Democracia y Populismo: la gran confusión de nuestro tiempo
Del Escritorio del General
Este domingo, conversando con mi esposa, surgió una pregunta que parece sencilla pero que encierra una enorme complejidad: ¿cuál es la verdadera diferencia entre democracia y populismo?Su cuestionamiento me llevó a reflexionar profundamente, no solo para darle una respuesta, sino para comprender mejor un fenómeno que hoy marca la arritmia política de muchos países.
La democracia, entendida en su esencia más pura, es simplemente un mecanismo de elección. No es un modo de vida ni una panacea moral; es la herramienta mediante la cual los ciudadanos deciden quién los gobernará. Es el pueblo quien elige, pero no garantiza, por sí sola, ni la calidad de los elegidos ni la rectitud de sus actos. De ahí que sea tan peligrosa la confusión actual, donde a la democracia se la viste de populismo y al populismo se lo disfraza de democracia.
El populismo, a diferencia de la democracia, es una estrategia de seducción política. Es el arte de prometer sin medida, de ofrecer el cielo a cambio de votos, sin sustento ni responsabilidad. Regalos inmediatos, promesas imposibles, discursos de complacencia: esa es su naturaleza. Y así, bajo la apariencia de cercanía con el pueblo, el populismo destruye lentamente los fundamentos de la república, que exige gobernar con visión de largo plazo, no con la urgencia del aplauso inmediato.
Muchos movimientos actuales, nacidos bajo el estructuralismo comunista, han devenido en fábricas de populismos. Grupos creados artificialmente, movilizados primero para conquistar poder y luego desechados o atacados cuando se atreven a cuestionar a sus propios creadores. Una maquinaria diseñada para usar al pueblo como instrumento, no para servirle como fin.
Observamos, por ejemplo, los primeros cien días del gobierno de Donald Trump. Más allá de simpatías o rechazos, hay un hecho innegable: sus acciones no respondieron al molde populista de simplemente complacer. Aunque su estilo generó resistencia, los cambios impulsados apuntaron a fortalecer la economía, a proteger los intereses nacionales, a plantear una transformación estructural que, como todo proceso real, incomoda en el presente pero apuesta al futuro.
La historia estadounidense, que limitó la reelección presidencial tras la experiencia de Franklin D. Roosevelt, nos enseña que incluso las democracias más sólidas deben blindarse contra la tentación de perpetuar el poder. El populismo, en cambio, no busca fortalecer sistemas: busca rendirlos ante la tiranía del deseo inmediato.
La gran confusión de nuestro tiempo radica en olvidar que la república y la democracia no son sinónimos. La república es la forma de gobierno que responde al interés general; la democracia es apenas el mecanismo mediante el cual se eligen a quienes deben gobernarla. Pero si la elección se pervierte mediante el populismo, entonces se desnaturaliza todo el sistema. Se elige al que promete más, no al que sirve mejor.
En países como Guatemala, donde las leyes electorales restringen absurdamente la promoción política a unos pocos meses de campaña, se fomenta un ambiente en el que el populismo reina. Sin debate público, sin exposición constante de ideas, los electores eligen a ciegas, seducidos por la propaganda más ruidosa o el regalo más inmediato. No ganan las mejores propuestas, gana el que grita más fuerte.
Cambiar esta realidad es urgente. Necesitamos reformas profundas: elecciones directas de personas, no de listados anónimos; debates públicos permanentes; ciudadanos informados y críticos. Solo así lograremos que la democracia no sea una simple feria de promesas, sino el instrumento para fortalecer una república verdadera, donde los gobernantes sean servidores y no dueños del poder.
La democracia es apenas la puerta. El camino, la meta y el verdadero sentido de toda lucha política debe ser la república: un gobierno de leyes, de principios, de futuro. Un gobierno que piense en los hijos y los nietos, no en el aplauso de la próxima semana.
Con espíritu de vencedores, avancemos hacia ese ideal. Recuperemos el verdadero significado de la política, antes de que el populismo termine por vaciarla de todo contenido.

Le invitamos a leer más del autor: