La pregunta que los filósofos se han hecho desde hace siglos es: “¿què hay de malo en la felicidad?, lo que se podría comparar como preguntar ¿qué hay de cálido en el hielo y de hediondo en la rosa?”

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La justicia en Guatemala, está lamentablemente politizada y la conducen en términos generales sobre la base de intereses creados.
Nuestro país ya no está para juegos de apariencias, de discursos incoherentes y desfasados con la realidad doliente de la nación, porque la vida humana está siendo sacudida por la irracionalidad de los que poseen las riquezas y por la actitud poco competente y transparente de los gobernantes de turno y los politiqueros de ocasión.
Los guatemaltecos aspiramos a vivir con certeza e igualdad de oportunidades, lo que se traduce en la búsqueda de un modelo educativo que ofrezca trascender los niveles de incertidumbre, desconcierto, confusión e improvisación que está presente.
La educación es lo que marca la diferencia de una u otra sociedad.
Es uno de los meses en el cual las personas nos arrinconamos con cariño alrededor de nuestros semejantes.
Nuestros poetas guatemaltecos le han cantado a la tristeza, al drama humano, a la pobreza, a la niñez desnutrida y a las madres abandonadas. Pero también al fusil guerrero por la libertad y la justicia. Al amor y a la esperanza.
El doctor Antonio Gallo de la orden de los jesuitas, es un italiano que tuvo la osadía de llegar a América Latina para encontrar un camino.
Mis padres, de origen chiquimulteco, decidieron migrar a la ciudad capital de Guatemala.
El primer elemento a considerar, consiste en el hecho de ver que vivimos en un contexto convulso y cambiante, en el que se manifiestan continuos avances científicos, tecnológicos, desarrollo de redes de información.
¿Qué sucedería si las grandes avenidas de la zona uno cerraran por las mismas causas que lo hacen los habitantes de las colonias?
“La política es el arte de lo posible a partir de la razón en el ámbito de la sociedad”.
Múltiples intereses individuales y de grupos de presión que obedecen a diferentes signos políticos, económicos e ideológicos, actúan desde el faro de la sospecha y la desconfianza con el propósito de ahogar la escasa institucionalidad del país.
“Pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que me impuso la vida, que el odio termina estupidizando”. José Mujica.
“Ellos pueden matar a nuestros dirigentes, pero mientras haya pueblo habrá revolución” (Oliverio Castañeda de León)