¡Malditos diputados!
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¡Malditos diputados! Malditos aquellos que, en el pasado 27 de noviembre del presente año, aprobaron un cuantioso aumento de salario de los 160 diputados. Malditos también aquellos que, aunque no lo aprobaron, no se opusieron. Es el caso de los diputados del extinto partido Movimiento Semilla, que propuso la candidatura presidencial del Señor Bernardo Arévalo, quien usurpa la Presidencia de la República.
Cada diputado ganaba casi 30,000 quetzales mensuales o 360,000 anuales. En el final del período legislativo, cada uno ganaba 1.440 millones; y los 160 diputados, 230.400 millones. Ahora cada diputado ganará 46,700 mil quetzales mensuales o 560,400 anuales. En el final del período legislativo cada uno habrá ganado 2.241 millones; y los 160 diputados, 358.656 millones. Los diputados también aprobaron una indemnización. Entonces, en el final del período legislativo, cada uno será indemnizado con 186,000 quetzales, y los 160 diputados, con 29.888 millones. ¡Malditos diputados!
Los diputados (aludo siempre a la mayoría de ellos) no merecen un aumento de salario. Realmente, no merecen ningún salario. Su función legislativa no es socialmente beneficiosa, sino que, por su ineptitud para legislar, por su corruptibilidad, por emplear su poder público para obtener ilícitos beneficios privados, y por su disposición a ser sobornados por el Presidente de la República, constituyen uno de los mayores peligros a los que está expuesto el Estado de Guatemala. Empero, no solo no merecen ningún salario, sino que sería inadmisible que ejercieran gratuitamente la función que les adjudica la ley, precisamente porque constituyen uno de los mayores peligros a los que está expuesto el Estado. ¡Malditos diputados!
El dinero que será asignado para pagar el aumento salarial y la indemnización de los diputados sería mejor asignado si se destinara, por ejemplo, a eliminar insalubres vertederos de basura, reparar edificios escolares, reconstruir caminos vecinales y puentes, reparar vehículos policiales, mejorar la alimentación de los animales del parque zoológico La Aurora, podar árboles de los parques recreativos públicos, lavar ropa de los mendigos, regalar sábanas a quienes duermen en calles, callejones, avenidas o atrios; y conservar el patrimonio arquitectónico del Cementerio General, He querido decir que, con tal destino, se obtendría un beneficio, y que con el aumento salarial de los diputados y la indemnización no se obtendría beneficio alguno. ¡Malditos diputados!
Valoro el trabajo de los albañiles, los carpinteros, los fontaneros, los recolectores de basura, los panaderos y los barrenderos; pero no valoro, ni puedo valorar, ni debo valorar, el trabajo de los diputados. Realmente no es trabajo, sino una permanente e impune conspiración contra el bien de los ciudadanos, mediante leyes que, por ejemplo, obstruyen el ahorro, la inversión, la formación de capital y la creación oportunidades de trabajo; aumentan la deuda pública y los tributos, incrementan la cantidad de dinero que consume el gobierno, expanden la burocracia, otorgan privilegios, restringen la libertad política y económica y, mediante el presupuesto, reparten el tesoro público según su interés privado y político. No es trabajo, sino conspiración contra la justicia, el derecho, la legítima ley y la certeza jurídica. No es trabajo, sino criminalidad que el régimen legal penal no define. He querido decir que del trabajo de albañiles, carpinteros, fontaneros, recolectores de basura, panaderos y barrenderos, la sociedad guatemalteca obtiene un beneficio, y que de los diputados no obtiene beneficio alguno. ¡Malditos diputados!
Los diputados arrojan cieno sobre la bandera nacional. Ofenden el himno nacional. Desarman el escudo nacional. Estrujan la flor nacional. Derriban el árbol nacional. Encarcelan el ave nacional. Hieren a la patria. Corrompen la función legislativa. Saquean el tesoro público. Prostituyen la política. Envilecen el Estado. Arrebatan la esperanza en una mejor nación. Con ellos, la democracia es una enfermedad. Es un vicio. Es un error. Es una estupidez. Con ellos, la república es oportunidad de venalidad legislativa. Es corrupción del ejercicio dividido e independiente del poder legislativo, judicial y ejecutivo del Estado. Es orgía de los políticos, feria de los partidos y banquete de los burócratas. Es absurda ficción. ¡Malditos diputados!
Los diputados han progresado, con ímpetu delictivo, en convertir el Palacio Legislativo en el Palacio de la Ineptitud. En el Palacio de la Corrupción. En el Palacio de los Partidos Políticos. En el Palacio del Sindicalismo. En el Palacio del Soborno Presidencial. En el Palacio de la Ciénaga Moral. En el Palacio del Conciliábulo. En el Palacio de Sodoma o de Gomorra. In summa: han progresado en convertir el Palacio Legislativo en el Palacio del Mal. ¡Malditos diputados!
Los diputados pretenden haber sido electos por el pueblo. Empero, no son electos por el pueblo o por la mayoría de todos los ciudadanos. Son electos únicamente por la mayoría de ciudadanos que ejercen el derecho a votar en un proceso electoral. Realmente, ni aun son electos por esa mayoría. Son electos por los partidos políticos, porque los ciudadanos no pueden elegir solamente a uno o algunos de los candidatos a diputado propuestos por cada partido, sino que, si optan por elegir diputados, tienen que elegir a todos los candidatos que previamente ha electo cada partido. Es decir, el ciudadano no puede elegir individualmente a los diputados, sino necesariamente al grupo de diputados que el partido mismo ha electo. Y solamente los partidos políticos pueden proponer candidatos a diputado, es decir, solamente los propietarios, los fundadores, los financistas o los directores de los partidos, pueden proponerlos. Es el caso que los mismos diputados han decretado leyes que prohíben que los ciudadanos puedan crear modestos comités cívicos electorales para proponer a sus propios candidatos a diputado. ¡Malditos diputados!
Los diputados pretenden también ser representantes del pueblo; pero no lo son, precisamente porque son electos por los partidos políticos. Son representantes de esos partidos. El Congreso de la República no es, pues, un congreso de representantes del pueblo. Y aunque la Constitución Política adjudica a los diputados el estatus de dignatarios de la nación, no lo son. Tendrían que ser llamados indignatarios de la nación o dignatarios de los partidos. Son ilegítimos representantes; pero no solamente ilegítimos: constituyen una muestra muy representativa de la peor clase de ciudadanos. ¡Malditos diputados!
Post scriptum. Yo, con la calidad jurídica de ciudadano, opino que los diputados que aprobaron el aumento salarial y la indemnización de los 160 diputados, y quienes no lo aprobaron pero no se opusieron, deberían ser declarados enemigos de la patria, y expulsados del territorio nacional, advertidos de sentencia de muerte si retornan. ¡Mil veces malditos diputados!

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