La paz que sobrepasa todo entendimiento
Zoon Politikón
Lean a Pablo en Filipenses y centren su atención en unas pocas frases que podrían pasar desapercibidas, pero que son impresionantes y revelan algo que está en el corazón mismo de la vida espiritual.
“Hermanos míos: Alégrense siempre en el Señor; se los repito: ¡alégrense!”. La forma gramatical que utiliza es el imperativo. Alégrense. Es una orden. Así que allí está lo primero que debe llamar nuestra atención, porque si decimos: “Espera un momento, ¿puedes en verdad decirle a alguien que se alegre?”. ¿Acaso la alegría no viene y va, dependiendo de las circunstancias? Si intentaras decirle a alguien: “Anímate”, habitualmente lo tomarían como ofensivo y no funcionaría. ¿Acaso la alegría no llega espontáneamente? Bueno, aquí tenemos una orden.
Nos está diciendo algo muy importante. La alegría a la que se refiere Pablo no es el momento fugaz de estado emocional que llamamos felicidad. Esa felicidad es una especie de arrebato de sentimientos positivos que llega cuando suceden cosas agradables. A veces, nuestras emociones están bajas, estamos deprimidos o enojados. Sabemos que las emociones van y vienen.
Sin embargo, Pablo está hablando de otra cosa, algo que puede estar sujeto a una orden: alégrense.
Nuevamente, por si se lo perdieron: alégrense. ¿De qué está hablando entonces? No está hablando de las emociones fugaces en la apariencia de la vida de uno. Está hablando de la alegría que llega al desplazarse a ese sitio muy profundo en el centro de nuestra vida, en el que Cristo habita en ti.
Cuando Pablo dice: “No soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí”, ¿a qué se está refiriendo? No está diciendo que mi personalidad ha desaparecido. No está diciendo que los caprichos de mi vida han cambiado. Se refiere a que ha encontrado, muy profundo en él, a Cristo habitando, a Cristo viviendo. Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Cristo que nos conecta con la eternidad de Dios.
Cuando vives en ese lugar, en ese centro espiritual, entonces realmente tienes una alegría que perdura, que no viene y se va, que no es una cuestión de emocionalidad, sino que es esta profunda… llámenlo paz. Aquí aplica esa palabra hebrea que aparece en toda la Biblia: shalom. No es: “Que ustedes estén siempre en un estado emocional vertiginoso”. Lo que está diciendo es: “Que tengan esa paz que va más allá de toda comprensión, la paz que el mundo no puede dar”.
Porque el mundo puede ofrecer una felicidad superficial de vez en cuando, pero solo Dios puede darles shalom, esta profunda paz.
Imaginen una rueda. El borde de la rueda representa, en la parte superior, el éxito; luego, la pérdida de éxito, el fracaso y la recuperación del éxito. Así es como la rueda gira a lo largo de nuestras vidas.
A veces estamos arriba, a veces abajo. Experimentamos buenas y malas sensaciones. Logramos éxito, fracasamos, perdemos y ganamos. Lo que es seguro al estar en el borde de la rueda es que todo va a cambiar. Por ejemplo, podrías sentir: “Ahora estoy contento”. Sin embargo, este estado es temporal, ya que invariablemente cambiará. Cuando las circunstancias varíen, es probable que no te sientas tan abatido. Así es la vida en el borde de la rueda.
Pero en esta representación de la rueda, en el centro está Jesús, describiendo esto mismo sobre lo que he estado hablando: representando esta transición del borde al centro o a la profundidad. El asunto es: no vivan en el borde de la rueda, vivan en el centro de la rueda. Y entonces pueden observar que la rueda gira y gira con una sensación de desapego. Den la bienvenida a otra palabra que es básica en nuestra tradición espiritual: desapego, apatheia, indiferencia, en el idioma de Ignacio de Loyola.
Porque no estoy viviendo en el mundo de cambio permanente de mis emociones, sino en este lugar más profundo. Esto es el castillo interior, el sitio de seguridad y poder, un castillo, una fortaleza. Como si vivieran fuera, en los campos, y fueran vulnerables a los ataques, al clima y a muchas cosas más. Cuando entras al castillo desde el campo, y estás detrás de estas altas paredes gruesas y puedes obtener seguridad. Así, en el orden espiritual, muchos de nosotros vivimos allí afuera en el mundo, sujetos a todos sus cambios y vaivenes.
Así es la vida. “Cuando las cosas están yendo bastante bien para mí ahora. Estoy feliz. Mis emociones están altas porque todo está tranquilo”. Sabes que va a cambiar. Pero moverse de la superficie a las profundidades del océano, implica encontrar estabilidad. Las cosas no están yendo y viniendo y cambiando.
Continúa Pablo: “No se inquieten por nada; más bien, presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”. Podrán decir: “Eso no tiene nada de sentido”. Me refiero a que Pablo, justo él, vivió con mucha ansiedad. Él nos lo cuenta. Naufragó muchas veces, fue flagelado, fue apedreado, expulsado de las ciudades. Lo persiguieron. Así que “no se inquieten”. Imagínense decirle a alguien: “Mira, nunca te preocupes por nada”.
Si nos quedamos en la superficie de la vida, eso es tonto. Por supuesto, tendrás ansiedades sobre toda clase de cosas. Pero si estamos hablando de este nivel profundo, estamos hablando del centro de la rueda, estamos hablando del castillo interior, entonces efectivamente esta frase cobra sentido: “Estoy viviendo en un lugar sin ansiedades”. Piensen aquí en los santos. La mayoría de los santos enfrentaron un montón de conflictos y dificultades en la superficie, pero encontraron algo. Es por eso que son santos. Encontraron este sitio profundo.
Y ahora, San Pablo nos está diciendo: “Alégrense, encuentren ese lugar. Lléguense ahí”.
Pueden entender esa distinción, pero ¿cómo llego allí, en la práctica? Escuchen a Pablo de nuevo: “En toda ocasión, presenten sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”. La respuesta corta a cómo llego allí es la oración. Sin embargo, la oración a la que se hace referencia aquí es esta actitud de vida más profunda, en la que conscientemente elevas tu mente y corazón a Dios. Te das cuenta de la presencia de Dios en tu vida.
Cuando hago oración, ¿tengo ansiedades en mi vida? Sí, por supuesto. Pero durante esa oración, es como si, mediante el rosario y frente al Santísimo Sacramento, y la meditación, y la lectura de la escritura, estuviera dirigiéndome a ese lugar profundo, o mejor dicho, permitiendo a Dios que me dirija a ese lugar profundo en el cual no existe ninguna ansiedad. Donde, incluso durante los peores momentos, puedes alegrarte.
Si hacen eso, a través de la oración, la petición y la acción de gracias. Esto último también es muy importante. Ese acto de gratitud tiene la virtud de llevarlos a ese lugar central. ¿Por qué? En vez de afligirse con cada cosa que me está incomodando, decir: “Señor, por todo lo que tengo, te agradezco”. Bueno, inmediatamente están en presencia de Dios. Están en la presencia de un poder que va más allá de este mundo.
Y concluye: “Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. Solo esa frase puede llevarlos al sitio del que estoy hablando: “La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia”. Es una paz que el mundo no puede brindar. Está más allá de lo que puedo entender o controlar. Observen: “custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
¿Adónde van sus corazones y sus mentes? Corren a la superficie. Corren al borde de la rueda. Salen corriendo al campo, donde está toda la ansiedad. Pero esta paz, si pueden encontrarla, custodiará sus pensamientos y sus corazones en Cristo Jesús. Y ese es el lugar en el que encuentran paz. Ese es el lugar en el que encuentran alegría.

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