Hace 300 años nació el coloso de la filosofía Immanuel Kant
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El filósofo Immanuel Kant nació en Königsberg, ciudad capital de Prusia, el 22 de abril del año 1724. Nació, pues, hace 300 años. Es autor de tres obras que ensancharon impredeciblemente las posibilidades del pensar. Esas obras son Crítica de la Razón Pura (publicada en el año 1781), Crítica de la Razón Práctica (publicada en el año 1788) y Crítica del Juicio(publicada en el año 1790). Ellas convierten a Kant en un coloso de la filosofía.
La Crítica de la Razón Pura trata sobre la posibilidad de que la razón pura pueda ser medio de conocimiento. Kant denomina razón pura a aquella que no se sirve de los órganos sensoriales o sentidos, ni del conocimiento adquirido por medio de ellos, llamado experiencia. La conclusión de Kant es que la razón pura no puede ser medio de conocimiento, o no puede ser tazón pura teórica.
Entonces la metafísica tradicional, que pretendía ser conocimiento adquirido por medio de la razón pura, era imposible. Por ejemplo, era imposible la psicología racional, que pretendía saber, con la razón pura, que el alma era una sustancia simple. Era imposible la cosmología racional, que pretendía saber, con la razón pura, que necesariamente había una causa primera de todas las cosas. Y era imposible la teología racional, que pretendía saber, con la razón pura, que había un ser perfectísimo, cuya esencia comprendía la existencia. Quizá por haber demostrado esa imposibilidad, el filósofo Arthur Schopenhauer llamó a Kant, el demoledor de todo.
La Crítica de la Razón Pura fue objeto de interpretaciones erróneas. Entonces Kant escribió una obra que intentaba refutarlas, denominada Prolegómenos a Toda Metafísica Futura que Pretenda Presentarse como Ciencia. Esa denominación era una tácita advertencia dirigida a los metafísicos: debían desistir de la metafísica tradicional y sustituirla por una nueva metafísica.
Conjeturo que los metafísicos contemplaron con preocupación, y hasta con terror, cómo se derrumbaban los templos que habían sido construidos, no con algún fundamento en la experiencia, sino con el ilimitado poder de conocimiento atribuido a la razón pura. Y la crítica kantiana había sido tal, que no parecía permitir alguna esperanza de reconstruir aquellos templos. Conjeturo también que esos mismos metafísicos contemplaron con estupor, cómo un modesto profesor universitario de filosofía sepultaba el precioso producto obtenido durante siglos de meditaciones metafísicas.
La Crítica de la Razón Práctica trata sobre la posibilidad de que la razón pura sea práctica, es decir, pueda impartir mandatos a la voluntad, independientemente de motivos como el agrado o el desagrado, el placer y el dolor, o el deseo y el no deseo. La conclusión de Kant es que la razón pura puede ser práctica; y, como tal, puede impartir a la voluntad, mandatos que son leyes morales denominadas imperativos categóricos, o imperativos que mandan incondicionalmente. No había, pues, razón pura teórica; pero había razón pura práctica.
El imperativo categórico es imperativo de un ser libre. Hay una forma general de este imperativo, que Kant enuncia así: Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda ser también una ley universal, o ley de todo ser humano. Esta forma implica que obrar moralmente no es obrar por agrado o desagrado, o por placer y dolor, o por deseo o no deseo, sino por deber.
Kant no pretendía ser moralista y dictar los imperativos categóricos por los cuales debía regirse moralmente la humanidad. Solamente pretendía investigar la posibilidad de que la razón pura fuera práctica.
La Crítica del Juicio trata sobre la posibilidad de que la facultad de juzgar tenga un principio a priori, o principio independiente de la experiencia. Esa facultad consiste en concebir lo particular como comprendido en lo general. La Crítica del Juicio trata también sobre la posibilidad de que la facultad de juzgar suministre una regla a priori, o regla independiente de la experiencia, del sentimiento de agrado. La conclusión de Kant es que hay un principio a priori de la facultad de juzgar, y hay una regla a priori del sentimiento de agrado.
La Crítica del Juicio distingue dos clases de juicio: juicio sobre lo bello y lo sublime, llamado estético; y juicio sobre la finalidad en la naturaleza, llamado lógico. Kant podría ser declarado fundador de la estética, o disciplina filosófica cuyo objeto es lo bello y lo sublime, y el arte; y fundador de la teleología, o disciplina filosófica cuyo objeto es la finalidad en la naturaleza.
Kant pretende, en esta obra, que sea concebible un mundo en el que hay compatibilidad de relación necesaria de causa y efecto, y libertad; leyes naturales y leyes morales; y causa mecánica y finalidad.
Kant, que tenía ya 66 años de edad cuando fue publicada la Crítica del Juicio, afirmó en el prólogo: “Con esta obra finalizo mis investigaciones críticas y debo comenzar pronto a elaborar la teoría, con el fin de aprovechar… el tiempo todavía propicio de mi creciente vejez.”
En las tres obras críticas muestra Kant un genio superlativo, ejecuta fantásticas proezas intelectuales, brinda maravillosos ejemplos de riguroso pensar, exhibe un inaudito poder analítico, y replantea novedosamente los problemas de la filosofía. Con esas mismas tres obras, Kant edifica un sistema de filosofía poseedor de una vigorosa arquitectura conceptual y una formidable consistencia lógica, aptas para la admiración, el asombro y el deleite.
El poeta Friedrich Schiller, en una carta del año 1794, dijo a Kant: “Le expreso, excelente maestro, mi emocionado agradecimiento por la benefactora luz que ha encendido en mi espíritu. Es un agradecimiento que, como el beneficio obtenido, no tiene límites y será imperecedero.”
En el año 1804 el filósofo Friedrich Wilhelm Joseph Schelling afirmó proféticamente, sobre Kant, que “la imagen de su espíritu brillará en su integridad única en el curso del futuro mundo de la filosofía.”
En el año 1819 el poeta Franz Grillparzer escribió: “Todos aquellos que quieren dedicarse a la literatura, aunque sea solamente a las bellas letras, deberían estudiar las obras de Kant, no por interés en las cuestiones de las cuales trata, sino solo por la gran fuerza lógica de su exposición.”
En el año 1827 el poeta Johann Wolfgang von Goethe dijo a Johann Peter Eckermann, autor de Conversaciones con Goethe: “Kant es, indiscutiblemente, el mejor de los filósofos modernos… Nunca supo de mí, aunque por propio temperamento yo seguía una ruta semejante a la de él. Mi Metamorfosis de las Plantas fue escrita antes de que yo hubiese leído una palabra de él, y no obstante concuerda perfectamente con el espíritu de sus enseñanzas.”
Se ha afirmado que Kant es el más grande filósofo moderno, y uno de los más grandes en toda la historia de la filosofía. Se ha pretendido dividir esa historia en dos grandes eras: antes de Kant y después de Kant. Independientemente de tal afirmación y tal pretensión, debo a Kant la más grande inspiración intelectual de mi vida, que ocurrió durante el final de mi adolescencia.
Evoco, de aquella época de mi vida, noches de fatigante pero luminoso estudio de la Crítica de la Razón Pura. En esas noches, cuando ya tenía que dormir, colocaba aquella obra infinita debajo de la almohada, como si hubiera querido que, durante mi sueño, ella continuara enriqueciéndome con sus fabulosos tesoros, los cuales, según yo, eran los más grandes que el mundo podía brindarme. Y ahora, casi sesenta años después de aquellas noches, prosigo el estudio de la filosofía de Kant. Sus obras ocupan, en mi biblioteca, un lugar que imaginariamente es, para mí, el trono glorioso de un rey inmortal.
Post scriptum. Kant murió el 12 de febrero del año 1804, en Königsberg, casi dos meses antes de que cumpliera 80 años de edad. La noticia de su muerte se propagó pronto en la ciudad. Sonaron y resonaron las campanas. El cadáver fue trasladado desde la casa mortuoria a la catedral y luego a la sede de la Universidad de Königsberg, seguido por un largo cortejo. Durante varios días, gente de todos los grupos sociales de la ciudad desfiló para ver el inánime cuerpo de aquel coloso de la filosofía.
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