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Centroamérica en la Encrucijada (Parte Tres)

Zoon Politikón

La trampa del dragón: China y la nueva dependencia centroamericana

Centroamérica ha dejado de ser un espacio periférico en la geopolítica global. Su ubicación entre dos océanos, su proximidad estratégica a Estados Unidos, su función como corredor comercial y migratorio, y su creciente papel en cadenas logísticas internacionales la han convertido en un territorio donde las potencias buscan influencia y presencia. Durante décadas, las relaciones predominantes fueron con Estados Unidos, Europa y socios democráticos de Asia. Pero en los últimos años, un nuevo actor ha ido tomando posiciones con una velocidad sorprendente: la República Popular China. Su entrada no ha ocurrido mediante bases militares o declaraciones ruidosas, sino a través de una diplomacia sofisticada que combina financiamiento rápido, tecnología atractiva y promesas de desarrollo acelerado. Sin embargo, esa oferta, seductora en apariencia, esconde una lógica de dependencia diseñada con precisión.

China ha presentado su modelo en la región como una oportunidad para resolver déficits históricos de infraestructura. Carreteras, puentes, puertos, telecomunicaciones, plantas eléctricas y créditos blandos se ofrecen como parte de un paquete que promete transformar economías rezagadas. Pero, a diferencia de las inversiones provenientes de democracias liberales, las empresas chinas actúan como brazos ejecutores del Partido Comunista Chino. No son compañías privadas en el sentido occidental: forman parte de una estrategia geopolítica que busca acceso a recursos, control de infraestructura crítica y creación de relaciones de dependencia a mediano y largo plazo. Cada contrato no responde únicamente a una lógica de mercado, sino a una lógica de poder estatal.

El problema central no es solo aquello que China ofrece, sino el modo en que lo ofrece. La mayoría de los acuerdos firmados en Centroamérica se concreta sin licitaciones abiertas, sin competencia, sin supervisión independiente y con cláusulas de confidencialidad que ocultan condiciones poco favorables. Esto transforma la infraestructura en un instrumento de presión financiera: los países quedan comprometidos con deudas difíciles de renegociar, concesiones extensas o presencia prolongada de operadores extranjeros en sectores clave. Lo que comienza como cooperación termina, con frecuencia, como dependencia estructural.

La vulnerabilidad es mayor en sectores estratégicos como las telecomunicaciones. Mientras varios gobiernos latinoamericanos han permitido la entrada de empresas chinas para expandir sus redes, numerosos países europeos han actuado en sentido contrario. Reino Unido, Alemania, Suecia y otros vetaron a Huawei en sus redes 5G al considerar que permitir a una empresa vinculada al Partido Comunista Chino controlar la infraestructura digital equivaldría a ceder soberanía tecnológica y exponerse a espionaje potencial. Centros como el CSIS (Center for Strategic and International Studies) Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales han documentado estos riesgos: la infraestructura digital no es un servicio comercial, sino una plataforma de control de información. En países con instituciones frágiles, esa vulnerabilidad se multiplica.

A la vez, el modelo chino ha avanzado con especial fuerza en regiones del mundo donde la institucionalidad es débil. África y el sudeste asiático son ejemplos paradigmáticos. Proyectos presentados inicialmente como motores de desarrollo terminan generando crisis fiscales, cesión de activos estratégicos o concesiones prolongadas ante la incapacidad de los gobiernos deudores de cumplir con los pagos. El caso del puerto de Hambantota en Sri Lanka —operado por China durante 99 años— se ha convertido en símbolo internacional de las consecuencias políticas de estos acuerdos. En África, la opacidad contractual y la intervención masiva de contratistas chinos debilitó aún más las instituciones locales, dejando a los gobiernos sin margen real de decisión.

Centroamérica corre el riesgo de repetir ese patrón. Con economías pequeñas, espacios fiscales reducidos y una institucionalidad erosionada por conflictos internos y corrupción, la entrada de China no es neutra: se inserta donde los Estados son menos capaces de regular, fiscalizar o negociar condiciones favorables. Los gobiernos buscan obras rápidas, las urgencias son reales y la tentación de aceptar contratos opacos es grande. Pero es precisamente en ese entorno donde la región debe actuar con mayor cautela.

En este punto, las comparaciones importan. Mientras China opera mediante opacidad contractual y empresas estatales alineadas a un aparato político autoritario, Taiwán —una democracia consolidada y vibrante— ha desarrollado un modelo radicalmente distinto de cooperación internacional. Sus programas son técnicos, transparentes y orientados a fortalecer capacidades locales. En varios países centroamericanos, la cooperación taiwanesa ha dejado huellas positivas: becas en educación superior y programas técnicos; proyectos de salud pública que incluyen hospitales móviles, modernización de laboratorios y transferencia de tecnología médica; iniciativas de agricultura inteligente; y apoyo a pequeñas y medianas empresas mediante programas de innovación tecnológica. Esta cooperación no condiciona decisiones políticas ni exige concesiones estratégicas: construye capacidades, no dependencias.

Taiwán, además, es un aliado coherente con los valores que Centroamérica afirma defender: democracia, transparencia, pluralismo institucional y economía basada en reglas claras. Mientras China utiliza la economía como herramienta diplomática, Taiwán opera mediante una diplomacia de cooperación técnica y proyectos verificables. Esto no significa idealizar a ningún actor, sino reconocer diferencias sustantivas en los modelos que se ponen en juego. La transparencia no es un detalle. Es la frontera que separa la cooperación genuina del condicionamiento estratégico.

Para países como Guatemala, que han mantenido relaciones con Taiwán pese a la presión económica y diplomática de Pekín, esta diferencia es fundamental. La decisión no es solo un acto de política exterior, sino un gesto de afirmación estratégica: optar por aliados que refuercen la autonomía y no por actores que la erosionen. En foros multilaterales, Taiwán ha sido un socio estable que respalda mecanismos de gobernanza democrática y cooperación internacional técnica. Su rol como modelo de desarrollo asiático —basado en innovación tecnológica, Estado de derecho y competitividad empresarial— ofrece una ruta de aprendizaje más compatible con los intereses a largo plazo de la región que el capitalismo político de Pekín.

Esto no implica que Centroamérica deba excluir a China. El mundo exige relaciones diversificadas. Pero sí significa que cada decisión debe evaluarse bajo un principio claro: la autonomía no se negocia. El desarrollo sostenible exige transparencia, competencia abierta, marcos regulatorios sólidos y una diplomacia que no intercambie soberanía por financiamiento rápido. La región debe relacionarse con todos, pero depender de nadie.

El verdadero desafío no está en elegir entre socios comerciales, sino entre modelos de desarrollo. Uno basado en instituciones fuertes, transparencia y cooperación técnica; otro basado en opacidad, deuda condicionante y control de infraestructura estratégica. La trampa del dragón no se presenta como amenaza, sino como oportunidad. Pero su costo aparece después, cuando la infraestructura crítica ya no está bajo control propio y las decisiones de política pública dejan de ser realmente soberanas.

Centroamérica aún está a tiempo de evitar ese escenario. Para ello, necesita fortalecer su institucionalidad, diversificar sus alianzas y entender que la libertad y la soberanía no se pierden de un golpe, sino a través de concesiones discretas pero acumulativas. Defender la autonomía no es un acto de confrontación: es un acto de responsabilidad. Y es, sobre todo, la condición indispensable para que la región pueda construir un futuro donde el crecimiento económico camine de la mano con la libertad, el orden y la dignidad democrática.

Continuará…

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Edgar Wellmann

Profesional de las Ciencias Militares, de la Informática, de la Administración y de las Ciencias Políticas; Analista, Asesor, Consultor y Catedrático universitario.

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