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El París que conocemos

Editado Para La Historia

París, que desde siempre se ha adjudicado el título de centro del refinamiento, la cultura, el arte de la mesa y la gastronomía adquirió realmente aires de nobleza a partir del mediados del siglo XIX. No podemos negar la importancia de la Ciudad de la Luz antes de mediados del siglo XIX, pero hasta ese momento París era una ciudad básicamente medieval con calles estrechas, sucias, apestosas, sinuosas, sin ningún tipo de canalización, oscuras e insalubres, una ciudad con todos los ingredientes para el surgimiento y la propagación de pandemias.

La historia de Francia ha sido muy agitada… como la de muchos otros países. No olvidemos la famosa Revolución Francesa de 1789 que trastornó la historia de la humanidad entera. Durante el siglo XIX pasó por ser una República, un Consulado, un Imperio, otra vez la Monarquía con la restauración de la casa de los Borbones, un segundo Imperio y el reinado de otros dos reyes que, a diferencia de Luis XVI y Luis XVIII, entendieron que debían hacerlo bajo los preceptos de una monarquía constitucional.

A pesar de eso, en el año 1848 hubo una gran revolución en París contra el rey de los franceses (ya no rey de Francia, que no es lo mismo) porque el rey Luis Felipe de Orleans quería reducir las libertades públicas y ahogar la libertad de la prensa. El pueblo salió a las calles en una revolución que duró tres días, conocidas como “Las tres gloriosas”. A la caída de Luis Felipe de Orleans se crea la Segunda República francesa, siendo proclamado presidente Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I. Luis Napoleón había vivido muchos años en exilio en Londres. Durante estos años londinenses quedó maravillado por las elegantes y anchas avenidas de Londres, los grandes espacios abiertos, los jardines.

Una vez en su puesto de presidente, se dio un autogolpe de estado y se proclamó emperador. Es lo que la historia reconoce como Segundo Imperio francés. Hay que reconocer que fue déspota, pero el desarrollo económico que tuvo Francia y el pueblo francés fue notorio durante su gobierno. Quería hacer de su capital la más hermosa, la más elegante, la más limpia del mundo. Quería que París tuviera el título de “Capital del Mundo”. Para ello encargó al Prefecto de París, barón Georges-Eugène Haussman, la reurbanización de París.

Eran tres las palabras de orden del emperador a respetar: unificar, sanear y embellecer la ciudad. A los problemas que estoy mencionando también había que agregar que el hacinamiento dentro de los 12 distritos de París era enorme y que, en todos los alrededores de la capital, el confinamiento de población era igual, por lo que decidió incorporar jurídicamente a París todos estos barrios periféricos, llegando a un total de 20 distritos, que son con los que cuenta hoy esta ciudad.

Para construir un nuevo París había que destruir el viejo. Los trabajos duraron 17 años y podemos entender que toda la ciudad fue una gran obra en construcción. La idea principal era abrir grandes avenidas, ejes que unieran los diferentes puntos de la ciudad, todas avenidas y boulevares muy anchos. En el caso de los Campos Elíseos se llegó a un ancho de 120 metros. Se tuvieron que destruir 20 mil edificios y se construyeron 30 mil nuevos.

También se trabajó en el sistema de alcantarillado, en el suministro de gas y de agua corriente a cada apartamento. Antes el agua solo se podía conseguir en algunas fuentes públicas y había que pagar al “aguador” para que la trajera hasta la casa. Estas fuentes en más de una ocasión fueron focos de cólera. Dos grandes epidemias de cólera en 1832 y 1848 mostraban con el dedo la insalubridad de París que apestaba y que no tenía ningún tipo de desagüe.

Algo que contribuyó fuertemente a la divulgación de estas ideas de modernización y saneamiento fueron las Ferias Internacionales que se organizaron en esos años. Varias ciudades del mundo, y no solo de Francia, decidieron hacer transformaciones urbanísticas como las que había emprendido Napoleón III.

Pero el Emperador también quería uniformidad. De ahí los edificios de París, unos alineados a los otros, todos revestidos de piedra caliza extraída de canteras cercanas, todos con la misma altura y el mismo uso para cada uno de los pisos. Porque esa fue otra de las revoluciones de esta época. En un mismo edificio coexistían personas de clases sociales muy diferentes. Ejemplo: la planta baja y la primera planta estaban destinadas a negocios, tiendas, boutiques. En la segunda y tercera planta se encontraban elegantes apartamentos de gran nivel, donde vivía la burguesía adinerada y los nobles. El cuarto y el quinto piso para personas de la clase media y en las mansardas, el último de los pisos, en locales minúsculos, pequeños dormitorios para la servidumbre, las llamadas “habitaciones de sirvientas”. Evidentemente, toda esa gente no compartía las mismas escaleras, sino que existían escaleras especiales para cada piso.

Eran los propietarios de esos locales y apartamentos los que tenían por ley (ley que existe en nuestros días aún) que mantener en buen estado y limpio el edificio. Cada 10 años existe la obligación de remozar y limpiar todo, en particular la fachada. Esta ley hizo que los alquileres se triplicaran haciendo que mucho parisino pobre tuviera que abandonar la ciudad por no poder enfrentar tan altos precios.

Fue el momento en que se reconstruyeron grandes iglesias, Notre Dame y la Santa Capilla incluidas. Delante de Notre Dame fue el momento de destruir los viejos edificios medievales que se encontraban al pie de su fachada creando la esplanada que hoy conocemos y que le da tanto realce a la catedral. Se construyeron grandes, suntuosos y elegantes edificios para la administración y los hospitales de la ciudad.

También prestó atención Napoleón III a las estaciones de trenes. Era un muy moderno y utilizado medio de locomoción y deseaba el emperador que aquellos que llegaran a su capital llegaran a verdaderos palacios, que eran los que en realidad les daban la bienvenida a los visitantes. En esa época se construyeron las dos primeras grandes estaciones de trenes, la del Norte y la de Lyon, que conectaba París con esa ciudad, el sur de Francia e Italia.

Los parques fueron otro de los elementos tomados en consideración. Surgieron varios parques para el disfrute de los parisinos, se trajeron miles de árboles de fuera para ser plantados en los nuevos parques. Al este y al oeste de la ciudad se acondicionaron dos bosques para que sirvieran de pulmón a la ciudad: el Bosque de Boloña y el Bosque de Vincennes.

Sin embargo, no fue el momento para construir el metro de París, que también generó muchos trabajos. París tuvo que esperar hasta 1900 con su famosa Exposición Universal de ese año para contar con su primera línea de metro. Fue el momento también de construir la famosa Ópera de París, el Palacio Garnier, de un extraordinario lujo y ostentación. Para esa ópera se creó una avenida, ancha, elegante, para que desde lejos se pueda apreciar tan extraordinario edificio.

Fue durante este periodo de grandes transformaciones urbanísticas y arquitectónicas que surgió un nuevo estilo, bastante ecléctico en su base. Cuando la emperatriz, la española María Eugenia de Montijo, le preguntó a Garnier, arquitecto de la ópera, a qué estilo respondían todos estos trabajos él le respondió, en el colmo de la adulación: -Madame, esto que está usted viendo es estilo Segundo Imperio.

Muchas propiedades fueron confiscadas y mucho pobre se tuvo que ir a vivir a las afueras ante la imposibilidad de encontrar alojamiento el alcance de su bolsillo. Como todo este proceso coincide con la revolución industrial, París fue dotada con seis estaciones de trenes con las que se conecta la capital con el resto de la nación, considerando que cada una de ellas, por ser como la puerta de la ciudad, debía ser un verdadero palacio. Si tiene la posibilidad de ir a París le recomiendo caminar sin rumbo, los pies y el buen sentido lo llevarán a lugares maravillosos.

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