
La construcción de valores en la sociedad contemporánea
Ventana Cultural
Cuenta la historia que Platón narró a sus discípulos lo siguiente: “Hay una cueva muy profunda. Adentro, en medio de la oscuridad, un buen número de seres están atados de pies, manos y cabeza, mirando una gran pantalla donde se proyectan sombras, cual teatro de terror. En la entrada hay unos entes que producen esas sombras. Uno de los encadenados empieza a zafarse de sus ataduras y, a pesar de la oscuridad que lo rodea, persevera. Cuando logra salir, la luz lo ciega y debe esperar a que sus ojos se acostumbren a ella. Después de un tiempo, decide regresar. Sus compañeros, atrapados en la oscuridad de la caverna, empiezan a gritar, amenazar, no escuchar. Pero la intriga queda latente: poco a poco, cada uno va aprendiendo a aflojar sus ataduras y a salir” (La República, libro VII 514 – 520 a.C).
Leyendo este pasaje, podemos afirmar que la caverna que describe Platón en su obra sigue siendo clara y actual. ¿Qué mayor caverna que las pantallas en las que nos perdemos hojeando redes sociales o dejando pasar el tiempo sin hacer nada? Vivimos inmersos en “la novedad”, la inteligencia artificial y los avances tecnológicos, pero la humanidad, en más de un sentido, ha quedado rezagada en una nueva era de cavernas.
El mundo de las redes sociales se ha convertido en una caverna moderna. La “realidad” que presentan estas plataformas no es, a menudo, más que un espejismo de la vida. Sin embargo, incluso dentro de la caverna, podemos trabajar para salir de ella. La pregunta sería: ¿cómo? La mejor vía es la educación.
La educación —esa capacidad de sacar lo mejor de nosotros para entregarlo al mundo, buscando el mayor bien común— es lo que puede transformar nuestra realidad. No basta con la instrucción académica; hacen falta la labor y el compromiso de las familias y de la comunidad entera.
Decía el escritor salvadoreño Alberto Masferrer, en un ensayo de corte social: “Tu misión es formar a tu hijo, porque él es una extensión de ti, porque de tu guía dependerá si nos dejas a un ángel o a un verdugo. Estará con nuestros hijos y con los hijos de nuestros hijos. Tuya es la decisión de que sea nuestra gloria o nuestra condena. […] No importa cómo lo hagas; lo que no te perdonaremos es que hayas fracasado en el camino” (Leer y Escribir 1920).
Sin educación no hay justicia ni quien la ejerza. La sensibilidad por la justicia, el respeto y la tolerancia son valores que se inculcan en casa y se refuerzan en la escuela. Platón (380 a.C) hablaba en La República de la justicia como “dar a cada quien lo que merece según su capacidad”. ¿Qué vemos, sin embargo, con frecuencia? Que se captura al hambriento por tomar un mendrugo de pan, mientras al poderoso no se le toca; que persisten el racismo y la creencia de que un grupo es superior a otro; que personas que trabajan lo mismo reciben sueldos distintos solo por haber nacido en un barrio no aceptado por la sociedad. Son apenas algunos ejemplos.
No podemos reducir la educación a la escolaridad. Es responsabilidad de todos los actores sociales, y la construcción de valores no es una tarea aislada: es un proceso colectivo en el que interviene todo el entorno. Aunque el hogar sea la primera escuela, las instituciones y la comunidad constituyen un pilar fundamental para el desarrollo de una sociedad y de un Estado. Cada quien tiene la responsabilidad de aportar, desde su ámbito, al fortalecimiento de una cultura basada en la equidad, la solidaridad y el respeto mutuo. Solo así será posible romper las cadenas de las cavernas modernas y dar paso a una convivencia más justa.
En este momento histórico, urge buscar nuevas formas de transitar la oscuridad psicológica y espiritual que nos rodea. Son pocos los que han escuchado el llamado del clarín pero, como aquel personaje que salió de la caverna, nuestra misión es aflojar las cadenas que nos atan, volver la mirada hacia los titiriteros y empezar a actuar para salir, aunque tome tiempo. Educar en valores es apostar por una sociedad capaz de cuestionar las sombras, discernir la verdad y construir justicia real. En esa tarea, todos somos responsables: del compromiso de hoy dependerá que las generaciones futuras hereden un mundo de cadenas o un horizonte de libertad.

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