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Uaxactún: donde nace la primavera

El 21 de marzo, día del equinoccio de primavera en el hemisferio norte. El sol saldrá a las 06:00 horas, según la latitud, e iluminará el planeta como lo ha hecho por miles de años. Será un acontecimiento que la gran mayoría de la gente de las regiones tropicales y subtropicales dejará pasar. No así, aquellos que, cansados de la nieve y el frío invernal, querrán cambiar por la primavera multicolor.

En las regiones tropicales y subtropicales, ¿a quién le importa el cambio de las estaciones, si solo hay estación seca y estación lluviosa? Pareciera que a nadie, sin embargo, es en Uaxactún donde nace la primavera.

Más adentro de lo más profundo de las selvas del Petén, en la región nororiental de Guatemala, hay un pueblito de apenas unas mil cuatrocientas personas, humildes todas como la misma humildad que hace una fiesta por la llegada del equinoccio de primavera.

Desde la tarde del 20 de marzo comienzan las celebraciones con campeonatos de fútbol en un espacio que fue parte del antiguo campo de aterrizaje, que funcionaba cuando aún no había camino de acceso, donde además de los jóvenes, los cerdos juguetean como perros y los perros duermen como cerdos, donde las gallinas y gallos se confunden a veces con el balón de fútbol y los caballos pastan a la orilla de la cancha como si de espectadores se tratara. Los juegos se realizan hasta que la noche desesperada por el día siguiente atrapa los últimos rayos de luz.

Con generadores eléctricos, en la misma pista de aterrizaje, se ilumina un improvisado escenario construido por estudiantes de la escuela secundaria y al que le han incluido una representación de un observatorio astronómico Maya. Se han dispuesto también unas doscientas sillas plásticas para acomodar a la concurrencia. Una discomóvil le mete bulla al lugar con ritmos mexicanos, caribeños y colombianos (aunque preferiría música local), mientras la noche avanza.

En los alrededores se ha dispuesto una fila de chinamos, iluminados también gracias a los generadores de combustible, donde se vende toda clase de comidas y bebidas típicas de la zona, así como artesanías, especialmente las muñecas de tuza de elote (de maíz).

La noche promete ser larga pero animada. Al lugar se han hecho presente todas las autoridades locales, algunas regionales y nacionales. Circulan turistas de diferentes nacionalidades, no muchos, pero si suficientes como para que el pueblo se sienta halagado por las visitas. Alrededor de las ocho, el maestro de ceremonias convoca a la concurrencia a tomar sus asientos e invita a las autoridades a subir al estrado. Dan inicio las actividades protocolarias con los discursos de las autoridades y luego continúan las actividades culturales con representaciones de danzas mayas y bailes típicos del Petén. Mientras tanto, la gente come de lo que se ha dispuesto en los chinamos y toma los fermentos hechos a base de caña de azúcar y maíz.

Algunos, cansados por las caminatas durante el día por los majestuosos templos, palacios y campos de juego de pelota en Tikal, y la travesía de un estrecho camino para vehículos todo terreno de más de veintitrés kilómetros por la jungla petenera, nos vamos a descansar. Nuestra habitación corresponde a las condiciones del lugar: una cabaña de tablones verticales, techo de hojas de palmera (guano) y piso de tierra. Algunos rayos de luna nos espían por las rendijas mientras tratamos de conciliar el sueño escuchando a lo lejos la música y la algarabía del pueblo. El sueño fue intermitente debido a que los perros y gallos trasnochados ladraban y cantaban a cualquier hora de la madrugada.

A las tres de la mañana nos levantamos para luego enrumbarnos hacia el más antiguo Observatorio Astronómico Maya, situado detrás de una colina cercana, a tan solo 600 metros de la antigua pista de aterrizaje.

Fuimos los primeros en llegar y nos apostamos en la plataforma de la cima del observatorio de forma piramidal, como casi todas las estructuras del mundo Maya. Dos grandes máscaras a ambos lados de la escalinata principal del observatorio parecían tan ansiosas como nosotros de ver la salida del sol.  Al frente, hacia el este, a unos 70 metros del observatorio, tres estructuras de piedra caliza, como todo en el mundo Maya, con sendos crestones en forma de “U” rectangular (antes ventanas a las que se les derrumbó los techos), están debidamente dispuestas para recibir al astro rey durante los solsticios y equinoccios.

Pronto el observatorio se va abarrotando de curiosos mientras abajo, en la explanada, un anciano prepara una hoguera y se avitualla con un traje principalmente blanco para iniciar la ceremonia y recibir el equinoccio de primavera y el segundo año de la Nueva Era del mundo Maya.  Avivado el fuego, al ser alrededor de las 04:30 de la mañana, mientras la mayoría somos espectadores, algunos acompañan al anciano que inicia la ceremonia.  El “abuelo” recita una especie de letanías, probablemente en lengua Itza, como mencionando los diferentes periodos en que se compone el mundo maya.  De cuando en cuando comparte con sus acompañantes trocitos de madera u otros materiales aromáticos que ayudan a avivar el fuego. El ritual se repite una y otra vez hasta el filo de las seis de la mañana, cuando los primeros rayos de sol comienzan a aparecer justo en el centro de la estructura central.  El fuego se apaga y los locales aprovechan para tomar a los niños en brazos y hacerlos pasar por el humo como parte de la ceremonia.

Posteriormente, en una improvisada cancha, se realiza una demostración del “juego de la pelota” con jóvenes estudiantes de secundaria.

Una vez más, en este pequeño y humilde pueblo, ocurre un acontecimiento único en la humanidad. Es aquí, sin nieve, sin el frío invernal, sin las comodidades del mundo moderno, pero con la certeza, desde hace cientos de años, del inicio de un nuevo periodo terrestre en su traslación alrededor del sol, que se le da la bienvenida a la primavera, al inicio de las siembras, con la esperanza de que la tierra de sus mejores cosechas, con la esperanza de un mejor porvenir para este pueblo y para la humanidad, con la esperanza de que la humanidad reconozca que somos parte del equilibrio del Universo, de que todo está entrelazado, de que somos parte de la Naturaleza y que debemos volver a ese equilibrio natural.

Es por eso que aquí en Uaxactún, en lo más recóndito de las selvas del Petén, “nace la primavera”.

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Hámer Salazar

Es biólogo, investigador, escritor y columnista. Ha publicado doce libros, entre los que se destacan los más recientes en el formato de ensayo, como son HACIA LA FORMULA DE LA VIDA: claves para el regreso a la Naturaleza; GRECIA la de América y el DICCIONARIO HISTORICO GEOGRAFICO DE COSTA RICA DE FELIX F. NORIEGA, del cual es compilador, así como la novela AUTOPSIA: encuentro con la muerte en su versión en inglés y en español, publicados en Amazon; como columnista ha publicado más de 500 artículos de opinión en diferentes medios. En el campo científico se le han dedicado cuatro especies de insectos y una de plantas.