OpiniónColumnas

Cuestiones sobre la colapsada popularidad del Señor Bernardo Arévalo

Logos

En el mes de enero del presente año, la popularidad del usurpador de la Presidencia de la República, Señor Bernardo Arévalo, fue equivalente a casi 80%, es decir, esa proporción de ciudadanos lo aprobaba. Empero, fue aprobación de él mismo, porque suscitaba la fabulosa expectación de que con él comenzaría una maravillosa era en la historia de la patria.  Sería un gobernante apto, diligente y hasta honrado, renovador de ideales de libertad, democracia y prosperidad. Ejercería la Presidencia de la República para procurar el bien de todos los ciudadanos, y no solo el bien de algunos. Con él, la historia, luego de decenios de torturador ejercicio del poder ejecutivo del Estado, parecía haberse compadecido de los guatemaltecos, y piadosamente los vindicaba.

En el mes de mayo, o primeros cuatro meses de gobierno, la popularidad del Señor Arévalo fue equivalente a 54%. Esta vez no fue popularidad  por aprobación de él mismo solamente. También fue popularidad por sus decisiones, actos y obras. Empero, la expectación que había suscitado en el mes de enero sugería que su popularidad tendería a aumentar hasta aproximarse a 100%. Aumentaría porque sus decisiones habrían comenzado a ser revolucionarias, y sus actos, hazañas de grandioso estadista, y sus obras, destellos de promisorias auroras en el acontecer político, económico y social del pueblo.

En el mes de septiembre, o primeros ocho meses de gobierno, la popularidad del Señor Arévalo fue presuntamente equivalente a casi 30%. Fue la proporción reportada por una empresa contratada para investigar estadísticamente esa popularidad. Las cifras obtenidas de la investigación no se han divulgado públicamente, y es probable que no se divulguen. Quizá hay interés en ocultarlas porque, si el contratante de la investigación fue una organización empresarial, ella pretendería evitar una reacción hostil del Señor Arévalo; y si el contratante fue el Señor Arévalo, él mismo pretendería que la sociedad guatemalteca no supiera que su  popularidad sufría un colapso.

Esa pretensión presunta del Señor Arévalo, de ocultar tales cifras, es una insinuación de que ha habido tal colapso; pues si esas cifras le hubieran adjudicado una extraordinaria popularidad, él no habría tenido motivo para ocultarlas, sino motivo para divulgarlas en todo el sistema planetario.

Una causa del colapso que aparentemente ha sufrido la popularidad del Señor Arévalo puede consistir precisamente en que no ha comenzado a satisfacer la expectación que, en aquel mes de enero, le confirió casi 80% de popularidad; y tampoco  ha brindado algún indicio de que intenta comenzar a satisfacerla. Empero, una causa más importante puede consistir en que ha ejercido con ineptitud y negligencia la usurpada Presidencia de la República. Defino esa ineptitud en estos términos: incapacidad de cumplir con sensata eficacia las funciones que la Constitución Política adjudica al presidente. Defino su negligencia en estos términos: incapacidad de emplear eficaz y oportunamente los recursos de los que, por mandato de la ley, dispone para cumplir esas funciones, hasta el grado en que lo permite su ineptitud.

La ineptitud y la negligencia del Señor Bernardo Arévalo se han manifestado en esferas primarias de competencia del Organismo Ejecutivo. Por ejemplo, ha sido ineptitud y negligencia en detener el incremento de la criminalidad, la cual prospera con licenciosa holgura. En conservar, reparar o reconstruir caminos, carreteras y puentes. En administrar servicios portuarios aéreos y marítimos; y en suministrar servicios públicos de salud. Es el caso que ignorar su ineptitud y su negligencia puede ser un suicidio; y reconocerlas puede posibilitar una decorosa sobrevivencia, tan solo porque uno sabe qué puede o no puede suceder en la sociedad guatemalteca, a causa de sus decisiones, sus actos y sus obras.

La combinación sinérgica de ineptitud y negligencia del Señor Arévalo equivale a una interdicción ejecutiva, que defino en estos términos: incapacidad de ejercer la Presidencia de la República. Esa interdicción ha sido catastrófica. Económicamente, ha provocado una pérdida equivalente a miles de millones de quetzales. Socialmente, ha permitido que la criminalidad prospere y que la inseguridad de conservar la vida y los bienes sea un obligado y costoso modo de vida de los ciudadanos. Políticamente, ha renovado la frustración de los ciudadanos sobre el ejercicio eficaz de la Presidencia de la República, y ha resucitado la demagogia de los peores políticos. Jurídicamente, ha pretendido que magistrados y jueces dicten veredictos manifiestamente ilegales, con el fin de no ser sujeto de persecución penal.  Por tal catastrófica interdicción debería ser declarado primer enemigo del Estado, y supremo peligro nacional, y principal problema de la patria.

Es imposible lograr que la ineptitud del Señor Bernardo Arévalo se convierta en aptitud, y que su negligencia se convierta en diligencia, y que cese su destructiva interdicción ejecutiva. Empero, es posible lograr legalmente que ya no sea aquel enemigo,  aquel peligro y aquel  problema. Un medio legal para lograrlo consistiría en acusarlo de cometer el delito de incumplimiento de deberes, y someterlo a proceso penal y, por supuesto, demostrar la validez de la acusación; y finalmente, destituirlo. También un medio legal consistiría en exigir que renuncie; exigencia fundamentada en el “derecho de petición en materia política” que otorga la Constitución Política.  Empero, esa destitución y esa renuncia, aunque posibles legalmente, no parecen ser factibles políticamente, porque conviene a los políticos que el ejercicio de la Presidencia de la República no dependa de la aptitud o de la diligencia del presidente, sino del ilícito beneficio privado individual, familiar o partidario que pueda obtenerse de él.

Post scriptum. El colapso de la  popularidad del Señor Arévalo es un hecho. Entonces también son un hecho las causas de ese colapso:  no ha comenzado ni parece intentar comenzar a satisfacer la expectación de una maravillosa era en la historia de la patria, y ha ejercido la Presidencia de la República con ineptitud y negligencia. El ciudadano que se ocupa de asuntos del Estado puede plantearse esta cuestión: ¿Qué hacer? ¿Por lo menos intentar legalmente la destitución o exigir la renuncia del Señor Arévalo? Dixi et salvavi animam meam (o He hablado y salvado mi alma).

Area de Opinión
Libre emisión del pensamiento.

Le invitamos a leer más del autor: