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En defensa (o no) de la igualdad

Generación de Cristal

La igualdad ha sido, quizás, el tema político más sonado de los últimos tiempos. Es, sin duda, una de las mayores divisiones entre las posturas políticas. Unos reconocen una terrible injusticia en todo aquello que supere la igualdad ante la ley. Ven en el que opina distinto a un defensor de una expoliación de unos para dárselo a otros. Valemos todos lo mismo, compartimos los mismos derechos y, por tanto, la ley debe ser igual para todos. Los otros, que apoyan la igualdad de oportunidades, critican esta visión. Hablan sobre cómo la estructura de la sociedad da grandes desventajas a algunos grupos, aun si la ley no lo deja explícito. Intentan, por tanto, modificar esa ley acorde a las circunstancias para llegar a la verdadera justicia. Ambos creen tener la razón; consecuencia, sin duda, de una distinta visión sobre el rol del Estado. Dejemos de lado por una vez el mutuo rechazo inmediato. Dejo al lector el trabajo de analizar y tomar postura. Aun así, antes de hacerlo, piense lo siguiente: ¿cuál es la lógica de la visión contraria? ¿Y en qué, con exactitud, se equivocan?

La postura de la igualdad ante la ley es antiquísima. Nace de Atenas, donde todos los ciudadanos —hombres libres con su servicio militar realizado— compartían el derecho a participar en la vida pública. Renace en la Ilustración y defiende, en resumen, tres puntos clave. Primero, todos somos iguales al nacer y por tanto valemos lo mismo. Segundo, ese valor se reconoce en una serie de derechos que tenemos todos: a vivir, a ser libres y a tener propiedad. Tercero, y sin duda el más importante, el trabajo único del Estado es la protección de esos derechos. Nada más. 

Claro, los derechos entregados por los estados a los ciudadanos han aumentado con el tiempo. Los países dan ahora derecho a la felicidad, a la vida digna, al trabajo digno e incluso a la vivienda. El problema que nace es que, si de por sí es imposible garantizar a la perfección los tres derechos esenciales, ¿cómo proveerá el Estado protección a tantos otros? Al ser todos los hombres iguales en valor, y por tanto los derechos ser universales, cualquiera que se asigne debe hacerse a toda la sociedad. De ahí la constante crítica a la adición de nuevos derechos en vez de proteger los naturales. No hay suficientes recursos como para que el Estado sea omnipresente —y sale siempre mal cuando se intenta—, por lo que lleva, por consecuencia natural, a la desigualdad ante la ley al garantizar los derechos de una minoría.

Es esta una de las mayores críticas de la postura contraria: la de igualdad de oportunidades. Entienden, claro, que todos los hombres nacen con el mismo valor. La diferencia está en que defienden que ciertas personas necesitan más apoyo que otros. El Estado, como se vio antes, es incapaz de garantizar los derechos a todos por falta de recursos. ¿Por qué entregárselos entonces a quienes no lo necesiten? Es algo que, en el fondo, siempre se hace. Hay más policías en zonas inseguras que en las libres de crimen —o, mejor dicho, deberían—. Todos somos capaces de ver que eso es legítimo y natural, ¿por qué no aplicarlo, entonces, a todo? Si es imposible garantizar los reclamos de todos, respondamos solo a quienes en verdad lo necesitan. La idea es empujar a todos para que inicien la carrera desde una mínima posición equivalente. De ahí lo que logren es su mérito; ¿qué más justo que eso?

No habría debate si una postura superara en su totalidad a la otra. Y, aun así, una debe ser mejor, al menos en un caso concreto como el de Guatemala. Lo más sencillo es ver cuál de las dos se siente más justa. Depende, pues, de las intuiciones morales de cada uno, aquellas que creemos tan universales. Aun así, existirá en algún lado su doppelgänger al que su intuición defienda justo la postura contraria. Es inútil, por eso, discutir sobre sensaciones e intuiciones. 

¿Cuál es el debate, entonces? Me parece que, en el fondo, ambas posturas buscan lo mismo: la dignidad del hombre. El debate es solo de método, pero se confunde por uno de fondo. Quiero creerlo, de verdad. De esa manera, la única pregunta relevante es una con respuesta: ¿cuál da más dignidad a las personas en el mundo real? Podría defenderse que la propia visión de dignidad y bienestar es distinta y que es, por tanto, un debate moral. Me parece que es un error. Los métodos difieren mucho, sí. Pero nadie se atrevería a decir que un niño desnutrido por falta de recursos vive en dignidad. La diferencia está en que el defensor de la igualdad ante la ley cree que darle recursos a él —y a todos los niños en su misma situación— lleva a una peor situación: el Estado toma un rol que no le toca y eso termina peor que mejor. ¿Tiene razón él o quien lo critica por inhumano? El día que alguien lo responda que me escriba. Estaré muy feliz de ganarme un Nobel.

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Ian André Castillo Morales

Estudiante de Comercio y Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco Marroquin.

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