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La vida en un harén otomano

#Editado para la Historia

Harén significa “sagrado”, “secreto”, es un lugar como un claustro donde jóvenes vírgenes esperan los favores del Sultán.

También se utiliza por extensión la palabra a los harenes de otras civilizaciones como las del Antiguo Egipto, la India musulmana y China.

Las chicas del harén otomano eran forzosamente extranjeras porque una musulmana no podía ser esclava, generalmente se las traía del mercado de esclavos directamente de las actuales Rusia, Ucrania y las regiones del Cáucaso por considerárseles las más bellas. Al llegar al harén comenzaba para ellas lo más traumatizante: el examen médico. Para saber si tenían una de las 3 principales enfermedades: cólera, lepra y peste se les ponía en el cuello, sin que se dieran cuenta, una pulga. Si la pulga no mordía a su víctima era señal de que estaban contagiadas y eran expulsadas. Es evidente que también se les sometía a exámenes médicos para confirmar su virtud.

Una vez pasado este tamiz a la hora de dormir un eunuco se introducía en su habitación para saber si tenía un sueño ligero o pesado y si roncaba. Si roncaba de inmediato se pedía reducción del precio pedido por el vendedor o incluso se le expulsaba del harén.

En el harén se estudiaba música, canto, danza, poesía, bordado, las artes del amor, turco, persa, árabe y el Corán.

Estas mujeres pasaban gran parte de su tiempo en el hammam o baño turco donde mantenían su belleza para atraer la atención del Sultán.

Todo estaba bien regulado por clases, en dependencia del grado de relación que se tenía con el Sultán. Aquéllas que daban hijos al Sultán tenían sus propios apartamentos privados, más lujosos, servidores y dinero.

Si la chica era seleccionada por el Sultán para ser su pareja esa noche se la maquillaba, depilaba, peinaba y se le vestía. El Sultán era el único que podía desvestirlas y romper un hermoso collar de perlas que llevaban alrededor de su cintura, símbolo de su virginidad.

El harén era custodiado al exterior por eunucos blancos y el servicio de interior estaba a cargo de eunucos negros. El único hombre completo que entraba al harén era el Sultán. Los eunucos blancos se traían fundamentalmente de Bosnia mientras que los negros se traían de Etiopía e incluso de la zona de los lagos del Chad.

Como la castración entre musulmanes está estrictamente prohibida se tomaban chicos de los territorios ocupados en lo que se llamaba “impuesto de sangre”, es decir, cada familia tenía que entregar el primer hijo varón para servir de guardias y soldados en la guerra, también llamados jenízaros, o para castrarlos para que sirvieran de eunucos.

La castración se hacía en niños jóvenes con una enorme tasa de mortalidad. La única forma para controlar la hemorragia era enterrando a la pobre criatura hasta la cintura en la arena y esperar a que la naturaleza hiciera su trabajo.

La verdadera reina del harén era la madre del sultán, también llamada “Sultana validé”. Era ella quien seleccionaba las jóvenes que podrán tener la suerte de formar parte del harén. Todas las decisiones, todas las asignaciones de concubinas, incluso por solo una noche, pasan por ella. Incluso una vez casado el sultán, su esposa pasa bajo la égida de la Sultana validé.

En nuestros tiempos tenemos tendencia a imaginar que un harén es una especie de lupanar pero nada es más lejano de la realidad. Tenía la función de reproducción del sultanato, esencial para la perennidad del Estado. Las más bellas mujeres del Imperio y de otros lares son reclutadas, fundamentalmente por la Sultana validé, para ser la (o las escogidas) para dar nacimiento a los futuros sultanes del imperio.

A partir del momento en que una mujer del harén es seleccionada entre cientos de concubinas concibe un hijo varón nunca más volverá a ser tocada por el sultán. Entonces buscará con otras concubinas otros hijos varones para perpetuar la dinastía.

Así transcurría la vida en un harén otomano. Si visita el Palacio de Topkapi en Estambul no deje de visitar las áreas reservadas a estas chicas.

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Franck Antonio Fernández Estrada

traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)