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Crisis política y espacios comunitarios

Antropos

Guatemala es un territorio de varias naciones. Históricamente aún no se ha logrado su articulación y por lo tanto su integración como nación que incluya a los pueblos originarios y a toda su ciudadanía, con derechos plenos. La diversidad cultural según mi criterio, que subyace a lo descrito, es la gran riqueza estratégica que tiene el país. Sin embargo, el concepto de patria, que priva en el escenario de la República, el cual debería ser incluyente, corresponde aún al referido por Severo Martínez en su libro La Patria del Criollo.

Por ello sostienen algunos autores que la defensa de la identidad cultural reviste hoy día un valor decisivo. Los movimientos indígenas han adquirido expresión propia, principalmente a partir de los avances significativos, como una forma de resistencia, surgimiento y valoración de este sujeto histórico, de esa alteridad que adquiere el derecho a decir su propia palabra, de elaborar el tejido social que hace posible la construcción de lo humano en Nuestra América.

O sea, afirma el sociólogo chileno, José Joaquín Brunner, “la tarea de las nuevas generaciones es aprender a vivir, no sólo en el amplio mundo de una tecnología cambiante y de un lujo constante de información, sino ser capaces al mismo tiempo de mantener y refrescar también nuestras identidades locales… desarrollar un concepto de nosotros mismos como ciudadanos del mundo y, simultáneamente, conservar nuestra identidad local como guatemaltecos, mexicanos, chilenos, argentinos”.

Es en ese sentido, que la crisis política que atravesamos, se debe considerar además el sustrato histórico del país, sin que eso sea determinante en forma absoluta, pero obviamente, tiene su incidencia, particularmente porque aún no se refleja en las comunidades de los pueblos originarios, el bienestar necesario para su verdadera dignificación humana. Y esto, verdaderamente genera desconfianza y por lo tanto insatisfacción lo cual se traduce en expresiones de protesta.

Ciertamente vivimos un enjambre de problemas que se aglutinan día con día, y no logramos visualizar que estos tengan alguna cura, a no ser acciones aisladas que al final del día, no reflejan la inmensidad de sinsabores que existe en la ciudadanía. Lamentablemente, esto genera un alto nivel de desconfianza acerca de los políticos que son los que se han animado a resolver, según sus propias palabras, la problemática nacional y a su vez, también existe en la sociedad, menos participación y compromiso con las comunidades en las que vivimos diariamente.

Nos hemos convertido en individuos aislados procurando resolver individualmente nuestras propias dificultades. Me atrevería a decir, que ni siquiera en los famosos condominios, existe la vocación de amistad y servicio a los otros. Si se arruina una bomba de agua, por ejemplo, se le deja la responsabilidad a la directiva que se nombró, para escaparnos a nuestra vida personal y familiar. Claro está, huimos de las responsabilidades comunitarias.

Pienso por otro lado, en los pueblos del interior de la República, en los que aún se respira el aíre de cada uno de sus pobladores. Existe convivencia alrededor de los parques, de los templos religiosos, las canchas deportivas, las cafeterías y cantinas donde hay conglomerados humanos compartiendo entre sí.

De ahí que las dimensiones de la crisis política, pasa generalmente sin ton, ni son, en las consideraciones cotidianas de la ciudadanía, porque unos están obnubilados a partir de la influencia de los medios tecnológicos, otros por sus problemas personales o familiares y otros, porque dedican su vida al trabajo en la producción de bienes. Así mismo los políticos y gobernantes, no se han logrado conectar de manera natural con los ciudadanos. Hay distanciamiento entre pueblo y Estado. Hace falta la magia de la comunicación, con imaginación y creatividad.

Obviamente, tal y como sucede que no logramos tapar el sol con un dedo, percibo que la crisis política, subyace silenciosamente en la conciencia ciudadana, porque en efecto, hay malestar acerca del gobierno y los políticos. De ahí que una forma de protesta, lo constituye el chiste, la falta de respeto o en algunos casos, hasta el cinismo acerca de los personajes públicos, a quienes no apoyan verdaderamente como ciudadanos, los cuales fueron electos para gobernar. Y al no hacerlo bien, surge la burla como forma de descontento y desconfianza. Lo más grave, sucede que los que nos gobiernan, no sólo mienten, sino que se creen a si mismos, sus propias auto mentiras.

Ciertamente como lo escribí en otro artículo, son los estados y en particular los gobiernos, los responsables directos de velar por el bienestar de la ciudadanía y en este caso, de emplear todos sus recursos estratégicos para el fortalecimiento de una sociedad con equidad. La otra parte corresponde a las personas, a las familias, a los barrios, a los pueblos, a las comunidades, a la sociedad en general, a los grupos organizados, a los partidos políticos, a sus dirigentes, a las iglesias, a los pueblos originarios, a los medios de comunicación, a los empresarios grandes y pequeños, a los agricultores, a los empleados públicos, a los colegios profesionales, a los órganos del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), a fin de alcanzar un acuerdo para una convivencia digna y feliz. Es necesario superar al enemigo que está socavando los destinos de nuestras vidas.

Guardar el respeto hacia los otros, es el punto de partida necesario para lograr armonía social. Se trata, por un lado, de superar el anarquismo, la indigencia, la anomia, el descuido, la indiferencia y por el otro, oponerse a la presencia del Estado policíaco vigilante, controlador y represor.

De la prontitud, decía en ese momento, en torno a certificar la certeza y transparencia de las acciones del gobierno, junto con un acuerdo de la sociedad y la ciudadanía por la vida, dependerá un camino con menos sufrimiento y angustia. Todos tenemos derechos, pero ahora, nos corresponden más responsabilidades ciudadanas.

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