Cada cierto tiempo aparecen en los medios noticias devastadoras sobre la destrucción de la naturaleza viva del planeta.
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La destrucción de la naturaleza por parte de la humanidad está teniendo impactos catastróficos, no solo en las poblaciones de fauna y flora salvajes, sino también en la salud humana y en todos los aspectos de nuestras vidas.
El primer paso para destruir la naturaleza lo dio el sapiens al convertirse en sedentario.
En 25 años perdimos más del 20% de la masa boscosa en el país y con ello una infinidad de seres vivos que dependen y viven de ellos.
De acuerdo con el informe “Los desechos 2.0”, publicado por el Banco Mundial, los desechos municipales en el mundo podrían aumentar un 70% en los próximos 30 años.
Ya está bien de inútiles batallas entre sí, ¡no más guerras!, sembremos la reconciliación.
Una sombra de incertidumbre se propaga por todo el mundo. La humanidad pierde confianza en los gobiernos democráticos, en la eficiencia y transparencia del mercado y en los derechos humanos.
Mientras el ser humano no piense de otra forma, es decir, en derechos de la naturaleza, no avanzará ni un paso en detener la destrucción del ambiente.
Muchos se preguntan sí la humanidad saldrá de la pandemia ilesa para continuar su camino depredador del planeta hasta convertirlo en una masa de cemento sin vida, pero con elevados niveles de consumo y satisfacción de las necesidades humanas; o sí estaremos ante el milagroso inicio de una sociedad respetuosa y protectora del resto de especies, construyendo un mundo de armonía y felicidad eternas.
En una noche fría, angustiante y tenebrosa, me encontraba angustiado y solo, desplomado sobre mi escritorio cuando sentí la visita de un ser que en su forma poderosa, se muestra infalible, equitativa e imparcial.
La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón.
En apenas 200 años el ser humano se hizo dueño y diseñador del mundo. Tanto los sistemas sociales, culturales, políticos y productivos fueron dominados en forma absoluta por uno de los habitantes del mundo.
Sí algo distingue al ser humano es el egoísmo. En nuestro afán de producir bienes y servicios en abundancia, no paramos ante el sufrimiento de animales y plantas. Ni nos interesa la suerte del resto de seres existentes en el planeta.
Los humanos vivimos de imágenes, sueños y mitologías. Una de las leyendas que todos llevamos en el corazón es la historia del juicio final.
Todos los países somos capitalistas: vamos a producir, intercambiar y consumir intensamente, destruyendo el ambiente, para generar bienes y servicios para una humanidad sedienta de un placer que no provoca satisfacción.
Las amenazas no pasan indiferentes para nadie, el cambio climático provocado por la actividad humana es la fuente de la mayor amenaza del siglo XXI, que podría ser el último para la vida en este pequeño mundo.