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El Señor Bernardo Arévalo, o un año de ficticio gobierno

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Demencial expectación

En el día 15 de enero del año 2024, el Señor Bernardo Arévalo asumió la Presidencia de la República. Presuntamente con él comenzaría una maravillosa era en la historia de la patria. Sería un gobernante apto, diligente y hasta honrado, renovador de ideales de libertad, democracia y prosperidad general. 

Gobernaría para procurar el bien de todos los ciudadanos, y no solo el bien de algunos. Con él, la historia se compadecería de los guatemaltecos, y piadosamente los vindicaría. El quetzal volaría más alto que el cóndor y el águila real. La monja blanca renovaría su blancura. La ceiba sería más robusta. Coros celestiales cantarían el Himno Nacional.

Él sería el sembrador que arrojaría, sobre el suelo patrio, semillas que germinarían con raro esplendor y darían frutos gloriosos. Serían las semillas del desarrollo social; de la protección, asistencia y seguridad social; de la lucha contra la desnutrición; de la infraestructura económica, la tecnología y la innovación; de la seguridad democrática; del cuidado de la naturaleza; de la nueva relación con los guatemaltecos emigrantes; de la función pública legítima y eficaz; y del nuevo contrato social. Con él se consumaría una fantástica transición desde un pasado infernal hacia un futuro paradisiaco.

Algunos ciudadanos creyeron que el Señor Arévalo era un enviado de la Historia, cuya sublime misión era rescatar y renovar, con secreto poder, viejas primaveras, y crear promisorios amaneceres que iluminarían la patria con novedosas auroras. O creyeron que, ya durante el mismo primer mes de gobierno, el Señor Arévalo comenzaría a ejecutar, apresurado e impaciente, con la energía de un estadista, y el vigor de un patriota, y el entusiasmo de un redentor, y la furia de un conquistador, su cósmico programa de gobierno. 

Propósitos de un demagogo

En el 15 de enero del presente año el Señor Arévalo cumplió un año de ejercicio de la presidencia, que equivale a 25% del tiempo del período presidencial. Es una proporción suficiente para juzgarlo. Empero, ¿con qué criterios? Pueden ser criterios suministrados por él mismo, como los extraordinarios propósitos anunciados en el discurso que, el 15 de enero del año 2024, dirigió, desde el balcón presidencial del Palacio Nacional, a ciudadanos que se habían congregado en la Plaza de la Constitución. Evoco tres propósitos.

Primero. Ciclo de transformación. El señor Arévalo explicó este propósito, en estos términos: «Esta transformación no solo nos engrandece como individuos, sino que también nos brinda esperanza y nos proyecta hacia un futuro lleno de oportunidades. Este nuevo ciclo… trasciende las expectativas de nuestro pasado. Se abre hacia un horizonte donde anidan sueños de una Guatemala rebosante de alegría, repleta de oportunidades y orgullosa de los logros de su gente… Este es el ciclo que todos estamos iniciando con una inmensa fe en nuestro porvenir, porque estamos abriendo senderos para ese futuro que nos aguarda.»

El señor Arévalo dijo que los guatemaltecos habían provocado, con su voto, en las pasadas elecciones, la germinación de la semilla de la transformación, o la semilla del cambio. «Es la semilla que se abriga en nuestra querida tierra; que se abre camino y brota hacia el cielo para recibir la luz del amanecer.» 

Segundo. Responsabilidad de resolver problemas actuales. El señor Arévalo advirtió: «Sin embargo, no podemos limitarnos a soñar con el futuro o aferrarnos al pasado. Debemos asumir la responsabilidad del presente; y el presente, en Guatemala, nos presenta desafíos tremendos que no podemos ignorar. Es necesario enfrentarlos con determinación y con un compromiso renovado con el bienestar de todos y cada una de las guatemaltecas y los guatemaltecos.»

Tercero. Extinción de un presente de pobreza y sufrimiento. Expresó el señor Arévalo: «Nuestro presente está marcado por el dolor. Guatemala ha sufrido heridas profundas que requieren sanación… La pobreza que enfrentamos no está bien… Es especialmente doloroso observar el sufrimiento de nuestros niños; y eso no está bien.» Y el presente «es tan desolador, que muchos de ustedes, hermanos y hermanas, han derramado lágrimas por tanto sufrimiento. Yo también he llorado y también me he sentido abrumado por la tristeza. Sin embargo, no podemos seguir viviendo de esta manera.»

No hay indicio alguno de que el Señor Arévalo haya, por lo menos, comenzado a lograr el propósito del ciclo de transformación; el propósito de asumir la responsabilidad de resolver problemas actuales y el propósito de extinguir el presente de pobreza y sufrimiento. Fueron propósitos anunciados por un demagogo, o aquel político que, con el fin de obtener y conservar el poder gubernamental, y conducir al pueblo como si fuera dócil rebaño ovejuno, acude a la mentira, o al engaño, o a la patraña; o aprovecha el resentimiento, la envidia y la frustración.

Ficción o simulacro de gobernante

Esos propósitos son criterios contingentes: un Presidente de la República no está obligado a tenerlos. Empero, hay criterios necesarios, que consisten en las funciones primordiales que la ley adjudica al presidente. Son necesarios precisamente porque quien ejerce la presidencia está obligado a cumplir esas funciones. Aludo a las funciones que le adjudica la Constitución Política, que conciernen a comandar las fuerzas civiles y militares con el fin de brindar seguridad a la nación. 

Esas seguridad comprende garantizar el ejercicio del derecho a la libertad, la vida y la propiedad privada. O comprende proteger la esfera privada del individuo, o esfera en la cual, por la posesión de eso derechos, él es soberano, y nadie debe invadirla. Brindar esa garantía o esa protección es la actividad esencial del gobierno. No gobierna, entonces, el Presidente de la República que permite que el secuestro, el asesinato y el robo, la extorsión o la invasión de la propiedad inmueble, sean sucesos ordinarios de la sociedad. Y el Señor Arévalo lo permite. Realmente él ha mostrado ser una ficción de presidente, un simulacro de gobernante y un costoso ente burocrático absurdamente investido de poder presidencial.

El señor Arévalo parece creer, erróneamente, que gobernar es precisamente aquello que no es gobernar. Efectivamente, no es gobernar, por ejemplo, regalar dinero de quienes pagan tributos, ni conceder crédito barato para adquirir casa o producir maíz, frijol o arroz; ni otorgar becas para cursar estudios universitarios, ni mejorar el piso de las casas de gente pobre, ni imponer a los ciudadanos una mayor deuda pública, ni celebrar pactos secretos con delictivos dirigentes sindicales, ni ser reparador de edificios, casas o ranchos escolares. 

Gobernar tampoco es, por ejemplo, pronunciar discursos, torturar con charlatanería el arte de la retórica; participar en sucesos empresariales, asistir a festivales de flores, vestir trajes indígenas, felicitar a políticos extranjeros ganadores de procesos electorales, condecorar a artistas, deportistas y secretarios generales de organizaciones internacionales; promover la intervención extranjera e internacional en asuntos internos de la patria y dedicarse a lograr la renuncia o la destitución del Fiscal General de la República. 

Notable reducción de aprobación popular 

Opino que el incumplimiento de los anunciados propósitos del Señor Arévalo, y su no manifestada intención de cumplirlos y, quizá principalmente, no gobernar, han sido causas de la notable reducción de la aprobación popular de él. 

En enero, cuando comenzó a ejercer la presidencia, era aprobado por 80% de los ciudadanos. Conjeturo que era aprobación de tres clases de ciudadanos: primera, la clase de los que votaron por él; segunda, la clase de los ciudadanos que votaron por otro candidato presidencial, pero confiaron en que él se esforzaría por lograr sus anunciados propósitos o en que sería un fabuloso gobernante; y tercera, la clase de los ciudadanos que no ejercieron el derecho a votar, pero también tuvieron aquella confianza. 

En mayo era aprobado por 54% de los ciudadanos. En septiembre, quizá por 30%. Probablemente la tendencia descendente de aprobación continuó hasta el fin de diciembre. 

No fueron publicadas cifras obtenidas de investigaciones estadísticas, con patrocinio privado, sobre la aprobación popular del Señor Arévalo, durante su primer año de ejercicio de la Presidencia de la República. ¿Cuál fue el motivo?

Argumento de sus defensores

Algunos ciudadanos socialistas, o pro socialistas, o propensos al socialismo, obligados a reconocer que el Señor Arévalo no ha satisfecho la grandiosa expectación que originalmente había suscitado, argumentan que fuerzas ocultas o manifiestas le han impedido gobernar. Opino que no hay fuerzas ocultas, sino fuerzas manifiestas, que actúan con sinergia tan eficaz como ominosa. Esas fuerzas residen en él mismo: son su intrínseca ineptitud, su cómoda negligencia, su criminal irresponsabilidad y su abusiva mediocridad política e intelectual.

Post scriptum. No es el caso que uno se complazca del no gobierno del Señor Arévalo. Tal complacencia sería equivalente a complacerse del mal que el no gobierno causa a la patria. El caso es que uno debe reconocer que el Señor Arévalo no gobierna. El caso es que él se agrega a los grandes problemas de la patria. El caso es que pueden advenir tres años de no gobierno.

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