OpiniónColumnas

La cárcel sin barrotes

Fectiva

Hay cárceles que no aparecen en ningún mapa. No tienen barrotes, guardias ni candados. Son cárceles construidas con pensamientos que se repiten, voces que no callan y recuerdos que no sueltan. Son invisibles para los demás, pero para quien las habita pueden ser más crueles que cualquier celda física.

Jesús habló de personas libres por fuera pero cautivas por dentro. Y quizá tú también has estado ahí. No es lo que te hicieron lo que te mantiene estancado… es lo que sigues pensando. Porque el eco suele durar más que la herida, y la sombra suele quedarse más tiempo que el objeto que la produjo.

Proverbios lo dice así: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él” (23:7). La mente se convierte en un espejo que repite las mismas cadenas… hasta que decides romperlas.

La mayor esclavitud no es externa, sino interna. No proviene de circunstancias, errores o heridas, sino de los pensamientos que decidimos alimentar. Jesús lo afirmó con claridad: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Y basta mirar la vida de Daniel para entender que la libertad no empieza en los pies, sino en la mente.

Daniel era admirado por muchos. Había sobrevivido al cáncer; era resiliente, servicial, profundamente creyente. Cuidaba a su madre con Alzheimer, oraba por otros, ofrecía palabras de fe… pero lo que nadie veía era la guerra silenciosa en su interior. Su corazón creía, sí, pero su mente estaba llena de sombras que lo asfixiaban.

Cada noche, los recuerdos lo atacaban como flechas: culpas antiguas, palabras hirientes, traiciones, comparaciones, temores. Pensamientos que le susurraban: “No soy suficiente”, “Siempre llego tarde a las bendiciones”, “Nada cambia para mí”. Y cuando la enfermedad regresó, esas voces se hicieron aún más fuertes. Su cuerpo débil, sin ingresos, con responsabilidades que lo ahogaban y palabras duras que lo hundían más. Su fe seguía activa, pero su mente se drenaba.

Una noche, agotado, sintió a Dios hablarle con una claridad que no podía ignorar:

“Tienes un corazón lleno de fe, pero una mente llena de sombras.”

Esas palabras lo atravesaron. Entendió que mientras no limpiara su mente, su fe no podría inundar su vida.

“¿Y cómo se limpia una mente?”, preguntó.

La respuesta fue tan simple como profunda:

“Sacando lo que no sirve. Abriendo ventanas. Dejando entrar la luz.”

Recordó entonces a David hablándole a su alma cuando esta se llenaba de angustia; a Elías escuchando el susurro de Dios después del desierto; a Pablo enseñando a llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).

Comprendió que sus batallas no eran contra el cáncer, ni contra la vida, ni contra las circunstancias… sino contra una mente que todavía vivía como esclava. Desde ese día comenzó a limpiar su interior. Cuando un pensamiento tóxico aparecía, lo enfrentaba con valentía:

“Esto no viene de Dios. Esto no soy yo. Esto no pertenece a la vida que Él me dio.”

Y lo reemplazaba por verdad:

“Soy hijo. Soy amado. Soy libre.”

Empezó a llenar su casa interior de luz: versículos en las paredes del alma, oraciones en voz alta, declaraciones que contradecían sus miedos. Día tras día desalojó pensamientos viejos y abrió espacio para la voz de Dios. No fue rápido, pero fue real. Hubo días de avance y días de retroceso, pero incluso esos retrocesos estaban llenos de gracia.

Y, como Jesús prometió, la verdad comenzó a liberarlo… y aún lo sigue haciendo. Como escribió Pablo, experimentó “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardando corazones y mentes” (Filipenses 4:7). Esa paz se convirtió en su nuevo hogar.

Tú también conoces esa guerra silenciosa. Sabes lo que es cargar con “inquilinos mentales” que consumen tu paz. Pero no tienes que convivir más con ellos. La batalla más grande no es contra el pecado, sino contra la mente que aún cree que sigue siendo esclava.

Dios te dice hoy:

“No fuiste creado para vivir en guerra interna, sino en Mi paz.”

Porque cuando Cristo libera la mente y el alma, Su luz entra… y la libertad llega como un amanecer: lenta al principio, inevitable al final.

Area de Opinión
Libre emisión del pensamiento.

Le invitamos a leer más del autor:


Descubre más desde El Siglo

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Harry Batún

Harry Batún es alguien agradecido con Dios por múltiples bendiciones de la vida, y apasionado por conectar la fe con lo cotidiano. Escribe desde la experiencia de quien busca aprender cada día. En su columna “Fectiva”, reflexiona sobre la vida real —con sus retos, alegrías y lecciones— mostrando cómo lo ordinario puede volverse extraordinario cuando se vive con fe y esperanza. Su lema es “La fe se activa, se vive y deja huella.”

Leave a Reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Descubre más desde El Siglo

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo