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Subitáneas Meditaciones Nocturnas en el Jardín 

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En una reciente noche, solitario en el jardín de mi casa, dirigí mi mirar desde el inquieto reflejo de la Luna en el agua de la fuente, hacia el grandioso espectáculo sideral. Con renovada perplejidad contemplé las estrellas; esos colosales cuerpos esferoides gaseosos, cuyo origen son nubes de hidrógeno que se han contraído por atracción gravitatoria, hasta un grado tal que los núcleos atómicos se fusionan. Durante fantásticas explosiones de estrellas se formaron algunos de los elementos químicos más importantes del cuerpo humano: el calcio de los huesos, el hierro de la sangre y el carbono de los tejidos.

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El Sol, una de las de las estrellas de la Vía Láctea.

Las estrellas forman inmensos grupos llamados galaxias. Hay miles de millones de galaxias en el Universo. El Sol, la estrella en torno a la cual gira nuestro planeta, es parte de una galaxia denominada Vía Láctea, que está compuesta por miles de millones de estrellas. Las galaxias forman grupos. La Vía Láctea pertenece a un grupo que tiene por lo menos cuarenta galaxias, llamado Grupo Local

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Galaxias captadas por el telescopio Hubble.

En aquella noche nuevamente medité sobre estas cuestiones: ¿Tiene o no tiene un origen el Universo? ¿Es posible saber que lo tiene o no lo tiene? ¿Y cuál sería la demostración de que lo tiene o no lo tiene? ¿Y qué puede significar origen o no origen del Universo? 

Algunos astrofísicos suponen que el Universo tiene un origen. Presuntamente el origen fue la explosión y expansión de una primitiva masa material única, comprimida en una pequeñísima porción de espacio, llamada singularidad. La explosión ha sido llamada Gran Explosión y habría ocurrido hace casi catorce mil millones de años.

Independientemente de que haya habido o no habido tal singularidad que explotó y se expandió, afirmar que ella fue el origen del Universo es un error, porque el Universo era precisamente aquella primitiva y densísima masa material que explotó. La presunta Gran Explosión habría sido, entonces, no el origen del Universo, sino el origen de un nuevo estado del Universo; y lícitamente podría plantearse esta pregunta: ¿cuál fue el origen de aquella densísima masa material? 

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Evolución del Universo a partir de la presunta Gran Explosión. Imagen de la Nasa.

Mis meditaciones prosiguieron sobre cuestiones que conciernen al espacio y el tiempo.

El espacio, ¿es finito o es infinito? Si es finito, es decir, si tiene un límite, ¿hay o no hay algo allende ese límite? Si hay algo, ¿qué es? Si es infinito, es decir, si no tiene límite, ¿hay cosas en todo el espacio infinito, o solo en una parte de él? Si solo hay cosas en una parte, ¿por qué hay un infinito espacio? ¿Qué es realmente el espacio? ¿Y qué puede significar finitud o infinitud del espacio?

El tiempo, ¿es finito o es infinito? Si es finito, es decir, si tiene un límite hacia el pasado, ¿hay o no hay algo allende ese límite? Si hay algo, ¿qué es? Si tiene un límite hacia el futuro, ¿habrá o no habrá algo allende ese límite? Si es infinito, es decir, si no tiene un límite, ¿hubo cosas en todo el infinito tiempo pasado, o solo en una parte? ¿Y habrá cosas en todo el infinito tiempo futuro, o solo en una parte? Si solo ha habido y solo habrá cosas en una parte, ¿por qué ha habido y habrá un infinito tiempo? ¿Qué es realmente el tiempo? ¿Y que puede significar finitud o infinitud del tiempo?

El espacio, ¿es o no es un ente absoluto en el cual es posible la simultaneidad de las cosas? El tiempo, ¿es o no es un ente absoluto en el cual es posible la sucesión irreversible de las cosas? Evoqué las concepciones de Isaac Newton, Gottfried Wilhelm Leibnitz e Immanuel Kant sobre tiempo y espacio. Según Newton, espacio y tiempo son entes absolutos, independientes de las cosas que hay en ellos. Según Leibnitz, son relaciones entre las cosas. Según Kant, son formas puras de nuestros órganos sensoriales de conocimiento. También evoqué la errónea interpretación sobre espacio y tiempo que ha suscitado la teoría de la absolutidad, de Albert Einstein.

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Isaac Newton (1643-1727).
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Gottfried Wilhelm Leibnitz (1646-1716).

Quizá inevitablemente, en el curso de mis meditaciones surgió el ser humano. Es el ser más complejo del Universo. Parte esencial de esa complejidad consiste en que es consciente de él mismo y del Universo mismo, y se investiga él mismo e investiga el Universo. Y se plantea estas cuestiones: ¿cuál es la causa física o metafísica de que haya ser humano? ¿Es posible conocer esa causa? ¿Y cuál es el proceso físico, químico, biológico o espiritual, por el cual deviene el ser humano? ¿Es posible conocer ese proceso? ¿Y podemos saber que es posible o es imposible conocer esa causa y ese proceso? ¿Hay una causa teleológica última del ser humano? Es decir, ¿hay una finalidad suprema que el ser humano tiene que consumar? Si la hay, ¿cuál es? 

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¿Hay una finalidad última del ser humano? Imagen de Pixabay.com.

También el ser humano se plantea estas cuestiones: aquello que denominamos espíritu, ¿es un producto de la materia? Por ejemplo, ¿es un complejo fenómeno electromagnético que ocurre en el cerebro? ¿O la materia es solamente el instrumento del cual se sirve el espíritu para manifestarse en el mundo? ¿O materia y espíritu son modos de ser de un ente que no es materia ni es espíritu? El espíritu no parece ser producto de la materia, tan solo porque quien investiga sobre el espíritu y sobre la materia es el espíritu mismo, y no la materia. ¿O se pretendería que la materia se investiga ella misma y también investiga el espíritu que presuntamente ella engendra? 

Una de las principales actividades del espíritu es la consciencia; y la ciencia plantéase este problema: ¿hay alguna correlación entre consciencia y materia? Si la hay, ¿en qué consiste? El neurobiólogo Christof Kock, en su obra The Quest for Consciousness, o La Búsqueda de la Conciencia, supone que la consciencia es producto la materia; y plantea este problema: “¿Cuál es la relación entre la consciencia y las interacciones electroquímicas del cuerpo, de las cuales ella surge?” Francis Krick, un notable científico de la ciencia genética de nuestra época, afirma: “La consciencia es el mayor problema no resuelto de la biología.”

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Imagen de www.abc.es.

No sabemos qué es el espíritu; pero tampoco sabemos qué es la materia. Afirmar, que la materia es aquello que está compuesto por partículas llamadas átomos es afirmar, absurdamente, que la materia está compuesta de materia; pues los átomos mismo son materia, y también son materia las partículas de las cuales se compone el átomo, y las partículas de las cuales se componen esas partículas. El notable físico Erwin Schrödinger afirma: «Tenemos que admitir que, en el presente, nuestra concepción de la realidad material es más titubeante e incierta de lo que ha sido durante mucho tiempo.»

Creo que el ser humano es el más grande enigma del Universo; y puede ser un enigma que nunca será resuelto porque la misma naturaleza humana, y con ella, la limitación de sus facultades cognoscitivas, impide la resolución. Aunque ese enigma nunca fuera resuelto, presiento que el ser humano es esencialmente espíritu y tiene una naturaleza divina.

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Uno puede presentir que el ser humano tiene una naturaleza divina.

Cuando, en aquella noche, dirigí mi mirar hacia el espectáculo sideral, presentí que las estrellas me exhortaban a visitar regiones allende las galaxias, en las que yo me plantearía nuevos y no imaginables enigmas. 

En aquella misma noche pensé que el saber que más ansiamos es, quizá, aquel que nunca podríamos tener. Empero, pensé también que, aunque nunca, por lo menos en nuestra terrestre residencia, podríamos tener ese saber, el Universo es maravilloso. Lo es porque somos conscientes de nosotros mismos y podemos actuar libremente para el bien de nosotros y de nuestro prójimo. O es maravilloso porque lo enriquece la promisoria sonrisa del niño, la creativa energía del joven, la productiva obra del adulto y la benéfica sabiduría del anciano. O es maravilloso porque en él hemos surgido y hemos tenido el privilegio de amar y ser amado. O es maravilloso porque, en él, un divino relámpago ilumina nuestra consciencia e insinúa una secreta inmortalidad y un colosal principio primero de todas las cosas. O es maravilloso porque, en él, podemos ser felices. O es maravilloso porque, en él, el ser humano se erige glorioso sobre el Universo mismo.

Post scriptum. Se consumió la noche; pero prosiguieron mis meditaciones. Cuando los primeros resplandores aurorales comenzaron a disipar las sombras, visité mi biblioteca. Emocionado atisbé el libro aquel que, con sus disquisiciones sobre espacio y tiempo, intelecto y razón, cosmología y teología, e inevitable tentación metafísica y obligado límite del conocimiento racional, transformó mi vida, casi dos años antes del comienzo de mi juventud. Ese libro es la Crítica de la Razón Pura, de Immanuel Kant (1724-1804). Recordé estas palabras de él expuestas en ese mismo libro: «Todo el interés (teórico y práctico) de la razón se expresa en estas cuestiones: primera, ¿qué puedo saber? Segunda, ¿qué debo hacer? Tercera, ¿qué puedo esperar?

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