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El 27 de diciembre anterior Manuel Francisco Ayau Cordón, conocido como Muso, cumplió cien años de haber nacido. Sus familiares, los admiradores de su obra y amigos lo celebramos en las instalaciones del Monasterio Ortodoxo de la Santísima Trinidad-Lavra Mabré, en Lago Azul, Villa Nueva, el pasado lunes 6. Muso fue una persona excepcional, un hombre mágico, afirmó uno de los asistentes. Sus contemporáneos, cercanos a él, en su mayoría, fueron seducidos por su magia y nos convertimos en colaboradores suyos. Otros, los más presuntuosos pusieron en duda su superioridad. 

Olga, Inés y Carmen, sus hijas mayores, por quienes siento cariño de hermano me pidieron hacer un discurso alusivo a lo conmemorado. Lo escribí para leerlo durante el evento, pero mis antecesores se habían extendido, así que opté por improvisar. Guardé las notas que aquí reproduzco: Recordé que, entre la mayoría de la gente que vivimos la década de los años 70 en Guatemala, siendo ya adultos, hay un acuerdo generalizado: Prácticamente todos creemos que la primera mitad de ese decenio fue un periodo privilegiado.

Un período privilegiado es uno donde concurren, simultáneamente muchas personas privilegiadas. La suma de talentos se desborda hasta llegar a derramar bienestar sobre toda la población. Además, sucedió que los años previos, durante el gobierno de Méndez Montenegro habían sido convulsos. Habían asesinado periodistas, embajadores, empresarios y a muchos ciudadanos sin causa aparente. A mediados de 1970, el nuevo gobierno de Arana Osorio se impuso sobre la guerrilla, creando un ambiente de tranquilidad y de paz en la población. La producción se elevó y la economía creció con tasas cercanas a 7% anual.

Pero no fue solo la economía. El bienestar se derramó sobre muchas otras actividades. Quiero situar al lector en aquella época, llevándolo a recordar a los privilegiados que entonces brillaron con su luz más poderosa. En las exposiciones de Juannio, (iniciadas cuatro años antes) ahora sobresalía entre muchas otras obras, las de Elmar René Rojas, Efraín Recinos y Rodolfo Abularach. Había esculturas de Manolo Gallardo y Roberto González Goyri, mientras la ciudad se engalanaba con los monumentos de Rodolfo Galeotti Torres y las de su hijo Miguel Balam Galeotti Nelli.

Richard Devaux y Sonia Juárez llevaron el ballet clásico a varios grupos de población con actuaciones formidables. Se abrieron escuelas de danza adónde las madres interesadas llevaban a sus hijas. Los conciertos de música en el Conservatorio Nacional eran frecuentes. Dos directores de renombre internacional, Ricardo del Carmen y Jorge Sarmientos, se alternaban para dar la mano a Enrique Raudales, primer violín y padre del virtuoso Henry Raudales, entonces considerado niño prodigio. Otros 70 músicos conformaban la OSN de Guatemala y Victoria Sánchez de la Rosacontribuía con un coro muy aplaudido. En algún momento hubo cerca de 150 intérpretes sobre el escenario.

En varias salas de teatro, propiedad de distintos grupos, actuaban Dick Smith y su esposa Dialma, Luis Domingo Valladares, María Teresa Martínez y otros actores y actrices quienes presentaban obras de teatro de muy alta calidad. Además de la UP y el mismo Conservatorio, ofrecían obras de interés general como “El Señor Presidente” producida y dirigida por Rubén Morales Monroy. La TV guatemalteca conoció el color al inicio de esa década. Entonces no había celulares ni computadoras, pero no hacían falta.

Empresarios como Luis Canellalos hermanos Castillo, los hermanos Novella, Ramiro Samayoa, Julio Lowenthal y Roberto Herrera se mostraban empáticos con los pobladores y tenían amplia participación en la vida pública y gremial. El Banco Industrial, fundado dos años antes, empezaba a descollar. Fue también en ese período cuando la creatividad de Paco Pérez produjo Pollo Campero.

Aquella fue una época grandiosa, creada por grandes hombres, verdaderos titanes.

Todos ellos brillaron juntos en la primera mitad de la década de los 70, que fue un periodo sobresaliente en la vida de Guatemala. Uno privilegiado, creado por ciudadanos notables que irrumpieron simultáneamente en la vida nacional. Siempre me he preguntado cómo fue que todos ellos y muchos otros no mencionados aquí, concurrieron al mismo tiempo. ¿Volverá a suceder?

Entre ellos destacó Muso, quien es, en mi opinión, el más grande de todos. Muso fue polifacético: empresario, escritor, profesor, diputado al Congreso de la República, candidato a vicepresidente y muchas cosas más. Empero, creo que su mayor logro, fue fundar la UFM ―Universidad Francisco Marroquín―, la que, quizá, debió llamarse “Universidad de la Libertad”.

En 1970 Muso ya había creado el Centro de Estudios económicos y Sociales ―CEES― que se convirtió en la plataforma desde la cual convocaría a una serie de ciudadanos destacados con quienes compartiría ilusiones, riesgos, decepciones y alegrías en ese proyecto llamado UFM. Fue aprobado en 1971 y tuvo su sesión inaugural en enero de 1972 en una casa con amplios jardines frente al Campo de Marte. Los jardines muy pronto se convirtieron en aulas de clase, de construcción muy básica. Entonces, habría sido imposible imaginar las regias instalaciones de hoy.

Muso fue muy exitoso en el comercio, la industria, y la generación eléctrica pero no me voy a detener en ello. Por encima de todos sus éxitos, fue la UFM el hecho de mayor trascendencia y el que dejó la huella más profunda de aquella época y en años posteriores en el país. La UFM se convirtió en la única universidad en el mundo creada para explicar las teorías que demuestran que la práctica de la libertad crea la riqueza de las naciones y hace a los seres humanos, más humanos.

Conocí a Muso en 1973 cuando dictaba un curso llamado Principios Económicos Fundamentales en ESEADE, la escuela de postgrado de la UFM que había empezado a funcionar ese año. Entonces Muso era industrial en la mañana, diputado en la tarde y profesor en la noche. Había leído mucho, asistió a clases de verano con los grandes maestros y entendía mejor que nadie el proceso económico.

El mérito de Muso estuvo más en la fundación de la UFM y en enfrentar y resolver las muchas dificultades que se presentaban día a día. Las finanzas debieron quitarle el sueño.

Continuará...

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José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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