Bernardo Arévalo, o el mito del incorruptible
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Algunos ciudadanos creen que Bernardo Arévalo es incorruptible y que combatirá la corrupción. Creen que ejercerá el poder presidencial con angélica honradez. Creen que será paradigma histórico de honestidad y legalidad. Creen que el tesoro público podrá tentarlo, porque es humano; pero, dotado de una poderosa fuerza ultra patriótica, resistirá esa tentación. La resistirá como si fuera un resurgido San Antón o San Antonio Abad, aquel mismo evocado por la maestría literaria de Flaubert y la magia plástica de Dalí.
Empero, mil veces empero, Bernardo Arévalo podrá ser tan corrupto como sea factible serlo en un Estado cuyo régimen legal posibilita la ilimitada corrupción de quienes ejercen funciones públicas. Es un régimen que invita a la corrupción: crea licenciosamente oportunidades de corromperse. Premia la corrupción: es más probable la impunidad que la punición por corromperse. Es gratificante económicamente: la pena máxima por despojar al Estado, por ejemplo, de mil millones de quetzales, es prisión durante un tiempo máximo de diez años, es decir, el corrupto obtendría, por cada año de prisión, un beneficio no menor de cien millones. Es generoso el artículo 448 del Código Penal sobre enriquecimiento ilícito.
También es un régimen legal que garantiza el disfrute de la riqueza obtenida de la corrupción. Efectivamente, el corrupto puede ocultar durante cinco años el producto de la corrupción, con el fin de evitar la persecución penal; y transcurridos los cinco años puede disfrutar holgadamente de su ilícita riqueza, con la certeza de no ser sujeto de persecución penal. Nuevamente es generoso aquel mismo artículo 448 del Código Penal.
Bernardo Arévalo puede insistir en que combatirá la corrupción. Empero, esa insistencia no garantiza que la combatirá, y hasta suscita la sospecha de que es un recurso demagógico con el cual pretende ocultar su intención de invadir y saquear el tesoro público. Se complace en un tedioso decir, que no necesariamente será hacer.
Por supuesto, cualquier otro candidato presidencial que hubiera sido electo hubiera insistido en que combatiría la corrupción. ¿O habría insistido en que no la combatiría, sino en que la fomentaría? Puede argumentarse que Bernardo Arévalo es diferente; que tiene diferenciadores atributos morales que lo convierten en un ser incorruptible y en feroz enemigo de los corruptos. No encuentro en él algún atributo moral; pero una persuasiva apariencia sugiere que él ha ejecutado actos que, me parece, son inmorales, enriquecidos con ilegalidad. He aquí dos ejemplos.
Primero. Fue denunciada la fraudulenta legalización del partido político Semilla, que propuso la candidatura presidencial de Bernardo Arévalo. Uno de los actos fraudulentos consistió en afiliar ciudadanos vivos y ciudadanos muertos, mediante la falsificación de su firma. Con esa delictiva afiliación el partido pudo cumplir el requisito de tener un número de afiliados no menor que el que exige ley.
El Ministerio Público inició una investigación, cuyos primeros hallazgos brindaron un fundamento para solicitar a un juez penal la orden de extinción de la personalidad jurídica del partido, que equivalía a solicitar la extinción del partido mismo. La orden fue dictada y la personalidad jurídica del partido fue extinguida. Por lo menos temporalmente no hay partido Semilla, ni diputados de ese partido.
Bernardo Arévalo tendría que haber sido uno de los autores de la legalización fraudulenta del partido. ¿O no pudo haberlo sido? Es imposible que él, uno de los principales fundadores del partido, no lo haya sido. Adopto la definición de autor de delito, enunciada en el artículo 36 del Código Penal.
Segundo. Un desertor del partido Semilla reveló públicamente que el partido Semilla ha sido financiado por agencias extranjeras de cooperación, y por organismos internacionales. Los recursos financieros han sido otorgados de modo tal que no tienen que ser objeto de registro contable del partido, y de modo tal que puede eludirse la prohibición de obtener contribuciones de Estados y de personas extranjeras individuales o jurídicas. Es decir, ha habido un fraudulento financiamiento del partido. Es imposible que Bernardo Arévalo, uno de los principales fundadores del partido, no haya aprobado o permitido, y hasta solicitado, ese financiamiento.
Esos ejemplos no sugieren que Bernardo Arévalo posee atributos morales, que le confieran santidad política, y lo conviertan en terror de los corruptos, y le impriman un furioso ímpetu de combate a la corrupción, y susciten en él una patológica obsesión por la legalidad. Son ejemplos que sugieren que él es apto para la inmoralidad y la ilegalidad.
Empero, una ingenuidad ansiosa de estulticia cree que él es luminosa promesa de honradez y futuro guardián del tesoro público, enviado por la historia para encender el fuego que purificará el ejercicio del poder público. Esa ingenuidad ignora, o quiere ignorar, o no cree, o no quiere creer, que Bernardo Arévalo puede ser obscura promesa de corrupción, y futuro procurador de su propio enriquecimiento ilícito, e infortunado engendro de la historia, que renovará la degeneración del ejercicio del poder ejecutivo del Estado.
Post scriptum. El problema de Bernardo Arévalo y de sus principales colaboradores o de sus socios políticos, no necesariamente será corromperse o no corromperse. El problema puede ser innovar o no innovar el modo de corrupción. Una innovación podría consistir en ocultar la corrupción con actos socialmente piadosos de un presunto Estado benefactor.
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