Señor Bernardo Arévalo: Su arrogancia es delirante
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Señor Bernardo Arévalo: El Ministerio Público prosigue la investigación sobre un denunciado fraude electoral, que pudo haber sido cometido para que usted contendiera en una segunda elección, y fuera electo Presidente de la República. Usted, con el fin de detener la investigación, pide que renuncie la Jefe del Ministerio Público; pero realmente no lo pide, sino pretende dictar un mandato, que ella, con sumisión propia de algún sirviente doméstico de usted, tendría que obedecer. ¡Cuán arrogancia delirante la suya!
Señor Arévalo: Pretende dictar ese mandato de renuncia de la Jefe del Ministerio Público, usted, que quizá fue electo fraudulentamente. Usted, que fue candidato presidencial de un partido político que quizá nació en la cuna del delito. Usted, que quizá fue uno de los que cometió el delito, o participó o consintió en cometerlo. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Usted se salva por presunción de inocencia; pero tal presunción compete al procedimiento penal, y no a la realidad.
Señor Arévalo: Usted exige un nuevo Jefe del Ministerio Público, y tácitamente también exige que ese nuevo jefe jure que no investigará la denuncia de fraude electoral cometido, presuntamente, para que usted fuera electo Presidente de la República. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Usted actúa tan absurdamente como un acusado de robo que exigiera la renuncia del juez que lo juzga, y exigiera también que el nuevo juez jurara que no lo juzgará.
Señor Arévalo: Usted, con el fin de obligar a renunciar a la Jefe del Ministerio Público, o de obligar al Presidente de la República a que la destituya, ha suspendido el llamado proceso de transición de la actual presidencia a la próxima, es decir, la suya. Usted parece creer que suspender esa transición causará la ira del Supremo Creador, y con temor de castigo eterno, ella renunciará o él la destituirá. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Esa transición es un proceso meramente burocrático, no ordenado por la Constitución Política. Opino que más importante que usted suspenda ese proceso de transición, es que usted renuncie a ser presidente electo, no precisamente porque lo eligió una modesta minoría de ciudadanos, sino porque no hay certidumbre de que fue legalmente electo.
Señor Arévalo: Usted parece pretender que el proceso electoral fue observado por una acechante diosa de la ciencia matemática y por una severa Temis, diosa de la justicia, y que esas divinidades se extasiaron con la pureza del proceso electoral, y declararon que, con asombrosa legitimidad, usted había sido electo Presidente de la República. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Ambas divinidades abandonaron espantadas el proceso electoral; pues sospecharon que la elección de usted había sido obra de un fraude, cometido con criminal cooperación internacional y extranjera. Usted mismo se opone a la investigación, como si temiera la comprobación de que su elección no fue producto de un proceso electoral que, con su impresionante pureza, haya inaugurado una nueva época de la democracia universal.
Señor Arévalo: Insiste usted en que fue electo por el pueblo y por la voluntad popular. Quizá hasta cree que fue electo por la voluntad de la historia o por un mandato divino. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Usted fue electo por una minoría de ciudadanos: 17% del número total de ciudadanos. Usted fue electo por una minoría del número total de ciudadanos empadronados: 26%. Esas paupérrimas proporciones de votos no son el pueblo de Guatemala. No son la voluntad popular. Usted debería reconocer que fue electo porque piadosamente la ley no exige que el presidente sea electo por el pueblo o por la voluntad popular. Empero, no lo reconocería. Lo impide su arrogancia delirante, o su delirio arrogante.
Señor Arévalo: Usted parece creer que, en la primera elección presidencial, obtuvo una proporción de votos que nadie había obtenido. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! Usted obtuvo una minoría de votos: 15% del número total de votos. Es una proporción menor que la que, en procesos electorales anteriores, a partir del proceso del año 1999, obtuvieron los candidatos Alfonso Portillo, Óscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez y Jimmy Morales. ¡Los candidatos Portillo, Pérez y Berger hasta obtuvieron una proporción de votos más de dos veces mayor que la que obtuvo usted!
Señor Arévalo: Usted parece creer que, en la segunda elección, el pueblo erigido en gloriosa unidad, y la voluntad popular inundada de gozo, le otorgaron un número de votos que nunca había sido otorgado a un candidato presidencial. ¡Cuán arrogancia delirante la suya! En la segunda elección usted fue ganador con una proporción de casi 60% de los votos; pero podemos conjeturar que obtuvo tal proporción con un número de votos de quienes no querían que el candidato triunfador fuera Sandra Torres. Realmente, usted fue electo por ella. Podemos conjeturar que ella contribuyó con no menos de 50% de los votos que usted obtuvo. Empero, seamos excesivamente generosos con usted: conjeturemos que ella contribuyó con 20% de los votos. Usted, entonces, habría ganado la elección con una proporción de 40% del número de ciudadanos que votaron. Es una proporción menor que la que obtuvieron, en la segunda elección de los procesos electorales anteriores, a partir del proceso del año 1999, los candidatos ganadores cuyo contendiente no fue Sandra. Ellos fueron Alfonso Portillo, Oscar Berger, Álvaro Colom y Otto Pérez.
Señor Arévalo: Usted delira embriagado por un triunfo que le otorgó una minoría de ciudadanos; minoría que usted, con arrogancia delirante, o con delirio arrogante, ha convertido en una mayoría. Es una minoría respetable; pero el respeto no la convierte en mayoría.
Señor Arévalo: Su arrogancia delirante exhibe una magnitud tal, que no parece importarle que haya o no haya sido electo de manera fraudulenta. Le importa ser Presidente de la República, allende la legalidad o la ilegalidad, porque usted cree que es el salvador de Guatemala, y la consumación de esa salvación no exige legalidad. Es una arrogancia no solo delirante. Es imprudente. Es insensata. Es impredeciblemente peligrosa.
Señor Bernardo Arévalo: si finalmente, de manera legal o ilegal, ejerce la Presidencia de la República, entonces, por el bien de la patria, procure ser sujeto de una mutación mental, que lo dote de prudencia y sensatez, y de alguna dosis de racionalidad e inteligencia, y de un sentido psicológicamente tolerable y políticamente conveniente de realidad.
Post scriptum. Señor Bernardo Arévalo: usted intimida, amenaza y coacciona a un funcionario de la administración auxiliar de justicia: el Jefe del Ministerio Público. Comete, pues, el delito de “obstaculización a la acción penal”, castigado con tres y hasta seis años de prisión. La prisión sería, para usted, un mejor destino que la Presidencia de la República.

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