
Cuando el mar ruge
Fectiva
El viaje de Pablo rumbo a Italia no fue solo un trayecto en barco; fue un espejo de la vida misma, donde los vientos cambian de repente y las tormentas nos alcanzan sin pedir permiso. El relato nos habla de días de viento contrario, noches sin estrellas, decisiones equivocadas, miedo, hambre, cansancio… y una tripulación que, en algún momento, “perdió toda esperanza de salvarse”. ¿Te resulta familiar?
En la vida cotidiana, todos navegamos mares así: días tranquilos que de pronto se ven invadidos por tormentas inesperadas: Un diagnóstico inesperado, puertas cerradas, una traición, una pérdida de un ser querido.
En cada tormenta hay un instante donde el cielo se oscurece tanto que uno ya no sabe dónde está el norte. Y como los marineros, a veces también queremos “abandonar el barco”, escapar, rendirnos, soltar todo.
Pero en medio del caos, hay un detalle que cambia toda la narrativa: aunque pasaron catorce días de angustia y al final el barco naufragó, Dios no permitió que Pablo naufragara sin propósito. La tormenta fue real. El miedo fue real. El daño a la nave fue real. Pero también lo fue la promesa que Dios le dio: “No temas… yo te guardo, y salvaré a todos los que van contigo.”
Dios no calmó el viento de inmediato. Dios no evitó la tempestad. Pero sí estuvo en control y salvó a todos los que estaban en la embarcación.
Aquí está la enseñanza profunda: a veces Dios no detiene la tormenta, pero sostiene tu vida en medio de ella. A veces no salva la nave… pero salva a quienes van en ella. A veces permite que las tablas se rompan… solo para que te lleven a la orilla segura.
Pablo no llegó a tierra en un barco elegante. Llegó en pedazos, mojado, cansado y hambriento, pero llegó salvo. Y muchas veces, así llega también el ser humano al otro lado de su dolor:
No intacto, pero vivo.
No perfecto, pero sostenido.
No en fuerza propia, pero con la guía y fortaleza de Dios.
En la vida diaria seguimos enfrentando noches largas, decisiones humanas que nos meten en problemas, vientos que no esperamos y temporadas donde no vemos ni sol ni estrellas. Pero el mismo Dios que estuvo con Pablo en la noche número catorce sigue caminando con nosotros hoy. Lo que parece el fin, Dios lo transforma en comienzo.
Porque cuando Dios tiene un propósito contigo, ningún viento puede cancelarlo. Y así como Pablo dijo en medio del caos: “Yo confío en Dios y cumplirá lo que dijo”, esa sigue siendo la ancla que sostiene nuestras almas.
Que esta historia te recuerde algo sencillo pero poderoso: no importa cuán fuerte ruja el mar… Dios es más fuerte que tu tormenta. Avanza con fe; cada paso, aunque tembloroso, te acerca a la orilla que Él ha preparado.

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