Ética en la gestión pública
Antropos
Hoy día existe preocupación por la ética en todos los sentidos. Por ejemplo, se abordan temas como la bioética, ética ambiental, acciones comunitarias, moralización de los negocios, de la política y de los medios de comunicación, debates sobre la violencia, la corrupción, el aborto y acoso sexual, cruzadas contra las drogas.
Obviamente estas inquietudes surgen porque nos enfrentamos como personas, sociedad y Estado, a un mundo desenfrenado en el cual el panorama moral no es muy alentador, en tanto que estamos en presencia de la corrupción en los ámbitos de la función pública. El impulso irreprimible de enriquecerse por la vía más rápida y a como haya lugar. Así como el recurso de la violencia para alcanzar los objetivos prefijados. Al consumo progresivo de las drogas. El abandono de los ideales. La proliferación de los delitos financieros, entre otros. O como bien lo sentenció el filósofo costarricense Manuel Formoso “la causa general es un decaimiento de los valores, existe un decaimiento terrible de los valores, una pérdida de la moral”.
Frente a todo esto, nos queda como ciudadanía, la búsqueda de soluciones realistas a largo plazo como invertir en la formación del ser humano, en el desarrollo y difusión de los saberes. De ampliar las responsabilidades individuales. O bien la calificación profesional. La promoción de la inteligencia humana y el imperativo del corazón redoblando la inversión en la dimensión educativa permanente. A su vez, como señala el teólogo brasileño Leonardo Boff, es también necesaria la ternura, porque es el cuidado para con el otro. El gesto amoroso que protege y da paz. En tanto es necesario superar como solía decir a John Rawls “la desconfianza y el resentimiento que corroen los vínculos del civismo, y la sospecha y la hostilidad que tientan al hombre a actuar en formas que de otro modo evitaría”.
Es en ese sentido, que abordar el tema de la ética aplicada, como la ética del servidor público, me conduce a recordar la argumentación de lo que se documentó en la década del noventa del siglo veinte, a través de un Comité dirigido por Lord Nolan en Inglaterra, orientado a la elaboración de unas “Normas de conducta para la vida pública”, con la idea de responder a una demanda de la ciudadanía, deseosa de recuperar la confianza perdida en sus instituciones y en sus personalidades públicas. Habrá que considerar que la existencia de un código ético como tal, no garantiza que sus destinatarios se ajusten a los valores, principios y normas que lo componen, pero expresa una tendencia y preocupación de la sociedad que espera de ellos y lo que ellos esperan de sí mismos, o sea, aquello a lo que se comprometieron al aceptar responsabilidades públicas. Porque afirma John Rawls, “las grandes instituciones definen los derechos y deberes del hombre e influyen sobre sus perspectivas de vida, sobre lo que puede esperar hacer y sobre lo que haga”.
El centro de preocupaciones del Informe Nolan se orienta alrededor de dos grandes máximas, a saber: considerar que cualquier persona es un fin en sí mismo y no puede ser tratada como un simple medio, ni manipularla como un instrumento, tal y como lo había enfatizado el filósofo alemán Enmanuel Kant, lo cual se expresa de manera contundente, a definir la Regla de Oro, “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, que constituye el fundamento de la moralidad”. Y el segundo tema, hay que considerar que la administración pública es una actividad social que precisa de sentido y legitimidad.
De ahí, que compartimos a manera de conclusión, lo que afirmó T. Nagel en el sentido que “los funcionarios públicos deben tener mucho cuidado a la hora de ofrecer y recibir regalos, y tienen que pensar mucho en las consecuencias de lo que hacen y procurar hacer lo correcto aún cuando pueda causar malestar”.

Le invitamos a leer más del autor: