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La energía del ser humano (Parte IX)

El universo y la naturaleza son energía que responde a nuestras expectativas. Los humanos somos parte de ese universo de energía y, por lo tanto, cuando nos planteamos una pregunta aparecen otros seres humanos que tienen la posible respuesta. En algunas ocasiones, un súbito y espontáneo contacto visual es signo de que se debe hablar con estos seres humanos los cuales nos parecen conocidos a pesar de que los vemos por primera vez.

Determinados seres humanos formamos parte de un mismo grupo de opinión, por lo que pensamos y tenemos las mismas ideas. Los grupos de opinión, en ocasiones, evolucionan siguiendo las mismas líneas de intereses. Desde esa perspectiva, como se piensa igual, se crean las mismas expresiones y la misma apariencia externa, en consecuencia, nos reconocemos –intuitivamente- los miembros de nuestro grupo de opinión y, con frecuencia, nos transmitimos mensajes.

Cuando apreciamos a otro ser humano a nivel profundo, podemos observar su auténtica identidad. Si realmente nos enfocamos en ese nivel, podremos captar lo que el otro ser humano piensa a través de sutiles cambios de expresión que se producen. En esta comprensión energética, surge la telepatía, lo que es perfectamente natural.

Con esta arquitectura de energía se propone una manera de relacionarnos con otros seres humanos desde nuestra niñez hasta adultos, se deben poner en evidencia “las farsas de control” y abrirse paso -a través de ellas- para concentrarse en los demás seres humanos de una forma que se les transmita energía positiva. Si prestamos sincera atención a los demás seres humanos con quienes hablamos, obtenemos la respuesta a las preguntas que nos interesan.

Cuando los miembros de un grupo hablan, solo uno tendrá la idea más potente en un momento determinado, los otros participantes, si están alerta, pueden notar quien se dispondrá a hablar y enfocar –conscientemente – su energía sobre este ser humano, para ayudarle a expresar su idea con mayor claridad. Esto se hace en forma sucesiva y si se concentra en lo que se está diciendo, las ideas saldrán de la mente. Lo importante es hablar cuando es el momento de uno y proyectar energía cuando es el momento de otro.

Cuando algunos seres humanos del grupo se expresan más de lo normal, toman el control de los diálogos, la energía que debería trasladarse a otro ser se evacua de manera efímera, o bien, cuando alguien no se atreve a expresar una idea, también se fragmenta el grupo y los miembros no obtienen el beneficio de la totalidad de los mensajes. Asimismo, cuando un miembro es rechazado por el grupo, los marginados no reciben la energía y el grupo, como unidad energética, pierde el beneficio de las ideas.

Uno de los aspectos importantes a cuidar en esta relación de energía espiritual es cuando, por ejemplo, algún ser humano nos desagrada o nos sentimos amenazados, la tendencia es enfocar algo de aquel ser humano que nos disgusta o nos irrite, al hacer esto, le arrebatamos energía y causamos daño. Es tal vez una de las formas más crueles de hacer daño, ya que los seres humanos nos consumimos unos a otros con las violentas rivalidades. Entonces, como seres superiores debemos procurar otorgar una energía espiritual a todos los seres humanos, incluso a aquellos que, en apariencia, nos causan repulsa.

En un grupo de seres humanos genuinamente funcional, la idea es que la energía y las vibraciones de cada miembro aumenten por la energía enviada por todos los demás.  Al ocurrir esto, el campo individual de energía se funde con los de todos y pasa a constituir el fondo común de energía, como si el grupo fuera un cuerpo “único” con varias cabezas. En un grupo que funciona articuladamente, cada ser sabe en qué momento hablar y cómo enunciar sus postulados u opiniones. Lo anterior es posible porque uno, integrado en un grupo, ve con mayor claridad la vida.

Esta manera de relacionarse conscientemente, en la cual cada ser proyecta y se integra de una manera armoniosa es una posición que todos los humanos debemos adoptar, para que se aumente el nivel de energía y el ritmo de evolución de cada uno.

La cultura humana deberá cambiar como resultado de la evolución consciente de la energía. De esta manera, podremos reducir voluntariamente la población, de modo que todos podamos vivir en un mundo más bello y energético. Además, los humanos dejaremos espacios vitales de la naturaleza para integrarnos de una manera más completa a la naturaleza y los árboles. Esta construcción del entorno natural es con el objeto de que pueda ampliarse la energía del ser. Hay que convertir la vida en algo diferente, guiados por intuiciones, sabremos qué hacer y cuándo, con estas certezas, las acciones de todos deberán encajar armoniosamente.

Con esta construcción, la arquitectura de la energía espiritual, nos habremos liberado de la necesidad de dominar a otros seres humanos para estar seguros. En ese afán, podremos alcanzar objetivos o conseguir propósitos que nos dejaran satisfechos por la emoción de presenciar nuestra propia evolución, recibiremos más intuiciones y podremos apreciar cómo se despliegan nuestros posibles destinos.

Al involucrarnos conscientemente en esta relación con la energía del ser, en los primeros encuentros entre los seres humanos debemos observar el campo de energía del otro ser, desenmascarando cualquier manipulación y solo así se podrá compartir consecuentemente sus vidas, descubrir mensajes positivos del uno para con el otro y de esta manera podrán proseguir sus vidas habiendo sido alteradas positivamente. La búsqueda natural de la verdad nos llevara a esto.

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