La Patria dividida (II)
Zoon Politikón
Todos amaban a Narciso por ser el hijo más pequeño. Pero éste era una figura especial, aun así, fuera tratado con un amor único por toda la familia. Se le encargaron tareas que se consideraba serían de beneficio y bienestar para todos. Pero, poco a poco, el corazón y la razón de Narciso eran invadidos por la duda entre el bien y el mal, pues juzgaba todo lo que decía y hacía Mamá, considerándola muy exigente e injusta. Así que empezó a emplear sus medios humanos y conformo sus propios planes; con todo ello se distanciaba de la familia alejándose de la comidas, reuniones y de toda actividad que procurara mantenerlos unidos, prefiriendo refugiarse en los asuntos del mundo exterior. Narciso ya solo se ocupaba de sus asuntos particulares como el dinero y los negocios; y cuando no le quedaba más que interactuar con los miembros de la familia, se comportaba de manera falsa, como un mentiroso, pues ya no creía en Mamá y mucho menos en sus hermanos. A todo comentario hecho, él protestaba rechinando entre los dientes. Mamá seguía siendo la misma, amorosa y atenta con él, ella se arrodillaba para quitarle los zapatos y masajearle los pies si fuera necesario; sin embargo, su endurecido corazón no le permitía conmoverse. Ella lo miraba con amor pues era su hijo más pequeño, lo consideraba como un regalo que la vida había llevado a sus brazos. Pero el diablo ya había penetrado el corazón de Narciso y este en lugar de corresponder a ese amor, solo bajaba la mirada. Sus planes ya estaban elaborados y estaban siendo ejecutados, nada lo detendría. En el trajín diario de la casa se le pedía ayudar con las tareas a lo cual, guardando un silencio sepulcral, en su interior se repetía – no serviré -, y por el contrario sus acciones eran de traición hacia quienes lo acogían con amor.
Este hijo menor solo pensaba en grandes empresas por lo que solo dedicaba su tiempo a lo que le convenía y por tanto no había tiempo que perder. Había tomado el camino de Judas. Cuestionando todo se oponían a los principios aprendidos en casa. Apelaba solo a su intelecto, vaciando la moral de su verdadero contenido. Se había convertido en un relativista por lo que no aceptaba compromisos de ninguna índole – él estaba para él y solo para él -. Olvidaba las buenas costumbre y se comportaba cada día más como un promiscuo, reivindicando su derecho a una vida privada, por lo que incurría en escándalos inaceptables.
Pregonaba a gritos con golpes de pecho simultáneos, ¡¡Si lo sabe Dios que lo sepa el mundo!! ¡Debo reinventar el sueño igualitario de la casa! Acusando así a sus hermanos Policarpo y Conciencia de convertir el hogar materno en una dictadura corporativa que tenía cooptada a Mamá. Vociferaba conocer la realidad de la casa diciendo que sus hermanos habían sometido a la madre a sus intereses oligarcas, que eran comparables con criminales de la peor calaña. En todo momento lanzaba acusaciones hacia sus hermanos tildándolos de corruptos, llegando a llamarles “pacto de corruptos”, que solo velaban por sus intereses particulares.
A Policarpo le señalaba ser el responsable de torcer las circunstancias de la casa para su beneficio y actuar en contra del resto; le decía que criminalizaba contra quien no se le alienaban. Por su lado a Conciencia la acusaba de ser el núcleo de la falla familiar pues solo buscaba enriquecerse en contra del bien común.
El fin de los alegatos de Narciso era hacer un llamado – decía él – a la resistencia pacífica, pero la realidad era otra, quería revolucionar el hogar para hacerse del poder a través de la oposición contra quien se pusiera en su camino, considerando si fuera necesario, métodos violentos que apoyados por un discurso de división pregonaban argumentos como “…la sociedad pluricultural, multiétnica y multilingüe, con justicia y paz, para promover el desarrollo integral y el pleno ejercicio de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos…”, para lo cual clamaba a la violencia… todo para deshacerse de sus hermanos y reinar plácidamente.
El advenedizo personaje arrastraba por el fango a toda la familia. Se refería a ella como si estuviera integrada por hipócritas, avaros y ávidos de poder. Sus acusaciones subían de tono hasta pronunciar el tan indeseado grito: “«¡Crucificadlos! ¡Crucificadlos!”, en referencia a sus hermanos. Pese a todo ese ambiente de violencia que había creado, la casa, el hogar no pereció. Las palabras y la actitud de Mamá fueron infalibles. Policarpo y Conciencia dudaron, se estremecieron, vacilaron; y solo las palabras de la madre lograron que el barco no se hundiera al repetirles enfáticamente ¡arrepiéntanse! ¡no duden! ¡Manténganse firmes! ¡Perseveren!
El diablo es astuto, siembra el veneno de manera sutil; quiere que veamos solo la crisis del humano, insta a la división y al cisma. Pero el carácter firme de Mamá en su acompañamiento a los hijos al decirles ¡no se dejen tentar por el odio y por la división! ¡no permitan que los manipulen para que se enfrenten unos con otros! Permitió que cada uno de los miembros de la familia, menos Narciso, cambiaran por sí mismos, reconociendo ellos sus errores y procediendo a realizar la más profunda reforma que puede haber, que es esa reforma que requiere de una verdadera conversión hacia el bien.
Mamá, Policarpo y Conciencia permanecieron juntos con una unidad que nació del corazón inspirado por el Espíritu del Creador, reconfortados con la paz que solo puede dar la oración, el amor y la caridad mutua, circunstancias que se convirtieron en la prioridades de sus almas y de todas sus actividades.

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