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Partido Semilla; pero Semilla de Cicuta

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El partido político Movimiento Semilla es semilla; pero semilla de cicuta, o semilla de Conium maculatum, una de las plantas más venenosas del mundo. En antigua Atenas, con veneno extraído de esta planta fue ejecutada la sentencia judicial de muerte de Sócrates, en el año 399 antes de la Era Cristiana. Su esposa, Jantipa, le dijo: “Te han condenado injustamente.” Y Sócrates le respondió así: “¿Querías, pues, que me condenaran justamente?” Realmente el filósofo fue víctima de un crimen, que le confirió a la cicuta una desgraciada celebridad. Me disculpo por esta digresión.

Los fundadores del partido Movimiento Semilla sembraron la semilla de cicuta durante el mismo proceso de fundación de ese partido. La siembra consistió en afiliar ciudadanos que ya habían fallecido, y afiliar miles de ciudadanos mediante la falsificación de firmas. Fue, pues, una ilícita afiliación, con la que se cumplió el requisito legal de tener por lo menos determinado número de afiliados. Tal afiliación fue denunciada en el Registro de Ciudadanos, del Tribunal Supremo Electoral. La denuncia fue despreciada.

Con la complicidad del Registro de Ciudadanos, la semilla de cicuta germinó y se convirtió en planta: adquirió el estatus de partido político, denominado Movimiento Semilla, que propiamente debe ser llamado Movimiento Semilla de Cicuta. Ocurrió un misterioso y súbito florecimiento de la planta. Sucedió que, en la elección celebrada el 25 de junio, ninguno de los candidatos presidenciales obtuvo mayoría absoluta de votos; pero Bernardo Arévalo de León, candidato del partido, fue uno de los dos candidatos que obtuvieron más votos. Ahora es, pues, uno de los dos candidatos que contenderá en la nueva elección, que se celebrará el próximo 20 de agosto. Es verosímil que ese misterioso y súbito florecimiento de la planta haya ocurrido en una oculta y mágica tierra de fraude electoral.

En el actual proceso de segunda elección presidencial, el Movimiento Semilla de Cicuta actúa como si tuviera la certeza de triunfar. Por supuesto, podría triunfar, y entonces serían engendradas nuevas semillas de cicuta que, convertidas en nuevas plantas, con sus tóxicos alcaloides corromperían más el poder legislativo, el judicial y el ejecutivo.

Los corromperían más, es decir, se degeneraría aún más la naturaleza propia de esos poderes. Por ejemplo, se legislaría aún más con un interés ajeno al derecho. Los jueces servirían aún más el interés político y no el interés de administrar justicia. El gobernante se dedicaría aún más, no a gobernar, sino a intervenir en la economía con una finalidad política o con un propósito de ilícito beneficio privado.

Los políticos con poder legislativo o ejecutivo podrían intervenir más en la vida privada de los ciudadanos y en la asignación de su patrimonio para ahorro, inversión o consumo. No importaría una mayor libertad de los ciudadanos, y una mayor riqueza de ellos, sino importarían estupideces como la “equidad” o la “igualdad”, no jurídica, sino económica, que complacería a pobres negligentes, y a resentidos, envidiosos, fracasados, improductivos y frustrados. Y prosperaría la fingida y demagógica pesadumbre por la inventada exclusión, y la cómoda e hipócrita imploración por la obligada inclusión.

El pasado 12 de julio, por solicitud del Ministerio Público, un juez penal ordenó al Registro de Ciudadanos, del Tribunal Supremo Electoral, suspender provisionalmente la personalidad jurídica del Movimiento Semilla de Cicuta. El Registro de Ciudadanos no acató la orden del juez; y ha surgido un conflicto, en el que intervienen el Ministerio Público, el Organismo Judicial, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad.

En ese conflicto, huestes del Movimiento Semilla de Cicuta, y pandillas socialistas nacionales, extranjeras e internacionales, han exigido públicamente que se “respete la voluntad del pueblo”. Empero, el pueblo no es el 12 por ciento de ciudadanos que votó por Bernardo. Es decir, el pueblo no es equivalente a la proporción de ciudadanos que quieren ser intoxicados con veneno de cicuta. El 88 por ciento evitó esa intoxicación.

Los socialistas afirman que el pueblo de Guatemala, por haber votado por el candidato Bernardo, votó por el “cambio” de “sistema político”. No hay tal pueblo que haya votado por un “cambio”. Insistimos en que solo 12 por ciento de ciudadanos votó por ese candidato. Y un cambio, no por ser cambio, es cambio para mejorar; o, como podría advertir la dialéctica hegeliana, no toda negación es superación. Cuba. Nicaragua y Venezuela cambiaron; pero no mejoraron. La negación no fue superación, sino destrucción.

Tampoco hay tal “sistema político”. Hay solo un caótico conjunto de inconexos agentes políticos ignorantes, ineptos, irresponsables, estultos y corruptibles, que carecen de ideología política y económica, y pueden ser indiferentemente socialistas, comunistas, fascistas o nacional-socialistas, o pueden ser sujeto de una impredecible metamorfosis ideológica, no para servir mejor al bien general del Estado, sin para servir mejor a su ilícito bien privado.

Aquellos mismos socialistas afirman que el ascenso electoral de Bernardo ha provocado terror en la “derecha”.  En el supuesto de que aluden a empresarios que se han beneficiado ilícitamente del poder legislativo, o judicial, o ejecutivo, cometen un error, porque para esa derecha es importante, no necesariamente el Presidente de la República, sino preferentemente un sobornable Congreso de la República.

Post scriptum. El partido Movimiento Semilla de Cicuta podría provocar, efectivamente, un cambio: los grandes males que sufre nuestra patria serían peores. La estupidez socialista estaría complacida por el cambio mismo y, sobre la ruina del Estado, arrogantemente podría invocar a Fidel Castro, Daniel Ortega y Hugo Chávez, y gritar con absurdo júbilo demencial: “¡Hemos cambiado!”.

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