¡Lo que dice la máscara!

Las ventanas. De modo extraordinarias expresaban su propio ritmo, pero, en esta ocasión el sol hacía serpentear las sombras, era efectivamente una espléndida mañana, que con su frescor cubría los notables racimos de la piel de las personas, y allá se observaba la invulnerabilidad ciudad de Dios, todo indicaba, dirigirse, prolongarse en dirección al ojo de Dios, el cielo inmaculado. En fin, era una diáfana y perfecta mañana.

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