La ciudad herida en “Razia”, de Pablo Montoya
El relato, dividido en cuatro partes, comienza con la imagen de una mujer que despierta en una habitación, junto a un hombre dormido, y descubre una dimensión paralela, invisible para su realidad cotidiana. En “Razia”, Pablo Montoya personifica el objeto de la vela en una mujer que busca otra realidad, pero que, a su vez, teme encontrar algo capaz de irrumpir en su universo. Desde su ventana, corre la cortina y observa una ciudad misteriosa, donde se perciben murmullos: “La calle Saint Honoré aparece, solitaria, envuelta en el bochorno del verano. Mira la penumbra de los árboles”.
La atmósfera inicial se construye en un París cargado de recuerdos, de un antes y un después que prometía esperanza, pero que en el ahora se presenta oscuro y conflictivo. De ahí que la mujer recuerde el dicho de su marido: “Los nuevos tiempos prometían concordia. Prueba de ello era el matrimonio entre los Navarra y los Valois”. Esta frase alude a un hecho político y religioso de 1572, en el que se intentó reconciliar a católicos y protestantes en Francia. La boda celebrada reunió a la nobleza de ambas confesiones, pero tras ella, se desató la matanza de San Bartolomé, donde los católicos, instigados por Catalina de Médici, asesinaron a miles de protestantes.
Este episodio es considerado uno de los más trágicos de la historia europea. Por ello, la vela y la mujer simbolizan una luz que intenta emerger entre la oscuridad de esos tiempos. Ante la ausencia de esperanza y sueños, la mujer regresa a la ensoñación que le ofrece la vela: “El fuego quieto le parece la mejor expresión de que el tiempo está prisionero en una grieta que ella quiere penetrar y no puede”. La revelación que surge de la ensoñación de la vela provoca que la habitación se mueva y una campana resuene, simbolizando la coexistencia de dos mundos: uno, en el que ella se imagina ese otro mundo lleno de oscuridad; y otro, en el que el hombre permanece dormido en la habitación.
La mujer, que no ha podido conciliar el sueño en días, escucha las campanas desde su vigilia. Esos sonidos de iglesias antiguas representan una suspensión en el tiempo: “El cansancio era excesivo. Producto de los largos caminos andados, de noches vividas a la intemperie, bajo lluvias torrenciales y vientos de látigo”. En lugar de vivir el ahora, es ese otro mundo el que presiente y escucha, un mundo que se manifiesta tanto en lo que ve a través de la ventana como en la otra dimensión de la habitación donde está el hombre. Ese “otro mundo” es el preludio a la guerra de independencia, o lo que se conoció como la “revolución comunera”, liderada por campesinos en la provincia de Santander en junio de 1781.
En el hombre dormido, la mujer encuentra una sensación de calma y desapego del mundo exterior. La atmósfera es densa y paralizante. Existen dos mundos, el interior y el exterior: dentro, la vela es el único anclaje a la realidad; pero la oscuridad protesta en sus oídos, bombardeando el espacio en calma: “En su mente se vuelven a cruzar voces de protesta y cascos de caballos realistas que persiguen. Afuera hay un rebuznar, ladridos, una palabra que atraviesa la atmósfera”. El anhelo de despertar al hombre es constante, como si su despertar significara el fin de ese otro mundo. Por ello, se aferra cada vez más al objeto que prolonga su ensoñación: la vela.
El tacto es el sentido predominante en la narración, ya que la mujer toca cada objeto de la habitación para reafirmar su realidad. Mientras tanto, sueña despierta, sigue imaginando junto al hombre dormido. La imagen de la ciudad se configura como un enemigo, un lugar de discordia y desolación: “La guerra guardaba un enemigo en cada calle, en cada esquina, en cada casa de la capital invadida”.
En el tercer pasaje de la narración, surge algo inaudito: la mujer se acerca a la ventana y una boca aparece para devorar a la pareja. Esta personificación simboliza el miedo que destruye, el miedo a la espera, a lo inesperado: “El miedo, concluye, es una araña que teje una tela opaca tan vasta como el universo”.La mujer cierra los ojos y ve el miedo, despierta y ve la devastación de una guerra sin sentido. No obstante, no puede deshacerse de esa tela negra con patas de araña que poco a poco la va configurando: “Hunde la mano en el bolsillo. Se tropieza con el pedazo de tela burda, amarilla y de puntas negras, que diseña la estrella de la identidad”.
El miedo, el insomnio y la capacidad imaginativa de la mujer se originan a partir de un aviso anónimo, una falsa alarma. Por eso el hombre le pide permanecer en casa, pero la mujer tiene premoniciones que la impulsan a buscar otro refugio o a abandonar el barrio de Saint Paul que reconstruye en su mente. El mensaje es ambiguo, pero ella percibe señales y sabe que algo sucederá esa noche. El relato concluye cuando escucha que alguien derriba la puerta y un grupo armado irrumpe en la habitación. Sus presentimientos eran ciertos, y aquello que imaginaba se materializa. La imagen de la ciudad, entonces, se describe como “un hombre acostado y herido de luces parpadeantes”.
La violencia es extrema, y la guerrilla se extiende por Medellín, Santo Domingo y Guayaquil. El hombre es desalojado y amenazado por paramilitares y el ejército, y la llama que la mujer imagina se extingue cuando asesinan a su marido. Lo que comenzó como una ensoñación termina convirtiéndose en una cruda realidad: “En una de sus manos aprieta algo con impotencia. Al abrirla, ve un pequeño cabo de vela. Está apagada. Pero su humo traza una figura”.
La fragmentación narrativa potencia el desarrollo de los acontecimientos, entrelaza la imaginación con larecurrencia del símbolo de la vela. Esta imbricación sugiere una profunda reflexión sobre la conciencia y la violencia, un tema recurrente a lo largo del relato. La historia se articula desde diversas perspectivas, como Francia o Colombia, pero todo converge en un punto: las sombras que oscurecen a una humanidad sumida en la ignorancia.
El miedo latente a la espera se proyecta hacia el futuro, lo que plantea una interrogante fundamental: ¿se producirá una transformación real o la historia simplemente se reiterará, aunque con diferentes protagonistas y contextos? El título del relato de Pablo Montoya, “Razia”, evoca precisamente esta repetición. El término, que alude a la incursión rápida y violenta de un grupo armado con fines de saqueo, captura o asesinato, remite a un fenómeno que persiste a través de diferentes geografías y épocas.
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