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Conforme pasan los años

Antropos

Conforme pasan los años empezamos a sentirnos susceptibles de miradas, gestos y palabras. Es la intensidad de los afectos que damos o recibimos. Es el momento en el cual, las membranas de nuestro cuerpo se vuelven más sutiles y alcanzamos a distinguir y espetar las diferencias. Algunas amarguras de nuestras vidas se diluyen, para dejar escapar los odios y resentimientos, porque se impone el tiempo de la armonía y de la felicidad.

Conforme pasan los años reacomodamos nuestros pensamientos. Y de alguna manera éstos cobran presencia en nuestras vidas, para proyectarnos hacia otras personas a través de una conducta respaldada por los valores universales de la humanidad.

Cada una de nuestras acciones resultan ser la traducción de aquellos ideales que nos han hecho trajinar tras la huella del buen vivir, en tanto es la búsqueda de una casa, de una morada en donde el descanso se vuelva placentero a través del abraso y de conversaciones animadas, dulces, afectivas, amorosas. Es indagar por un lugar que se convierta en el asiento de lo que debemos edificar para disfrutar con claridad y sencillez el sentido de la vida.

Lo que hemos pensado cobra vigencia en la vida personal y hogareña. Pero esto no puede alcanzar su verdadera dimensión humana, si cada uno de nosotros no contribuimos a lograr que nuestra sociedad y naturaleza, se conviertan en los entornos armoniosos de la vida. Nuestra responsabilidad se debe traducir en una aguda participación que incida en el mejoramiento de la vida en general, porque sin ésta, no es posible la alegría de los niños ni el descanso placentero de los abuelos.

Esconderse de la realidad, es entonces esconderse de uno mismo, porque no todo es color de rosa, sentencia uno de los dichos populares. La experiencia de nuestros propios pensamientos que han acompañado todo el trajinar de lo que aspiramos como individuos y como sociedad, se concreta en la superación de los vacíos. En el logro de aquellas pequeñas cosas que se muestran como resultados tangibles. A su vez, se debe tomar conciencia de la necesidad de hacer un paro en la esquina de los recodos de nuestro caminar, como una especie de balance autocrítico.

Desde de ese remanso de reflexión interna que resulta ser aleccionador, nos encaminamos a pensar que la vida personal es una analogía en pequeño, de lo que es la sociedad. Y como un trompo que da vuelta sobre su propia aguja hasta caer como un pedazo de madera seca sobre la tierra, es el recorrido de cada uno de nosotros. De ahí qué en la penumbra de los años, volvamos de nuevo a repensar lo pensado y a sentir nuestros afectos con fuerza y vitalidad.

No hay otra manera, que romper con la tristeza y la amargura, porque es la única forma de poder vivir a plena luz en los años de madurez. La enfermedad y los dolores que ésta causa, no nos pueden impedir avanzar, aunque sea con bastón. Porque éste, se convierte en la linterna que evita caernos o perdernos en la oscuridad del drama y la tragedia.

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