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Visión Clara, Corazón Humilde: El Verdadero Milagro

Desde La Ventana De Mi Alma

Vivimos en un mundo donde las apariencias muchas veces valen más que la esencia, donde los juicios se forman más por los ecos de otros que por el verdadero encuentro con el alma. Se juzga a la gente por lo que otros opinan, se repiten conceptos ajenos sin pasar por el filtro del amor ni de la sabiduría, y se camina a ciegas por la vida, como si la visión espiritual estuviera velada por una bruma densa.

Juzgar a alguien por lo que otros dicen es como mirar una estrella a través del humo: la luz siempre está, pero nos negamos a verla.

Cuando vivimos desde un nivel elevado de conciencia espiritual, comprendemos que cada ser es una chispa del Creador… y por ello, merece ser visto desde el alma, no desde los ecos distorsionados del juicio ajeno.

Los comentarios que nacen desde la sombra no definen a nadie, sino que revelan más del corazón que los pronuncia.

Un alma despierta no se deja arrastrar por rumores ni suposiciones. En cambio, busca —aun en el rincón más escondido— ese punto de luz que vive en todos. Y al reconocerlo, lo enciende.

Cuando actuamos desde este lugar sagrado, cuando elegimos ver lo divino en cada ser, estamos, sin darnos cuenta, transformando el mundo.

Porque cada mirada luminosa es un acto de amor.

Y cada acto de amor es una llama que enciende la redención del universo.

Pero ¿cómo podemos ver los milagros de la existencia si nuestra mirada interior está nublada? ¿Cómo ser un milagro en la vida de los demás si no hemos aprendido a mirar con los ojos del alma?

Cuando la visión espiritual está nublada por la bruma del juicio, el ego o la ignorancia, no podemos ver los milagros… porque los milagros no se revelan a los ojos comunes, sino al alma que ha aprendido a ver con claridad y humildad.

Ver milagros requiere pureza de intención.

Es como encender una lámpara en medio de la neblina: no disipa todo de inmediato, pero sí alumbra el camino propio… y al hacerlo, también guía a otros.

Convertirse en un milagro para alguien no implica hacer grandes hazañas; a veces basta con un acto sincero de comprensión, un silencio que escucha, una palabra que levanta, un abrazo que no exige.

Cuando cultivamos una mirada limpia y un corazón despierto, entonces el milagro se vuelve cotidiano… y nosotros, sin buscarlo, nos volvemos canal del Amor.

Ver milagros, ser milagro ¿Cómo podemos ver los milagros o ser un milagro en la vida de otros si nuestra visión espiritual está cubierta por la bruma?

La respuesta está en el despertar. Cuando el alma duerme, todo parece oscuro, incierto, confuso… pero cuando se enciende la lámpara interior, lo cotidiano se transforma en sagrado, y lo invisible se revela ante nosotros como un susurro divino.

Juzgar a otros por lo que alguien más ha dicho es como caminar por la niebla creyendo que conocemos el paisaje. Pero cuando decidimos ver con nuestros propios ojos y, sobre todo, con el corazón, descubrimos que cada ser guarda un punto de luz… A veces tenue, a veces escondido, pero siempre presente.

Ser un ser espiritual no es llevar una etiqueta, sino una forma de mirar: mirar con ternura, con compasión, con humildad.

Y en esa mirada limpia, vemos milagros.  Y, sin darnos cuenta, nos volvemos uno.

Porque la verdadera transformación del mundo empieza cuando dejamos de replicar sombras… y nos convertimos en reveladores de luz.

El orgullo —ese disfraz del ego que se presenta como fuerza, pero que en realidad es miedo vestido de poder— se ha convertido en una barrera dolorosa que nos impide conectar con lo divino en los otros.

Orgullo de saber, orgullo de tener, orgullo de parecer. Pero ese orgullo, lejos de nutrirnos, nos empobrece el espíritu, nos aleja de la compasión y nos hace sordos al susurro de la verdad. Porque el que cree saberlo todo ya no aprende, y el que se siente por encima ya no abraza.

Cuando realmente despertamos, comprendemos que el ser humano no vino a este mundo a competir, ni a demostrar, ni a defender su imagen. Vinimos a iluminar, a sanar, a compartir. Y para eso hace falta humildad, la más alta de las virtudes, porque sólo desde allí puede brotar la sabiduría verdadera.

La luz no se impone. Se revela. Y sólo los ojos limpios de prejuicio y el corazón libre de orgullo pueden percibirla.

Por eso, dejemos de mirar con los ojos del juicio, y comencemos a ver con el alma despierta. Miremos más allá de las palabras, de las apariencias, de los rumores. Descubramos el punto de luz en cada ser, incluso en aquellos que se esconden tras una coraza de dureza. Porque allí, detrás del orgullo, también habita una historia, una herida, una búsqueda.

El mundo necesita menos orgullo y más compasión. Menos concepto y más encuentro. Menos ego y más alma.

Y quizás así, con una visión clara y un corazón humilde, comencemos a transformar este mundo… desde dentro.

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Angie Lu

Lcda. en Ciencias de la Educación. Universidad Estatal.Guayaquil. Lcda. en Filosofía y Letras. Universidad Central del Ecuador. Columnista Periódico "EL SOL" Cartagena- COLOMBIA. Columnista Diario. La TRIBUNA. México. Articulista: Revista TOP MAGAZINE. Orlando-Florida Articulista Diario EXTRA. San José. Costa Rica. Articulista periódico Canarias Opina. Telde, Islas Canarias. ESPAÑA. Escribo por vocación para comunicar y por necesidad vital, creo que la palabra escrita es inmortal y es el acto libertario mas poderoso que existe y más aún podemos crear sinergia colectiva a través de la lectura. Escribo para divulgar mis emociones recogiendo metáforas simples o complejas, que me permitan meditar para existir y coexistir buscando la armonía con mis congéneres, y para celebrar con la palabra la belleza de la vida y el universo.