Mirta de Perales, ejemplo a seguir
Editado Para La Historia
Existen personas que tienen el arte y la manera de siempre salir adelante. No importa ante qué pruebas los ponga el destino, según dicen unos, Dios, según otros. Siempre saldrán a flote. Como los gatos, que siempre caen de patas. Para esas personas, las adversidades no son más que una nueva meta a superar. Esto me lleva a pensar en una persona, una mujer. Una bella mujer. Cubana. Quiero hablarles de una mujer que de la nada hizo un emporio. No una, sino dos veces. Les quiero hablar de Mirta Raya Casanova, más conocida como Mirta de Perales.
Mirta de Perales nació en Rancho Veloz, un pequeño pueblo de Las Villas, en la zona central de Cuba, el 2 de septiembre de 1922. Nació en el seno de una familia pobre, muy pobre. Cuando tenía unos 12 años, su madre se vio en la necesidad de abandonar a sus hijos para ir a trabajar a la capital, La Habana, como empleada doméstica. Mientras tanto, Mirta estaba con su tía. También tenía la responsabilidad de cuidar a sus hermanos. Es tan temprano como a la edad de 12 años, que Mirta demostró a todos los que quisieran darse cuenta de ello que sería una mujer empresaria, una mujer emprendedora. Fue tocando puertas diciéndoles a las vecinas que, por un muy módico precio, les cortaría el cabello. Al principio las vecinas lo hacían más por simpatía, quizás piedad, que por otra cosa. El tema es que les gustó como cortaba el pelo… y la voz se corrió. Fue así como fue abriéndose camino y, a la edad de 15 años, fue a la Habana a acompañar a su madre y a volar en espacios más amplios.
Preguntó cuál era el periódico “de los ricos”. Alguien le respondió que El Diario de la Marina. Allí fue veloz a poner un anuncio en el que proponía corte de cabello y manicure para damas a domicilio. A esa edad, sin conocer la capital, se lanzó Mirta, que aún no era de Perales. Poco tiempo después conoció al señor Benito Perales, farmacéutico, con quien se casó. Fue él quien le ayudó a ponerle letras de nobleza a los artículos que ella preparaba para sí misma y para sus clientas a base de productos naturales. Fue así que comenzaron a producirse los productos Mirta de Perales para el cuidado del cabello. De ahí a montar su primera peluquería solo había un paso. La montó en el elegante barrio de El Vedado, siempre en La Habana, en las calles L y 27, a dos pasos de la Universidad de La Habana.
En la medida en que fue creciendo su fama, abrió una nueva sede para su ya muy conocida peluquería. Esta segunda opción fue en un edificio de “grand standing” sitio en Avenida de Paseo y Línea, siempre en el exclusivo barrio de El Vedado, el edificio Naroca. Para estas fechas era el “beauty parlor”, como se decía entonces, más grande de América Latina. Entre sus empleados del “beauty parlor” y su fábrica, ya Mirta de Perales contaba con 151 empleados. Pero el “beauty parlor” no era solo eso. Tenía una zona de juegos para niños y una elegante cafetería donde sus afortunadas clientas podían sentarse a tomar un refrigerio y conversar, que es lo que normalmente se hace en las peluquerías.
Todo iba maravillosamente bien. Ya la familia había crecido con dos hijos, Mirta y Jorge, pero lamentablemente el matrimonio compuesto por Benito y Mirta se tuvo que disolver. Mientras tanto, Cuba sufría radicales cambios. Desde la Sierra Maestra llegaba Fidel Castro con su grupo de revolucionarios que acababan de derrotar al poco amado dictador Fulgencio Batista. El tema es que, como dice el refrán, “se saltó de la sartén al fuego”. Las empresas fueron poco a poco confiscadas… para desgracia y desasosiego de sus propietarios.
Una de las cualidades del capitalismo es la facilidad de emprendimiento que le da a aquellos que tienen el coraje de enfrentarse a situaciones de esta naturaleza, como es el caso de Mirta de Perales. Aquella chica de Rancho Veloz en Las Villas, que de niña no usaba zapatos por falta de recursos de su familia, de buenas a primeras se vio propietaria de la peluquería más grande y elegante de América Latina. Pero no fue gratis, fue trabajando. Muchas personas en Cuba sufrieron, incluso murieron, por la confiscación de sus negocios que, en la mayoría de los casos, habían sido creados con sangre, sudor y lágrimas. Mirta vivía en una constante zozobra de que le llegara el turno a su peluquería. Y llegó el momento.
Ella dormía en el piso en su negocio porque sabía que era durante las noches que se realizaban estas confiscaciones. Arrastrada, literalmente arrastrada por el piso, fue esta mujer por los interventores mientras defendía con uñas y dientes lo que tanto trabajo le había costado levantar. Al Castillo de los Tres Reyes del Morro fue enviada durante nueve días como “enemiga del pueblo”. Sabía Mirta de Perales que Cuba ya no es el país donde debía permanecer y decidió emigrar a Miami, adonde van casi todos los cubanos que no están de acuerdo con el régimen que reina en su país, en busca de horizontes más despejados.
Llegó con dos hijos y cinco dólares en la cartera. A los 15 días ya estaba una vez más cortando pelo y haciendo manicure a domicilio aquella que había tenido tan elegante peluquería. Poco a poco se fue haciendo una nueva clientela hasta que volvió a abrir una peluquería en la elegante ciudad de Coral Gables, dentro de la aglomeración que todos conocemos como Miami. También creó la empresa Mirta de Perales Inc., dedicada a la fabricación de sus productos para el cuidado personal. Fue premiada con el premio a la mejor empresaria entre los latinos de los Estados Unidos y, en la época en que Ronald Reagan fue presidente, le otorgó el premio por la realización del sueño norteamericano. Para Mirta de Perales, este fue un gran logro.
Su hija le ayudaba en el manejo de su empresa mientras que su hijo Jorge se dedicaba al sacerdocio, porque hay que decir que esta es una familia muy católica. Y, como buena católica, Mirta de Perales ayudó mucho a las personas necesitadas. No pocos fueron los cubanos recién llegados a Miami a los que ella les ayudó a comprar su primer coche, tan necesario para moverse en esa ciudad casi carente de transporte público. A no pocos empleados les ayudó a pagar el aporte inicial para comprarse su techo. Como ya lo había tenido antes en Cuba, tuvo su espacio televisivo en una de las estaciones de televisión de Miami. Este programa se llamaba “Cinco minutos con Mirta de Perales”. Esos cinco minutos servían para dar consejos de cuidado corporal y de belleza. Se llamaba “Cinco minutos con Mirta de Perales” en alusión a los cinco dólares con los que había llegado a los Estados Unidos y que le habían servido de inicio para su segunda vida de éxitos.
En 2011 la llamó el Señor a su seno. Falleció en su casa de Miami Beach, rodeada de las personas que amaba. Pocos días después sus familiares decidieron dar las noticias considerando que preferían hacer un homenaje íntimo y familiar y no multitudes de sus seguidores, hombres y mujeres a los que tanto aportó laboralmente, en el manejo de su cuidado personal y ayudándoles en compras de gran monto. La marca Mirta de Perales sigue siendo un emporio en manos de su hija.
Los productos Mirta de Perales se pueden comprar en los Estados Unidos y en Puerto Rico, pero también internet. Este es un ejemplo de vida a seguir. Este es un ejemplo de tantas buenas personas que perdió Cuba por el capricho de unos pocos.
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