Cultura

Cuando la Espina Florece

Reseña: La espina que florece de Carlos Roberto Gómez Beras, Isla Negra Editores, Colecciones Filo de Juego, San Juan/Santo Domingo,2023.

Las flores desde la Inglaterra victoriana han invadido el paisaje literario ocultando mensajes secretos, pienso en las novelas de Jane Austen, quien a través de la ironía creaba una simbología con las flores; en Emily Dickinson, quien creaba metáforas en las que las flores iluminaban su alma; o en los simbolistas que las convirtieron en la representación perceptible de la psique humana. Así dejan de pertenecer al ámbito de lo externo para adentrarse a la ventana interior de lo humano.

El libro de poemas La espina que florece del escritor y editor dominicano, radicado en Puerto Rico, Carlos Roberto Gómez Beras, comienza con un epílogo de la poeta peruana Blanca Varela: “Entre las cosas dios está allí/ sentado a la diestra de sí mismo”, de esta forma abre, entre versos, el camino numinoso de la duda y la creencia. Sentencia que atravesará todo el texto.

La primera parte, Cielo, ocupa el lugar simbólico de aquello que no podemos ver. Dios, que está en todas las cosas, dentro y fuera de ellas; que habla sin lenguajes para no equivocarse, que trabaja incansablemente, que nos ha entregado el sueño y al buscarlo lo encontramos en la voz que está “a la altura de [nuestras] rodillas», según el poeta, nos ha regalado como antídoto la muerte. La construcción de un Dios vivo en la tristeza de los hombres, en la miseria de los vivos florece; su tallo es la muerte. Desmitifica el lugar idealizado por el cristianismo de la salvación por el acumen del dolor.

Por otro lado, Dios puede ser una mujer “que nombra el mundo cuando calla”, (poema “Trinidad” p.19) que a su diestra va el recuerdo y a su siniestra, se sienta el poeta. La creación porta la imperfección de lo humano y la belleza de lo trascendente.

En el poema “Muerte” (p.20), el oficio de morir sin la muerte deviene como cualidad divina. Su epifanía es la búsqueda misteriosa de la belleza de la cual no se regresa ileso y en donde no se hallarán certezas (p.20). 

El Dios que hemos creado “nos conduce al centro de la nada” (p.21). El pensamiento de Plotino me parece sugerente y transversal en el verso, aún más el de Spinoza, e incluso, percibo algunas resonancias del Génesis de la Biblia hebrea y cristiana cuando Dios crea todo de la nada.

El lenguaje no alcanza a nombrar, aun creyéndose cuerpo. La palabra es el límite, el corte, la espina que a su vez es vida. Dios no se equivoca porque “habla sin lenguajes” (p.23). La muerte es la flor.  Hay un acuerdo quebradizo, frágil… el de la escritura y la lectura, pero en medio, el poema es el residuo, y Dios solo es el observador silencioso. Tan silencioso que la voz lírica no logra escucharlo; así que el poeta escribe su inmortalidad sobre el papel de la noche:

[…] llegué a escribir
con el sudor y el semen
sobre el papel opaco de la noche. (p.25)

Los poemas “Natividad” y “Vigilia” (pp.26-27) ordenan la llegada del hijo-hombre nacido para morir un “Viernes” (p.28) y resucitar. El sujeto lírico, marinado de dudas, comienza a ordenar una que otra certeza como la de la ausencia, la pérdida y el dolor. En el recuerdo se da la posesión, el rapto y el ascenso, porque según la voz lírica somos solo el vuelo (p.29).

La metáfora de la rosa se deconstruye, “florece sin pétalos” (p.30) y su espina nos embarca a la muerte desde Dante hasta la crucifixión de Cristo con la corona, desde donde habita la posibilidad del “Milagro” y la luz.

Las espinas que florecen aman el sol, pero sin que este las sofoque; por un lado, necesitan estar secas, pero si no se hidratan, mínimamente, no dan flores, y si no se cortan a medias las hojas en un periodo determinado, tampoco florecen. Esta voz lírica se nutre de la tristeza para la floración; su potasio, nitrógeno y fósforo, son el agua, el aire y el calor; su humus la palabra, su fertilizante, el lector.

La segunda parte titulada Axis, nos presenta como eje, como vértebra de rotación, el amor. Bien afilado el lápiz del poeta, nos coloca en una región media entre el cielo y la tierra. Nos ubica en un lugar atípico, la vértebra que hace rotar la cabeza, la región más cercana, simbólicamente, a la razón; allí yace suspendido entre espinas el amor. El cuerpo femenino, para la voz poética, es generador y receptor de vida y muerte, por tanto, es una metáfora movediza, es una antípoda oscilante que a veces produce un bien y otras también un profundo dolor.

Amor y muerte convergen, se entrecruzan, se religan.  La fuente del dolor parece fundirse en ambos estados. ¿Desde dónde se percibe la libertad?, ¿acaso el amor es otra forma de morir?, ¿será el darse a otro una forma de desaparecer?  La muerte, la vida, el amor, el dolor, son temáticas que coadyuvan a que la voz lírica habite la espina desde el misterio.

Por ejemplo, sabemos, según la Biblia, que Lázaro de Betania muere enfermo y Jesús lo resucita al cuarto día una sola vez; sin embargo, en el poema “Lázaro” (p.40),  el sujeto lírico muere y resucita tres veces y en cada muerte una mujer/vida, cual Jesús, alecciona al hombre y reconstruye en ese tránsito su relación con los muertos, y cito: “La primera vez, […] me enseñó cómo hablar con los muertos. La segunda vez, […] aprendí […] cómo se ama a los muertos. La tercera vez, […] Supe así cómo se vive cuando uno está muerto” (p.40). Transfunde el dolor al verso en su humana tristeza.

Por otro lado, y como parte del desarrollo temático, el amor se nos presenta también a través de la mítica “Eva” (p.41), pero reivindicada o con una mirada distinta a la judía o cristiana; así la voz lírica reordena el discurso imperante. La percepción de la vida, el otoño, el poema, el alma, la sombra, restituye el paisaje interior, reflejado en diversas acciones como, por ejemplo, la mirada de la amada o el morir y resucitar a partir del amor de la amada. Entonces el amor de esta es el axis, es el punto medio entre la vida y la muerte, es el lugar donde rota el amor en el mundo.

“Ya no importará que los cielos caigan
y la tierra retroceda hacia el olvido.
Solo quiero quedar aquí de rodillas
aferrado al anillo argento de tu cintura.
Eres el axis del mundo” (p.52)

La tercera y última parte de La espina que florece se titula Tierra; así el cuerpo y el alma cohabitan en un espacio concreto y material. En el primer poema, “Despertar”, se interrumpe un sueño, se desdibuja lo dibujado; se trae a la memoria lo olvidado o lo perdido “al abrir los ojos” (p.55); pero el alma que es niño y el niño que es alma, no distingue, “todavía, /el río que dibuja el pez/ del río que borra las imágenes” (p.55). Hermosa figuración para hablar de la inocencia y su borramiento inminente tras el paso del tiempo.

El cuerpo en la tierra está delimitado por el espacio y el tiempo, y la mente construye y deconstruye su historia para sostenerse entre el amor y la duda; así en el poema “Mito” (p.58)”, la voz poética da sentido a la realidad al evocar a “Ulises, Dante, Silvio, Borges, Espinosa”, paradigmas, hombres todos, que nos ordenaron y clasificaron desde el mito, la literatura, la filosofía, la música, el arte la experiencia humana, apalabrando lo imposible de concebir desde el platonismo, judaísmo y cristianismo: la imperfección de la creación; la fisura eterna del dolor humano.

Los poemas de esta parte presentan elementos que pertenecen a tres dimensiones o planos: por un lado lo tangible, cuantificable y hasta sagrado: una fotografía, un cuerpo, un poeta, una puerta, un templo, un bosque, un poema; por otro, una zona intermedia de lo variable, movedizo, giratorio: la nana, el rapto, la memoria; por último, lo ininteligible, espiritual y misterioso:  la luz, la nada, la tristeza, la muerte, el sueño, la templanza, la vida, la herida… y todo desemboca en la poesía como sanación, hipótesis del libro que sostiene incólume la espina y la flor en un mismo eje de rotación. 

¿cómo sanan los mortales?
Quizás con la herida del poema
y la cura invisible de la poesía (p.81)

Los “Milagros” (pp. 33, 46, 47 y 65) atraviesan el texto poético; Cielo, Axis y Tierra los reiteran. Tripartita el verso dispersa nuestra humana verdad y ancho dolor, pues la espina florece para ser vida en la circularidad infinita de la existencia: nacer, vivir, morir.

En este libro, el Cielo es el lugar de partida, el punto de apertura para cuestionarlo todo; el Axis, en cambio, es el punto medio, desde donde rota todo; y la Tierra, única morada conocida en este plano, es el punto de cierre, el lugar de la experimentación del dolor y el sufrimiento. Entonces, ¿qué nos salva?: la poesía cuya fuente invisible, sin duda, sigue siendo el amor. 

En fin, hay libros que traspasan al tamiz del corazón o atracan en puerto seguro de una herida que hemos acunado sin saberlo y se adhieren, espinosamente, para florecer en algún lugar aislado del inconsciente: este es uno de esos.

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Tania Anaid Ramos González

AZULA, es poeta puertorriqueña y columnista internacional. Posee un doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad de Puerto Rico del Recinto de Río Piedras. Ha sido profesora en distintas universidades de su país. Fue directora del Programa de Pruebas PIENSE y gerente de pruebas de español en el College Board Puerto Rico y América Latina. Actualmente, es codirectora del Centro Lingüístico, Literario y Cultural del Caribe-CLLCC.

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