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Del laboratorio al encubrimiento global: las verdaderas raíces del COVID-19 y sus ecos en Guatemala

Despertar de Conciencia

Han pasado más de cinco años desde que el mundo fue puesto de rodillas por un virus. Un virus que, según las versiones oficiales, habría surgido del contacto humano con un animal en un mercado húmedo de Wuhan. Sin embargo, mientras más se desclasifican documentos, más claro se vuelve algo que muchos advertimos desde el inicio: la versión del murciélago fue la cortina perfecta para ocultar un experimento que se salió de control.

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Escena reconstruida basada en la narrativa que no se podía cuestionar. – Alejandro Sagastume

Recientemente, la Casa Blanca ha dado un giro radical al publicar en su sitio oficial la hipótesis de que el virus sí habría salido de un laboratorio. Pero ese cambio no es solo una admisión tardía: es una jugada estratégica. Porque detrás de ese laboratorio —el Instituto de Virología de Wuhan— no solo está el Partido Comunista Chino, sino también fondos y colaboraciones provenientes de agencias estadounidenses, universidades élite, y fundaciones de nombres ilustres… pero turbios.

El financiamiento desde occidente

Entre 2014 y 2019, los NIH (Institutos Nacionales de Salud de EE. UU.), bajo la dirección del Dr. Anthony Fauci, canalizaron millones de dólares a través de EcoHealth Alliance —dirigida por Peter Daszak— para investigaciones de “ganancia de función” en coronavirus en Wuhan. El objetivo declarado: estudiar cómo estos virus podrían mutar. Pero los resultados de ese experimento se propagaron más allá de los laboratorios… y de las fronteras.

La maquinaria de encubrimiento

Desde los primeros días de la pandemia, toda voz disidente fue silenciada. Científicos censurados, médicos excluidos, y periodistas bloqueados. Y mientras los gigantes tecnológicos como Facebook, Twitter y YouTube coordinaban con el gobierno de EE. UU. para eliminar contenido crítico, organismos como la OMS dictaban el guion mundial.

Pero esa narrativa no se propagó sola. En Guatemala hubo actores específicos que se encargaron de repetir, reforzar y castigar cualquier duda.

En Guatemala, ¿quiénes jugaron el papel de replicadores?

  1. Lucrecia Hernández Mack† – Exministra de Salud durante la gestión de Jimmy Morales. Durante la pandemia, desde su rol como figura influyente dentro del movimiento Semilla, promovió el enfoque oficialista sobre el confinamiento, uso obligatorio de mascarillas y vacunación masiva. Aunque ya falleció, su rol como impulsora del discurso sanitario oficial fue clave para validar decisiones restrictivas sin debate abierto.
  2. Edwin Asturias – Médico guatemalteco radicado en EE.UU., nombrado director de la COPRECOVID. Su enfoque fue claramente restrictivo y punitivo. Justificó medidas extremas como los toques de queda, cierre total de actividades y persecución de quienes no acataban las órdenes del gobierno.
  3. Alejandro Giammattei – Presidente de Guatemala durante la pandemia. Su administración declaró estado de calamidad en múltiples ocasiones, restringió derechos fundamentales, y gestionó compras millonarias de vacunas y equipo médico sin transparencia. Hoy muchas de esas compras están bajo investigación o en el olvido.
  4. La Fundación para el Desarrollo de Guatemala (FUNDESA) y CIEN – Aunque en teoría entidades técnicas, respaldaron el enfoque de confinamientos prolongados y validaron políticas restrictivas sin pedir rendición de cuentas ni cuestionar los efectos colaterales económicos y psicológicos.
  5. Medios como Prensa Libre, Soy502 y Emisoras Unidas – Durante los meses críticos de la pandemia, repitieron sin cuestionamiento las cifras oficiales, fomentaron el miedo y deslegitimaron a voces críticas, incluyendo médicos que advertían sobre los efectos secundarios de las vacunas o las inconsistencias en las pruebas PCR.
  6. Fundaciones internacionales como PASMO, USAID y UNICEF – Se involucraron directamente en campañas de presión para aumentar la cobertura de vacunación, muchas veces ignorando las reservas éticas de sectores religiosos, médicos independientes y padres de familia.

¿Dónde están los muertos? La estadística que desmantela el relato oficial

En enero de 2022, publiqué en El Siglo el artículo “Datos que te ocultan de la pandemia”, donde expuse cifras oficiales que desmentían la narrativa de una crisis sanitaria sin precedentes en Guatemala.

Según datos de fuentes como Knoema y Macrodatos, el número de defunciones en Guatemala durante 2020 fue de 84,340, apenas un aumento marginal respecto a los 83,148 registrados en 2019. Este incremento del 0.014% no justifica las medidas extremas impuestas ese año, como confinamientos, toques de queda y restricciones a las libertades individuales.

Más alarmante aún es el aumento de muertes en 2021, que alcanzaron cifras superiores a las de años anteriores. Este incremento coincide con la implementación de campañas de vacunación masiva, lo que plantea interrogantes sobre los posibles efectos adversos de las vacunas administradas.

Además, se cuestiona la fiabilidad de las pruebas de diagnóstico utilizadas, como la RT-PCR, que al ser amplificadas a más de 27 ciclos pueden generar falsos positivos. Esto habría contribuido a inflar las cifras de casos y justificar medidas restrictivas sin una base científica sólida.

Estos datos sugieren que la narrativa oficial sobre la pandemia en Guatemala fue, en muchos aspectos, una construcción mediática y política que no se sustentó en la realidad estadística del país.

¿Y ahora qué?

La verdad comienza a emerger, pero los responsables siguen impunes. Nadie ha explicado el uso de recursos, ni el origen de las recomendaciones. Nadie ha pedido disculpas a los comerciantes quebrados, a los niños forzados a usar mascarillas por dos años, a los ciudadanos tratados como sospechosos por salir a trabajar.

¿Y los vacunados obligados a recibir dosis experimentales? ¿Quién responderá si las consecuencias aparecen en años?

Conclusión

Lo que empezó como un virus es hoy una red geopolítica de poder, dinero y manipulación. Mientras algunos nombres empiezan a caer en EE.UU., en Guatemala el silencio es absoluto. Pero ese silencio no será eterno. Porque una sociedad sana solo puede construirse sobre la verdad.

Y la verdad —aunque censurada, postergada o manipulada— siempre encuentra su camino.

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