Brindis de poetas en el comienzo de un nuevo año
Logos
En la palaciega residencia de un benefactor de la filosofía, la ciencia y el arte, congregáronse cinco poetas para brindar por el comienzo del Año Nuevo. Entre exóticos jardines, hídricas fuentes, vastos salones y laberínticas escalinatas, surgían las inmóviles estatuas de Las Gracias y Las Musas. Cuando grandes relojes pendulares se preparaban para anunciar el advenimiento del Año Nuevo, el benefactor invitó a brindar.
Dijo el primer poeta: “Brindo por la vida. Nunca la pedí; pero es mi mayor tesoro, que no es menos precioso porque no lo haya pedido. Quisiera que la muerte tan solo fuera un reposo que un dios generoso concede temporalmente para que, renovados por enigmáticas fuerzas cósmicas, tengamos el privilegio de volver a vivir. Y no importa que la vida sea un misterio, y que no sepamos qué es la muerte. Importa la vida misma; y ha de ser propio de su misteriosa naturaleza ocultar el inquietante sentido de la muerte.”
Dijo el segundo poeta: “Brindo por el amor, que es de la vida una especie de licor, con el cual el alma se embriaga, ya para gozar, ya para sufrir. Una vida sin amor es como una crisálida que en su capullo duerme imperturbada; pero todavía no es aquella plena mariposa que vuela en la rica floresta o liba el néctar de la flor. Quiero estar embriagado con ese licor, aunque sufra, porque prefiero sufrir que renunciar a la esperanza del goce que solo del amor puede brotar. Y es infortunado aquel que no ha amado.”
Dijo el tercer poeta: “Brindo por el ser humano, que, aunque en la vida a veces solo ame aquello que es mundano y se consuma en concupiscencia, una divina esencia posee, allende las mundanas cosas. Un ser humano vale más que todo el Universo; y el más simple pensamiento suyo es más complejo que toda la colosal mecánica celeste.”
Dijo el cuarto poeta: “Brindo por la libertad, que del ser humano preciadísimo tesoro es; y de ella el progreso es obra predilecta. La divina esencia del ser humano es libertad; y aunque nunca sepamos cuál es la verdad, sabemos que queremos libertad. Y aquel que es digno de esa esencia, ama más la libertad que la vida.”
Meditabundo estaba el último de los poetas, y parecía rehusarse a brindar, y refugiaba su mirar en las estatuas de las Gracias y Las Musas. Empero, persuadido por el benefactor y rogado por los otros poetas, escanció vino en su ya vacía copa, y dijo así:
“Brindo por una sociedad en la que todos sean libres, y en la cual el único límite de la libertad sea el necesario para que todos sean igualmente libres. Brindo por una sociedad en la que nadie pueda imponer su pensar, su sentir o su querer, y en la cual lo único que no se tolere sea la intolerancia, y lo único que se imponga sea la no imposición. Brindo por una sociedad cuyo principio supremo es la libertad. Brindo por esa sociedad de la libertad, que es la única digna de la divina esencia de la humanidad.”
Post scriptum. Los relojes anunciaron las doce de la noche. Una tremulante rosa se enamoraba de una estrella. Una nube se convertía en efímero lecho de la Luna. Insistía en su canto una oculta ave nocturna. Una repentina estrella fugaz rasgaba el cielo. El rocío comenzaba a hospedarse en las flores. Un viento cortés transportaba aroma de gardenias o provocaba gratos murmullos en viejas coníferas. Y comenzaba la Tierra un ciclo más de su majestuoso movimiento orbital.
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