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Antropos

Guatemala es un nombre sonoro. Tiene armonía y música en cada unas de sus letras. Es un susurro de suavidad vocal que llega a nuestros oídos. Lo decimos vocalmente como si estuviésemos en medio de un bosque en el que se desliza con suavidad cada vez que pronunciamos Guatemala.

Los años, meses, días, horas, minutos y segundos, nos hacen sentir que en esta nación nacimos. Que en algún rinconcito nuestros padres guardaron con cariño el ombligo que nos arraiga a la tierra. Crecimos bajo el abrigo maternal. Corrimos. Reímos. Jugamos. Tropezamos. Nos sumergimos en las pozas de nuestros ríos de agua clara. Fuimos a la escuela y aprendimos a leer y convivir.

Jugamos en las calles y en los potreros recogimos nances, jocotes, mangos, nísperos, zapotes, guayabas, manzanitas de agua y hasta aguacates. Volamos los barriletes que lográbamos hacer con nuestras propias manos y aprendimos a pedalear en bicicletas alquiladas.

Por las noches, eran los momentos de jugar a escondidas, a los placa placa policía y a los arrancacebollas. Pero era también, el instante que se contaban cuentos de aparecidos y de fantasmas que cruzaban a caballo, las calles empedradas.

Los domingos era para ver los juegos deportivos y a corretear por la plaza en medio de verduras, frutas, legumbres y huevos.  En tanto el tiempo nos llevaba de la mano hasta llegar a la noche buena. Momento de cuetes, cachinflines, dulces, tamales, chuchitos, chocolate y otras chucherías.

La escuela primara terminó y nuestros amigos se fueron por muchas partes, porque llegaba otro momento de avanzar en los estudios. Unos a la ciudad capital y otros, a distintos lugares del país. Sólo nos consolaba que noviembre y diciembre nos volvería a juntar para ir a las pozas a nadar.

Pero, conforme crecíamos, ya no éramos como antes. La conciencia fue tocada por los maestros y los libros qué con sus ideas, nos abrieron horizontes. Aquel pedazo de tierra que era nuestro pueblo se abrió como represa de agua que se abalanzaba con sus correntadas. Empezamos a ver problemas. Y comenzamos a definir nuestro destino.

Nuestros ojos veían campesinos con pantalones remendados en donde ya no cabía uno más. A mujeres encorvadas por tantos embarazos de niños desnutridos. Ranchos endebles de bajareque y techo de palma. Escasos caminos entre los potreros por donde ellos iban para sus hogares. Gente sin tierra. Mozos de pequeños propietarios o de moliendas en tiempo de cosecha.

Nuestro pueblo, ya no era la algarabía de patojos, porque ahora como jóvenes veíamos algo más allá de la piel de este poblado. No vimos conmovidos y las inquietudes nos condujeron a los caminos en donde pudiéramos explicar estos fenómenos sociales.

Libros, artículos, maestros y líderes sociales, nos terminaron de explicar las causas y nos señalaron las veredas por donde caminar. Y desde ahí, ese nombre de Guatemala, aunque suena con la armonía que dan la música de sus letras, es también el lugar donde se arrejuntan tantos y diversos dramas, que nos obliga a pensar acerca de nosotros.  

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