Mis primeros pasos por los senderos de la filosofía
Antropos
Corrían los años en la Escuela Normal Central para Varones, lugar en la que tuve el privilegio de conocer al bibliotecario Marco Tulio González. Erudito y filósofo. Era encantador conversar con él conociendo diversas ideas de personajes ilustrados. Nos motivó entre otras cosas, a leer a la generación del 98 de España, a Miguel de Unamuno, así como a José Ortega y Gasset.
Siendo estudiantes pueblerinos forjados al tenor de múltiples dificultades materiales, apenas ajustábamos para ir a la librería de don Pepe quien desde su lugar en la novena avenida y décima calle de la zona uno, vendía libros usados. Ahí, junto a mi compañero David Pinto, nos reuníamos con Edgar Palma Lau, estudiante de derecho a conversar acerca de algunos pasajes de lo adquirido. Rápido retornábamos a casa, o bien ir a la orilla del río, a leer porque la lectura nos atrapaba desde que íbamos sentados en él bus. Mi amigo camino por la literatura, Palma por las ciencias sociales y yo por la filosofía.
Pasaron los años, y me encontré en las aulas de la Universidad Rafael Landívar, al padre jesuita Antonio Gallo, quien formó en mí, el sentido y gusto de estudiar filosofía. Hice la lectura de algunos autores clásicos que empezaron a delinear una forma de pensar. Hasta la fecha, vivo agradecido por esos dos grandes maestros, quienes encendieron el fuego en mi persona, por el estudio de las ideas filosóficas, cuidándome de los sinuosos caminos de la narrativa de los filósofos.
La década del setenta en Guatemala, fue un torbellino de violencia y agresiones. Surgieron organizaciones anticomunistas que sólo por el hecho de ser estudiante, significaba ser una persona peligrosa para sus formas tan particulares de pensar. Sin pensarlo y juntando la plata para el pasaje en Tica Bus, nos fuimos buscando otros mundos, en donde prevaleciera el respeto a la vida y a las ideas. Similar de como lo hacen hoy los jóvenes, en búsqueda de trabajo y desarrollo personal.
La Universidad de Costa Rica nos acogió. Fuimos inscritos y comenzó otra forma de convivencia. Conocimos jóvenes entusiastas. Artistas. Estudiosos. Pensadores. Inquietos. Revolucionarios. Nuestros maestros con gran vocación y mística, entregaban semana a semana, lo mejor de sus conocimientos. Aún recuerdo nombres como Teodoro Olarte, filósofo vasco, quien llegaba al salón de clases de manera lenta al caminar. Sacaba una pipa. La limpiaba e introducía tabaco nuevo. Con un suspiro, daba una bocanada y hablaba de algún tema de Metafísica o bien de Antropología Filosófica.
Cómo no recordar la presencia del filósofo andarín, doctor Constantino Láscaris Comneno, amigo de poetas y filósofos de la región, quién con una taza de café y un cigarro en la otra mano, de forma juguetona, nos introducía en las profundidades de las ideas filosóficas, así como acercamiento a la historia de las ideas en Costa Rica y Centroamérica, todo esto, en la soda Guevara en donde jóvenes y adultos nos aglomerábamos en torno a esta figura emblemática.
Pero ahí estuvo también Roberto Murillo, discípulo de Bergson, que nos introdujo con un discurso lleno de anécdotas del pensamiento de Kant o la manera original de abordar en un seminario al poeta Antonio Machado. O bien Arnoldo Mora, que a veces uno sentía que se dormía, cuando de verdad lo que acontecía, era la pasión de sus palabras sonoras, mientras explicaba los intrincados pasajes de la Ciencia de la Lógica de Hegel. Don Guillermo Malavassi, siempre bien peinado con camisa blanca y corbata, impecable, nos entusiasmaba con autores como Santo Tomás. O las exposiciones de Oscar Mas Herrera acerca del pensamiento de San Agustín. Siempre recordaré con alegría a Luis Barahona, filósofo de la política y la cultura, quien nos abrió los ojos de manera amena, en torno al pensamiento de América Latina, cuando prevalecía en ese momento, el interés sobre el mundo occidental. Recuerdo su libro El Ser Hispanoamericano. Francisco Antonio Pacheco, siendo uno de los profesores que recién retornaba de Europa con su doctorado, nos envolvió en las ideas de José Ortega y Gasset, muy cercano a nuestra manera de pensar y de vivir, así como Rafael Angel Herra, quien generó inquietudes de la época al atraparnos en el estudio del pensamiento existencialista francés y alemán.
Compartimos en esta Escuela de Filosofía, con algunas mujeres insignes dedicadas a filosofar y a la enseñanza de la filosofía. Puedo dar cuenta con el apoyo de un articulo publicado por la Doctora Ana Lía Calderón, sobre las filósofas de Costa Rica, que estudia esta temática desde la década del cuarenta hasta los últimos años. Están María de los Angeles Giralt, especializada en metafísica y ética, Carmen María Chaves filosofía de la ciencia, Rodita Girberstein filosofía de la historia, Yolanda Ingianna epistemología y estudios de género, Giovanna Giglioli, áreas de filosofía política y con estudios sobre Maquiavelo, Nietzsche, Bobio, Gramsci, Sira Jaen filosofía de la educación y ontología pedagógica. Ellas son las que me impartieron clases, pero según la Doctora Calderón, el número de filosofas, es más amplia y con una enorme producción intelectual significativa.
Otros nombres de los maestros que me encaminaron por la senda de la filosofía, son, Fernando Leal y sus cursos de filosofía política, en donde abordó el Capital de Carlos Marx o don Víctor Brenes y Jaime González, reflexionando sobre temas variados de la ética. No debo dejar de mencionar los cursos de lógica impartidos por don Claudio Gutiérrez, quien se animó a incursionar a nivel internacional en temas como la inteligencia artificial y natural. Como filósofo de la ciencia, estudio temas de la neurofilosofía e informática. Manuel Formoso con su presencia de un profesor universitario atractivo, alto nivel de empatía, dejó en toda la juventud, una estela de inquietudes revolucionarias, desde la perspectiva del pensamiento de Juan Jacobo Rousseau, autor entre otras, del Contrato Social. El doctor Formoso fue un filósofo de las ciencias sociales. Debo agregar la figura del teólogo Plutarco Bonilla en historia del pensamiento, José Alberto Soto en filosofía de la educación, Guillermo Coronado, quién con un tono de voz gruesa, nos entusiasmaba en todo el período de Galileo, Bruno, y la revolución copernicana. Alfonso López con sus estudios de griego y latín, así como Luis Lara que discurría en los laberintos de la metafísica, al igual que el doctor Celedonio Ramírez, quien impartió también, cursos de historia de la filosofía.
Cada uno de los nombres que mencioné, no sólo fueron grandes maestros, sino que además de su voz en el aula, heredaron a la sociedad, una inmensa obra escrita en la cual discurren diferentes ideas de una rica y diversa temática filosófica. Habrá que agregar que algunos tuvieron presencia en la vida nacional como ministros, embajadores, rectores, decanos, diputados y sobre todo, articulistas de periódicos reflexionando acerca de diversos problemas de la sociedad, pero nunca, dejaron de ser docentes universitarios.
Con esta formación, me animé bajo la orientación del doctor Láscaris, a escribir mi tesis sobre idea de la universidad en una generación de rectores centroamericanos. Pasé la prueba y de ahí en adelante, me convertí por azares del destino en profesor de filosofía de la educación, del cual fui auxiliar de la doctora Sira Jaén, quién sufrió un accidente y dejó bajo mi custodia docente, la enorme responsabilidad de impartir el curso que ella, tan brillantemente impartía.
La gran dicha para todos los que estudiamos filosofía en una de las mejores etapas de la Universidad de Costa Rica, fue la apertura de la Universidad Nacional en Heredia. Nuestros profesores, Dr. Pacheco, Dr. Murillo, Dr. Láscaris, Lic. Malavassi, nos invitaron a incorporarnos como docentes auxiliares en el Centro de Estudios Generales y Graduados. Y este fue nuestro primer paso por los senderos del quehacer filosófico.

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