Escollos hacia una Constituyente
En nuestros pueblos —sometidos a la arbitrariedad y la corrupción— es ineludible percibir que muchos ciudadanos se adhieren al poder en busca de oportunidades, incluso apoyando a candidatos con reconocidas trayectorias corruptas. Esto le da vida a la creencia de que la población padece una naturaleza oportunista y por eso favorecen el clientelismo y el sistema que lo hace posible.
Antes de ceder frente a esta percepción y culpar a la ciudadanía, es apropiado preguntarse si existen incentivos negativos —separados de la cultura moral—, que descarrilan la lucha contra el clientelismo y obstaculizan la reforma de la estructura gubernamental. La respuesta a esta pregunta es importante porque esclarece la razón por la que la abrumadora mayoría de la población, personas buenas, limita su participación a quejarse y, los activos, se dedican a culpar a la ‘cultura moral’ como forma de enmascarar la estructura que le otorga poderes desmedidos al bando que llegue al poder.
¿Cuáles son estos incentivos negativos? Uno, probablemente el más influyente, es la dependencia. Esta se origina a partir de estructuras gubernamentales confeccionadas con el ánimo de proporcionar a los políticos una forma de castigar o recompensar individualmente a los jueces, reguladores y otros servidores públicos que, bajo su control, extienden el dominio de sus redes clientelistas sobre la sociedad. El resultado es que muchos ciudadanos temen arriesgar su bienestar, por lo que se han doblegado ante un sistema ineludible.
Un segundo motivo es el temor creado por la incertidumbre. Se puede afirmar que corregir la estructura gubernamental que le da vida al clientelismo resultaría ampliamente beneficioso. Pero esto no pasa por alto el hecho de que también crearía perdedores. El problema radica en que el sistema clientelista, por diseño, marca las vidas de muchas personas en todas las esferas sociales, y es imposible discernir con certeza quién sería afectado de una u otra manera con tal cambio. Cuando no existe certeza, incluso con el conocimiento de que la gran mayoría saldría beneficiada, la posibilidad de salir personalmente perjudicado es inquietante, lo que induce a la apatía o a la resistencia. La inquietud es mayor aún para quien ya es próspero, como muchos empresarios y líderes de la comunidad, que tienen poco que ganar y mucho que perder.
Una tercera causa de incentivos negativos son los problemas de acción colectiva. Estos surgen cuando las metas comunes divergen de las individuales. En la esfera política, existe un interés común en que la ciudadanía confluya para financiar un movimiento que impulsa a los candidatos que deseen trabajar solo por el bien colectivo. El reto es que no existe el mismo interés en cargar personalmente con parte del costo de patrocinarlo. Además, no existe ventaja individual en apoyarlo, ya que los beneficios de su triunfo serían aprovechados independientemente de sí, se ha contribuido personalmente a su logro o no. Asimismo, no existe garantía de que dicho movimiento saldrá victorioso. En contraste, los partidos clientelistas emplean el poder estatal para beneficiar exclusivamente a quienes los conforman. Y muchos, incluso aquellos que comparten el furor contra la corrupción, se ven obligados a resguardar su bienestar, lo que implica aliarse y patrocinar a las facciones con agenda clientelista. Los resultados no varían: una población que instintiva y correctamente descalifica la viabilidad de toda agrupación política, excepto si su operación es decididamente clientelista.
Una cuarta fuente de incentivos negativos nace del deseo de preservar nuestra identidad. El ser humano se identifica a sí mismo por su realidad externa: su posición, sus afinidades y el entorno que lo rodea. Cuando estas condiciones se alteran, se siente desorientado y, pese a ser consciente de la problemática que crean, se consideran como parte inherente al ser. El clientelismo, la dependencia política y la oportunidad basada en el favoritismo son parte de la cultura nacional y afectan las costumbres a través de las cuales se practican la política y los negocios: cómo conseguir empleo público o un permiso, o negárselos a la competencia. Es una percepción correcta que enfrentar estas prácticas cambiaría nuestra identidad de lo familiar a lo desconocido. Este sentimiento le otorga a la población un deseo, a veces inconsciente, de preservar el estado actual, sea cual sea.
En conclusión, los incentivos negativos explican los escollos que impiden reformar la estructura gubernamental, así como los que obstaculizan el apoyo hacia candidatos que no practican el clientelismo. Pero no se debe culpar a la víctima. Facilitar que la población, en su mayoría bondadosa, alcance estos objetivos recaerá en nuestra destreza intelectual, no la moral (esta no basta), para idear rutas que esquiven estos y otros incentivos negativos, los cuales, aprovechándose de las debilidades humanas innatas, impiden el cambio. Numerosas sociedades lo han logrado.

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