La literatura salvadoreña
Ventana Cultural
Hablar de la literatura es remontarnos no solo a los siglos de las primeras culturas conocidas; la literatura va más allá del simple hecho de expresar ideas y transmitir un mensaje. El término «literatura» proviene del latín y significa «el uso de las letras». Con el tiempo, llegó a representar el «conocimiento adquirido al leer o estudiar libros».
Mientras buscaba información, recordé un viaje que hice con un grupo de amigos al lago de Güija, en Santa Ana. Es el único lago natural del país, ya que los demás son de origen volcánico. Este lago, además, es fronterizo con Guatemala. Otro lugar donde se pueden encontrar grabados en piedra o pinturas rupestres es Cihuatán, en el municipio de Aguilares, departamento de San Salvador.
El escritor Ricardo Lindo, hijo del poeta Hugo Lindo, menciona en su libro titulado Tierra que las mitologías de los pueblos mesoamericanos hablan del lago de Güija, así como de los nahuales de nuestros pueblos. Güija es un nombre de origen k’iché que significa «Agua de las Alturas» o de origen náhuat, que quiere decir «lugar donde abundan las espinas«. Aunque la versión náhuat parece más acertada debido a la abundancia de espinas en el lugar, el k’iché también tiene sentido en su forma de denominarlo.
Todo esto sirve como preámbulo al tema que queremos abordar: la literatura, como forma de expresión, comienza «narrando» sucesos diversos. Las pinturas rupestres y los petroglifos encontrados en el lago dan la impresión de ser una primera forma de escritura. Ricardo Lindo recoge una leyenda que dice más o menos así:
«En el centro del lago, hay una isla que alberga el templo de Mictlán, en honor a Mictlantecuhtli. Un día, el gran Quetzalcóatl reunió a todos los pueblos de Mesoamérica en este lugar mágico. El silencio se apoderaba de todo. Finalmente, el Tamachtiani y Tlatoani habló: ‘Estas tierras ya no serán como las conocemos. Está cerca la llegada de hombres del otro lado del planeta, vienen con corazones codiciosos. Veo tres tipos de hombres: uno parecido a cada uno de ustedes; otro, una mezcla de ambos mundos; y, por último, uno de piel blanca. Este último es el más peligroso, pues querrá acaparar la tierra. Este es mi vaticinio. No hay nada que podamos hacer, es parte del ciclo que debemos vivir. Pero el hombre blanco, por su ambición desmedida y arrogancia, será devorado por la tierra. No veremos todo lo que vendrá, pero viviremos algunas de estas cosas’”.
He tratado de recordar las palabras exactas que utilizó Ricardo Lindo al mencionar este episodio, pero me imagino que algo así ha de haber dicho. Las culturas nativas salvadoreñas no desarrollaron un sistema de escritura propiamente dicho, como lo hicieron los mayas, aztecas o incas.
Históricamente, la literatura salvadoreña se remonta al último cuarto del siglo XIX. No obstante, se sabe que durante la época colonial existió un poeta llamado Miguel Álvarez Castro.
Vivió en esa época, aunque en otro apartado hablaré directamente de él y de su poética. Antes de ese periodo, lo que podríamos llamar «literatura» en el país era de naturaleza secular, o judicial, y los relatos de los cronistas que contaban la historia de las campañas de conquista, o escritos en los periódicos compuesta por algunos poemas sin firma, probablemente escritos por miembros de la élite culta que preferían mantener el anonimato.
Oficialmente, se considera que Francisco Gavidia fue quien inició la literatura salvadoreña. Los grandes escritores que estudiamos en el colegio nacieron a finales del siglo XIX o principios del siglo XX. La mayoría de ellos comenzaron su vida literaria en las décadas de 1920 o 1930, y de ellos surgieron los diferentes movimientos literarios: modernistas, costumbristas, patrióticos y la generación comprometida.
Muchos de los escritores pertenecientes a esta última generación aún viven, como el poeta Roberto «El Pichón» Cea, quien recientemente fue galardonado con el doctorado honoris causa, o el novelista Manlio Argueta, cuyas obras han sido publicadas en varios países.
Como escritores contemporáneos, tenemos la obligación de elevar el nombre de nuestro país a través de las letras y el arte, que son nuestro legado y la huella que dejamos en este mundo.

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