Notario, catedrático universitario y analista en las áreas de economía, política y derecho.

Avatar de Alejandro Baldizón