Columnas

Quo Vadis Guatemala

A lo largo de las últimas cuatro semanas el país se ha sumido en una crisis similar a la iniciada hace dos años y medio.  Cuál es la causa de un movimiento tan repentino y fuerte,  o para la mayoría de la población,  ¿tan poco esperado?  ¿Por qué se desataron los vientos de crisis?

Primera Hipótesis,  crisis provocada por el ejecutivo a  la búsqueda de resolver de una vez por todas sus propios problemas sobre lo que tuvieron que hacer para acceder al poder.   Segunda Hipótesis,  crisis provocada por Ministerio Público y CICIG ante el desencanto de la población con los resultados en condenas de su lucha contra la corrupción.   Tercera Hipótesis, teoría de consideración provocada por la sustitución del Embajador de Estados Unidos en Guatemala y la pérdida de apoyo de ciertos sectores que buscan un cambio en el poder en el país,  siendo los eventos del último mes,  una reacción para evitar  un “cambio suave” en el poder.

Lo cierto de todo esto es que la crisis ha tenido como resultado un empate técnico,  con ambos bandos pretendiendo haber salido ganadores,  y con ganas de seguir.  Un ejecutivo que ha derrotado dos tratativas de declarar un antejuicio con lugar.   Un presidente que ha señalado que no renunciará, con algunos ministros  y viceministros de estado afines a la embajada de los Estados Unidos de América saliente con carta de renuncia presentada y siendo gradualmente sustituidos por personas afines y un ataque permitido por el presidente a su principal recaudador de impuestos.  Un ministerio público que revela información adicional con nuevos señalamientos contra quienes ejercen el poder,  y empeñado en provocar la caída del presidente antes de la elección de nuevo fiscal que provocará mayor  desprestigio de la clase política.

Los ataques entre sectores conservadores y de izquierda se han vuelto personales y la batalla de las ideas se ha convertido en algunos niveles en batalla de insultos. Si en el conflicto las partes se gritan y no se oyen,  el conflicto no se resuelve y no hay avance.

Este estado de cosas nos hace pensar si realmente sabemos a dónde vamos.  Si los principales actores políticos del país dejaron de ver el bienestar del país y anteponen una lucha de sobrevivencia y triunfo absoluto por encima de un esfuerzo y emprendimiento por un mejor país,  el nuestro.

Los actores de la vida política del país deben  poner una pausa a su deseo de mejorar sus posiciones de poder y partir de lo que nos une.   Un país  que funcione,  un país en que la corrupción sea castigada,  un país en que los diputados verdaderamente representen a la población y donde no respondan a quien financio su campaña o a si mismos.  Debemos enfocarnos en provocar los cambios necesarios para resolver los problemas fundamentales del país.  Todos estamos de acuerdo que la ley electoral debe ser modificada.  Este es un buen punto de acuerdo.

Las reformas a la ley electoral  de dos mil dieciséis  fueron reformas secuestradas por la clase política del país.   Debemos  retomar el esfuerzo por mejorar la ley electoral y el sistema de partidos políticos, en forma tal que los mismos se conviertan en lo que deben ser,  canales de las corrientes de opinión de la ciudadanía  y no de grupos de poder o de gobiernos extranjeros.  Las barreras de entrada de los comités cívicos deben  derribarse y eliminar las discriminaciones introducidas por la clase política a los comités cívicos.   El ciudadano de la calle debe saber quién fue el diputado que votó a favor de medidas que le perjudican,  para no votar por ellos,  e incluso para poderlos remover  si no están representando adecuadamente a sus electores.  El transfuguismo debe desterrarse de una vez por todas.   Lo malo  no es la elección democrática de los diputados,  lo malo es que la ciudadanía no tenga métodos adecuados para saber quién los representa.  Con este principio de acuerdo,  podemos ir resolviendo los problemas,  con paciencia,  con consistencia y con tesón,  para verdaderamente heredar un mejor país a nuestros hijos.

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