OpiniónColumnas

Oportunidad para la Profundidad Espiritual

Zoon Politikón

Después de las Cuaresmas, es común que reflexionemos sobre nuestra experiencia espiritual y reconozcamos que podríamos haberla vivido de manera más rica y profunda. Pero, en su infinita sabiduría, la Iglesia nos ofrece nuevamente la oportunidad de experimentar este tiempo sagrado de manera adecuada y significativa.

En nuestra vida diaria, a menudo nos distraemos con entretenimiento, lo que nos impide enfrentar las grandes preguntas internas. Como dijo Blaise Pascal: “todos tenemos que vérnoslas con Dios: significado, propósito, de qué trata mi vida, mi pecado, la vida eterna, cielo, infierno, purgatorio, salvación”. A pesar de su importancia, muchos respondemos con evasivas ante estas interrogantes existenciales.

Pascal nos anima a dedicar tiempo a sentarnos en silencio y enfrentar estas grandes preguntas. La Cuaresma es un periodo ideal para los católicos, un momento en el que se nos invita a dejar de lado las distracciones y reflexionar sobre cuestiones fundamentales. Cualquier ayuno que elijamos debe servir no solo para alejarnos de adicciones, sino también para evitar que estas distracciones desvíen nuestra atención de Dios y la vida eterna.

En el Evangelio de Lucas, encontramos un relato significativo sobre las tentaciones de Jesús, un pasaje que, a pesar de haber sido escuchado innumerables veces, nos invita a profundizar en su significado espiritual durante la Cuaresma. Cuando Jesús se retira al desierto por 40 días, se enfrenta a profundas realidades espirituales. Sobre el particular, Jesús experimenta una prueba que lo lleva a confrontar su debilidad, tentaciones y miedos. Este proceso es esencial para dar el salto hacia la madurez espiritual.

El relato de las tentaciones nos presenta al Señor enfrentando tres grandes desafíos. La pregunta subyacente es: ¿cómo puedo convertirme en la persona que Dios desea que sea? Jesús, aunque no cae en las tentaciones —pues no es un pecador—, siente las mismas tentaciones que nosotros, que nos desvían del camino que debemos seguir. Por lo tanto, es oportuno revisar estas tentaciones al comenzar la Cuaresma.

La primera tentación se presenta cuando el diablo le dice a Jesús: “No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan’”. Aquí, la tentación más evidente es la del confort. La seducción del pan es poderosa; la necesidad de alimento es fundamental. La comida, la bebida y el placer sensual son, en sí mismos, cosas buenas; como católicos, no somos puritanos, valoramos las cosas del mundo, incluyendo la comida y el placer. No obstante, cuando estas cosas se convierten en el bien supremo, se transforman en el faro que guía nuestra vida, lo que puede alejarnos del camino que Dios quiere que sigamos.

Joseph Ratzinger afirma: “No fuimos hechos para el confort, fuimos hechos para la excelencia”. Esta idea se alinea con la enseñanza de la Iglesia, que nos recuerda que estamos llamados a ser portadores de la gracia divina en el mundo. Cada uno tiene un papel único en esta misión, pero todos compartimos la misma esencia: ser canales de gracia. Si nuestra vida se enfoca solo en el confort, corremos el riesgo de perder el camino que Dios nos ha trazado.

Debemos tener en cuenta el riesgo de quedarnos en un lugar cómodo y placentero. No hay nada malo en disfrutar de un entorno acogedor, pero si solo buscamos el confort, nunca alcanzaremos la plenitud que Dios desea para nosotros. Es importante resistir la tentación de priorizar el confort y el placer.

Jesús nos recuerda: “Mira, no vivimos solo de pan, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios”. La vida plena no se limita a lo material; existe una fuente más elevada de vida que debemos buscar.

La segunda tentación aparece cuando el diablo lleva a Jesús a un monte elevado y le muestra todos los reinos de la tierra, ofreciéndole poder a cambio de adoración. El poder, por sí mismo, no es malo. Hay personas que lo ejercen con buenas intenciones, y Dios es descrito como todopoderoso, lo que demuestra que el poder no es intrínsecamente negativo. Sin embargo, puede convertirse en una tentación peligrosa que nos desvía del camino que Dios ha establecido para nosotros. Muchas personas pueden evitar la tentación del placer y del confort, pero son profundamente atraídas por la búsqueda del poder.

San Agustín describe el pecado como libido dominandi, que se traduce como “lujuria de poder”. Esta tentación está presente no solo en figuras públicas, sino también en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. A veces, Dios nos llama a ejercer su amor de manera humilde, a pesar de que otros puedan tener poder sobre nosotros. En el clímax de su vida, Jesús no ostenta poder alguno; es entregado a sus captores, al Sanedrín, a Poncio Pilato, y finalmente, a los verdugos que lo condenan a muerte. En su crucifixión, se despoja de todo poder humano, pero aún así, sigue el camino divino.

La segunda gran tentación nos invita a cuestionar: ¿Nos atrae el poder en todas sus formas? Si es así, no encontraremos el camino que Dios nos ha destinado. Si Dios nos otorga poder, debemos usarlo para sus propósitos, no para los nuestros. Es esencial recordar que solo debemos adorar al Señor, ya que solo Dios es el bien supremo. Si el poder se convierte en nuestro objetivo principal, comenzamos a adorar al diablo. Lo que elegimos adorar define la dirección de nuestras vidas.

Finalmente, llegamos a la última tentación. El diablo lleva a Jesús a la parte más alta del templo y le dice: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte”. Esta tentación es más sutil. Las anteriores eran directas —el placer sensual, el confort y el poder— y son fáciles de reconocer. Pero esta tentación implica utilizar a Dios para nuestros propios fines. Al arrojarse desde el templo, Jesús estaría manipulando a Dios para que lo protegiera, en lugar de rendirse a la voluntad divina.

Esta tentación está ligada a la soberbia, un pecado capital. La soberbia nos convierte en el centro de nuestro universo, haciendo que nuestro ego atraiga todo, incluso a Dios. Cuando decimos: “Señor, ¿por qué no haces lo que yo quiero? Oro, pero no obtengo lo que deseo”, estamos cayendo en la trampa de manipular a Dios.

La verdadera entrega a Dios significa aceptar sus propósitos, incluso cuando no los entendemos del todo. En su sufrimiento, Jesús clama: “Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado?”. Este es un sentimiento común en nuestra vida espiritual. Sin embargo, Jesús no intenta manipular a Dios, sino que realiza un profundo acto de rendición a su voluntad, diciendo: “Que se haga tu voluntad y no la mía” en el huerto de Getsemaní.

Al comenzar la Cuaresma, un tiempo de desierto y reflexión, es fundamental dejar de lado nuestras distracciones y confrontar preguntas importantes: ¿Qué caminos me alejan de Dios? ¿Cuánto espacio ocupa el confort en mi vida? ¿En qué medida el deseo de poder me desvía? ¿Estoy tratando de manipular a Dios para mis propios fines en lugar de rendirme a los suyos? Que estos próximos días nos ayuden a meditar y enfrentar estas interrogantes esenciales.

Area de Opinión
Libre emisión del pensamiento.

Le invitamos a leer o escuchar más del autor:

Edgar Wellmann

Profesional de las Ciencias Militares, de la Informática, de la Administración y de las Ciencias Políticas; Analista, Asesor, Consultor y Catedrático universitario.

Leave a Reply