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Misión de la Universidad de San Carlos

Antropos

A propósito de la autonomía universitaria

Dedico este artículo a tres grandes universitarios: Mario Roberto Morales, Bayardo Mejía, Carlos Interiano.

Vivimos a los veinticinco años del siglo XXI, procesos de transformación en cada una de las instituciones de educación superior que se concretan entre las concepciones universitarias tradicionales y las emergentes. En tal sentido, existen posturas orientadas a resolver desde la universidad, las demandas de una mejor y mayor funcionalidad de la institución frente al aparato productivo, así como los que afirman el compromiso de esta en términos de democracia y equidad social. Claramente hay una visión pragmática y profesionalizante de los saberes y la otra promueve el valor sustantivo del conocimiento y su proyección social.  Bajo este paraguas de ideas, se descubren enfáticamente, algunas facetas de la universidad en nuestro tiempo, que podríamos definirla en el sentido que estos centros de educación están insertos en una intensa fase de reconceptualización sobre sí misma.

Pienso que nadie puede negar, que la riqueza de nuestra sociedad depende en gran medida del desempeño de la universidad y en cuanto a Guatemala, de la incidencia de la Universidad de San Carlos, a través de las contribuciones que hacen sus docentes e investigadores. Pero también habrá que tomar en cuenta, que en una sociedad convulsa políticamente como la guatemalteca, resulta interesante destacar de manera directa o indirecta, su papel de contribuir desde sus centros de investigación en aclarar los caminos, veredas o atajos, de los problemas esenciales, como salud, educación, seguridad, ambiente, infraestructura, economía y abrir de esa manera, las ventanas de moralizar el accionar público y privado, para convertirse como dicen los teóricos, en la conciencia lúcida de la sociedad, desde la docencia e investigación.

Entiendo entonces, qué en este marco de cosas, hoy nos vemos envueltos como ciudadanía en un remolino de acontecimientos políticos que generan día con día incertidumbre. La vida nacional necesita ahora más que nunca, un candil para descubrir el camino a seguir. Una luz. Una señal sobre las faldas de nuestros volcanes y montañas, para lograr abrir los corazones por donde podamos compartir solidariamente con nuestros hermanos. Sin embargo, también vemos agujeros negros a nuestro alrededor, en el sentido de la vida de una sociedad que cada vez más se ve confrontada porque quienes nos gobiernan, no han entendido que se deben atender las voces que claman justicia e igualdad de condiciones para vivir con dignidad.

Crecen las expresiones día con día de un descontento que se va generalizando. Y esas manifestaciones no tendrán sosiego, hasta tanto no se atienda de parte del Estado guatemalteco, una voz que resuelva con inteligencia y sensibilidad, los destinos de nuestra Patria. Está presente en nuestros tristes recuerdos, los estragos que hizo el virus de la pandemia doblegando vidas enteras. Ahora, frente a problemas estructurales de carácter económico social, no permitamos que el virus de la pandemia de la injusticia nos acabe de comer la esperanza tenue, que clama justicia, equidad y dignidad.

Debemos de tomar en cuenta y tampoco olvidar, que nuestra sociedad está resquebrajada por las deudas pendientes como es la inexistencia del acceso a la educación con calidad, a centros de salud, caminos y carreteras, pobreza, pobreza extrema y desnutrición de la niñez, migración, violencia desenfrenada, desempleo, así como la muerte de infantes provocado por el hambre. De ahí, que la ciudadanía no pueda permitir que el poder político deje de atender estas profundas y grandes necesidades. Es un pecado de lesa humanidad que la niñez guatemalteca sufra las consecuencias de la poca sensibilidad social, corrupción e ingratitud de los funcionarios del Estado.

Esto se consigna como la responsabilidad social que debe tener la universidad, ante los problemas nacionales y corresponde desde un pensamiento crítico y sensitivo, señalar con objetividad la dramática situación y ofrecer, como indica la Constitución de la República, coadyuvar en la solución. Corresponde centralmente esta tarea, a los centros de investigaciones especializados ofrecer salidas para avanzar en la solución de las dificultades, como también, atender a las comunidades, a través de la extensión universitaria.

Dado que este primero de diciembre, recordamos de nuevo otro aniversario del legado cultural de la revolución de octubre en Guatemala, me hago algunas preguntas que comparto con ustedes, a fin de pensar acerca del destino y futuro de la Universidad de San Carlos. En este sentido ¿cómo puede la Universidad contribuir al progreso de la sociedad guatemalteca? ¿Qué tipo de ciudadanos esperamos formar en los próximos años? ¿Qué tipo de aptitudes y valores deben poseer los futuros profesionales para cumplir eficazmente con la sociedad y de manera inteligente y creativa en la economía y en el mundo globalizado? ¿Cuál es el futuro de nuestra universidad? ¿Qué universidad aspiramos para nuestros jóvenes? ¿Estamos como universitarios realmente preparados para construir una universidad al servicio de la paz, de los derechos humanos, de la justicia, amparado todo esto con la vocación por los saberes, la cultura, el arte y el conocimiento? De las respuestas que nos demos, será nuestro proceder.

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