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La Guerra de la Realidad Parte 2

Zoon Politikón

La guerra que no vemos: el enemigo detrás del algoritmo.

Mientras la inflación empobrece y las tecnologías vigilan, el verdadero campo de batalla se esconde a plena vista. ¿Quién nos quiere convencer de que no hay guerra?

SINOPSIS:

En esta segunda parte, el autor abandona la trinchera del pasado para denunciar las trincheras invisibles del presente. Desde sistemas predictivos de vigilancia hasta políticas económicas que generan dependencia, el texto desenmascara la estructura de control que se impone bajo la promesa de orden y seguridad. No se trata de conspiración, sino de constatación.

A pesar de los conflictos que asolan el mundo, los problemas económicos y los apagones, la percepción general es que la vida va más o menos bien. Sin embargo, algo inquietante sucede en paralelo, algo muy malo. Aunque cada vez somos más, hay quienes piensan que la guerra no existe, que solo está en la mente de unos pocos. Este es un conflicto por el control social, disfrazado de seguridad y tranquilidad. Es una guerra que no se muestra porque no les interesa.

En las sombras del poder, avanza un proyecto inquietante: un sistema algorítmico diseñado para predecir quién podría convertirse en criminal. Inicialmente denominado «proyecto de predicción de delitos», ha sido rebautizado como «análisis de datos para mejorar la evaluación de riesgos». Esta iniciativa representa un preocupante avance entre la vigilancia estatal y la tecnología predictiva, similar a un «Minority Report» que busca utilizar algoritmos complejos para analizar datos de individuos ya conocidos por las autoridades.

No está claro en qué fase se encuentra. Si preguntas, te dirán que no está en funcionamiento, pero las noticias revelan su uso en diversas áreas, especialmente con cámaras que registran en tiempo real los movimientos de las personas durante protestas o manifestaciones. ¿Qué relación tiene eso con los delitos? También se rastrean opiniones en redes sociales para detectar posibles activistas en contra del sistema. No hay claridad sobre quién lo usa y quién no. Es una batalla opaca, y esto podría explicar muchas cosas.

Los gobiernos adoptan políticas inflacionarias, creando dinero de la nada sin un enlace directo con el capital real. La inflación empobrece y genera dependencia en un círculo vicioso que produce pobres que necesitan del gobierno para sobrevivir. Una vez que quienes los empobrecieron les otorgan subsidios, estos sienten una deuda con el Estado y aceptan lo que les imponen. Este es el ciclo. La excusa de que solo se suben los impuestos a los ricos es parte de eso. Los más vulnerables creen que no los pagan porque reciben ayudas, pero lo hacen, lo hacen a través de la pérdida de poder adquisitivo y dependencia. Esa es la guerra que nos ocultan. Esa es la batalla que no quieren que percibas y que, si alguien te dice que existe, quieren que pienses que solo está en su cabeza.

Pero la verdad pesa como el plomo, y esta guerra es real. El esfuerzo es monumental. Las élites trabajan para crear un tecno-feudalismo que se adapta a sus políticas. Frente a este nuevo determinismo tecnológico, es crucial defender una sociedad donde la tecnología amplíe las libertades en lugar de restringirlas, donde la justicia se base en hechos y no en predicciones, y donde la dignidad humana prevalezca sobre cualquier algoritmo.

La historia nos recuerda que los regímenes de vigilancia masiva no conducen a sociedades más justas, sino a estados de sospecha permanente donde la libertad se sacrifica en nombre de una seguridad ilusoria. Lo vivimos cotidianamente. Esta es una sociedad que duda, y enfrentar esta realidad no será fácil. Lo esencial es abordarlo, transmitirlo, informarse y no ceder.

Con la llegada de octubre, las monedas digitales emitidas por los bancos centrales acelerarán la identificación digital como nunca. Las tarjetas sanitarias y el uso global de datos biométricos se convertirán en una nueva realidad. Poco a poco, esta guerra que muchos consideran inexistente nombrará un ganador, y no pueden ser ellos. Esto se trata de ser libres, de nada más. El valor de la derrota para alcanzar la victoria es evidente. Para encontrar un príncipe, hay que besar a muchas ranas. Debemos equivocarnos y levantarnos repetidamente. Aquellos que se retiran en medio de la batalla lo hacen porque, al salir de la trinchera, creen que no recibirán proyectiles, solo para llevarse un terrible desengaño.

Todos estamos expuestos a esas balas, pero solo quienes lo anticipan podrán pasar al siguiente capítulo. Una sociedad que no acepta el entorno que le ha tocado vivir, sin la voluntad de afrontar la situación, es una sociedad que no podrá enfrentar los retos del futuro en ningún ámbito: social, cultural, político o económico. Y todos ellos son cruciales.

Como decía Paul Valery: «La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de quienes sí se conocen pero que no se masacran». Ese tiempo precioso para tomar decisiones estratégicas se ha perdido. Tiempo que muchas familias y empresas que confiaron no tendrán, y que ahora, para solucionar sus problemas, llega tarde. Ni los gobiernos, ni la oposición, ni el Banco Central, ni el FMI, ni los de Davos, nadie empieza sus intervenciones hoy diciendo: «Al contrario de lo que dije ayer». Nunca toman esa mínima consideración con nosotros. Se han pasado años diciendo que esa batalla a la que nos referimos no existe, pero sí, esa batalla existe, esa guerra es real y viene con todo. No les creas ni una palabra.

Desconozco sus motivos: si actúan por interés, incapacidad o mala fe. Seguramente es para mantener y ampliar el control, para que debas cada vez más, para que tu libertad sea un pago y tu seguridad un precio a cambio de tu privacidad. No sé si lo decidieron hace tiempo o si lo han hecho al descubrir que la sociedad es un rebaño dependiente de la nada absoluta. La cuestión es que saben cómo venderte algo que nunca podrás pagar. Saben que, si debes, dependés, y si dependés, dejás de ser libre. Por eso, toma el control de tu vida. No permitas que decidan por ti. Hay modos, mecanismos y estrategias. Buscalas, pregunta, insiste, no desfallezcas. El tiempo se agota.

NOTA DEL AUTOR:

La guerra que más daño causa no es la que se libra con armas, sino la que se combate sin que lo notemos. Esta columna busca activar la conciencia de quienes sienten que algo anda mal, pero no pueden ponerle nombre. La historia de Bretón solo fue el umbral; esta segunda parte es la advertencia.

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Le invitamos a leer más del autor:

Edgar Wellmann

Profesional de las Ciencias Militares, de la Informática, de la Administración y de las Ciencias Políticas; Analista, Asesor, Consultor y Catedrático universitario.

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