OpiniónColumnas

Guerra sin Disparos: El Plan Silencioso de China para Rendir a Taiwán (Segunda Parte)

Zoon Politikón

La presencia de buques chinos en la zona contigua de 24 millas náuticas de Taiwán, sin cruzar el límite de 12 millas de aguas territoriales, tiene un alto valor simbólico. Pekín deja claro que no reconoce la soberanía marítima de la isla. Al mismo tiempo, contingentes más reducidos podrían desplegarse frente a Keelung, Taichung, Taipéi y Mailiao, con la posibilidad de cerrar también la costa este en una operación de cerco total. En este panorama, China podría reforzar su cerco con buques pesqueros de la Administración de Seguridad Marítima, que funcionarían como una milicia marítima civil. Aunque no estarían autorizados a abordar ni inspeccionar, su mera presencia dispersa serviría para llenar vacíos y socavar el control taiwanés. Esta mezcla de actores estatales y paramilitares complicaría cualquier respuesta directa, ya que podría implicar el riesgo de una escalada.

Más allá, en alta mar, la Armada china desempeñaría un papel de respaldo. Desplegaria grupos de batalla compuestos por portaaviones, destructores, fragatas y submarinos. Estos movimientos, ya ensayados por el Ejército Popular de Liberación (EPL), se complementarían con incursiones aéreas de aviones tripulados y no tripulados alrededor de la isla. La intención es disuadir cualquier intervención externa y mantener una presión constante sobre las defensas de Taiwán.

Si Taiwán decide responder militarmente atacando buques de la Guardia Costera china, esto podría desencadenar en un incremento de tensiones. Tal acción abriría la puerta a una guerra abierta que, dadas las dimensiones del poderío militar chino, Taiwán difícilmente podría sostenerse. La Guardia Costera de China no solo es la más grande del mundo, sino que también supera ampliamente en calidad y número a su contraparte taiwanesa.

Para apaciguar a la comunidad internacional, Pekín podría optar por suavizar temporalmente el bloqueo, limitando las inspecciones o enfocándose únicamente en buques taiwaneses. Pero, el daño ya estaría hecho. La mera amenaza de un bloqueo haría que muchas navieras internacionales evitaran el tránsito por la isla, lo que sería suficiente para generar un estrangulamiento económico.

China buscaría operar bajo el umbral que obliga a Estados Unidos y sus aliados a intervenir. Si el bloqueo inicial no logra duplicar a Taiwán, Pekín podría escalar de forma gradual. Se enviarían más unidades de la Guardia Costera y la milicia marítima, mientras que los buques de guerra se mantendrían a unas 70 millas náuticas para evitar los misiles antibuque taiwaneses.

La Armada del EPL controlaría el mar desde esa distancia, apoyada por sistemas de inteligencia, vigilancia y reconocimiento. Mientras tanto, intensificaría la guerra en la zona gris: submarinos chinos podrían colocar minas cerca de los principales puertos y terminales de energía. Instalaciones como la terminal de GNL de Yongan se convertirían en un blanco estratégico.

Pekín podría emitir advertencias a la industria naviera: cualquier buque o avión no autorizado que cruce la zona de cuarentena sería primero advertido y luego atacado si persistiera. Esta amenaza elevaría las primas de seguros, y muchas empresas detendrían sus envíos, agravando aún más el aislamiento de Taiwán.

Simultáneamente, se establecería una zona de exclusión aérea no oficial sobre la zona de identificación de defensa aérea (ADIZ) taiwanesa. La Fuerza Aérea del EPL, junto con su componente naval, buscaría imponer superioridad aérea, alejando a cualquier aeronave extranjera. Pekín podría incluso llevar a cabo patrullajes estratégicos conjuntos con Rusia sobre el Mar de China Oriental para disuadir a Japón y Estados Unidos.

La Fuerza de Misiles china también podría realizar ejercicios como demostración de poder. Con un arsenal de 1.800 misiles convencionales, todos con alcance sobre Taiwán, su mera activación funcionaría como un elemento disuasorio frente a cualquier respuesta extranjera.

Desde tierra firme, Pekín combinaría estas acciones con ciberataques dirigidos a las redes financieras y de comunicaciones de Taiwán, implementando además campañas de desinformación para debilitar la moral pública. Desestabilizar las instituciones desde adentro sería clave para quebrar la resistencia sin recurrir a un uso total de la fuerza.

Cortar el flujo de información sería esencial. Taiwán depende de más de una docena de cables submarinos para su conectividad; China podría sabotearlos y dejar la isla en la oscuridad digital. Aunque existe un acuerdo con la firma francesa Eutelsat para proporcionar internet satelital en caso de emergencia, la capacidad sería insuficiente para satisfacer las necesidades de la población civil.

Además, Pekín podría emplear una estrategia de aperturas tácticas dentro del bloqueo: pausas temporales que simulan voluntad de negociación, mientras continúa imponiendo condiciones. Este vaivén entre coerción y aparente diplomacia podría desgastar a Taiwán tanto política como psicológicamente. El objetivo final sería doblegar a la isla sin necesidad de una invasión directa.

Si Taiwán, pese a todo, resistiera, el conflicto podría escalar rápidamente. Una respuesta militar de Taipéi contra buques o aeronaves chinas, o la llegada de ayuda directa estadounidense, romperían el equilibrio. En estás condiciones, el EPL podría dar luz verde a una campaña de relámpago de ocupación, una operación de fuerza total que involucraría misiles balísticos, artillería naval, incursiones anfibias y operaciones aerotransportadas.

El resultado de tal conflicto sería una guerra de consecuencias impredecibles. Taiwán cuenta con defensas modernas, un fuerte sentido de voluntad nacional y una sociedad cohesionada. No sería una conquista rápida ni limpia. Las principales ciudades, las bases militares y los centros industriales se convertirían en escenarios de combate, con un altísimo riesgo de derramamiento de sangre civil y escalada regional.

Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Australia, aunque divididos en tiempos de paz, podrían converger si el conflicto se intensifica. Washington ha enviado señales ambivalentes, pero una intervención abierta no puede descartarse. El estrecho de Taiwán se convertiría en el epicentro de un enfrentamiento entre grandes potencias.

En resumen, aunque un bloqueo naval “silencioso” permitiría a China evitar el costo inmediato de una guerra, también representa una apuesta riesgosa y prolongada. No hay garantía de que Taiwán se doblegue, ni de que el mundo permanezca pasivo. En este tablero geoestratégico, Taiwán es más que una isla: se ha convertido en la línea de fractura entre dos visiones del orden mundial.

Una guerra en el estrecho de Taiwán no solo redefiniría la hegemonía en Asia, sino que podría inaugurar un nuevo modelo de coerción internacional: uno en el que el silencio del mar se convierte en la voz dominante de una potencia que no necesita disparar para conquistar.

Area de Opinión
Libre emisión del pensamiento.

Le invitamos a leer más del autor:

Edgar Wellmann

Profesional de las Ciencias Militares, de la Informática, de la Administración y de las Ciencias Políticas; Analista, Asesor, Consultor y Catedrático universitario.

One thought on “Guerra sin Disparos: El Plan Silencioso de China para Rendir a Taiwán (Segunda Parte)

  • Excelente artículo

    Respuesta

Leave a Reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.