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La señora Fiscal Porras y los ridículos castigos de la Maldición Europea

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El Consejo de la Unión Europea impuso a la Fiscal General de la República de Guatemala, señora Consuelo Porras, tres castigos:  le prohíbe visitar los países miembros de esa unión; le confisca el dinero que tenga depositado en bancos de esos países; y le confisca los bienes que posea en esos mismos países.

Los motivos de los castigos realmente son, primero, la señora Porras no cooperó en el fraude electoral por el cual el señor Bernardo Arévalo fue declarado presidente electo. Segundo, ella emprendió la persecución penal de ese señor, y de su partido político, y de los magistrados del Tribunal Electoral, cómplices del fraude. Y tercero, ella demostró que se había cometido tal fraude. Subyace, en esos motivos, un hecho notable: la señora Porras no se sometió a los mandatos de los poderes extranjeros e internacionales cuyo propósito era imponer, en la Presidencia de la República, al señor Arévalo, mediante un fraude electoral. Uno de esos poderes es precisamente la Unión Europea.

Empero, el Consejo de la Unión Europea intenta ocultar esos motivos; y argumenta que ella atentó contra la democracia y contra el régimen legal, e intentó impedir que el señor Arévalo, de quien se pretende que fue electo por la voluntad de miles de millones de ciudadanos, ejerciera la Presidencia de la República. Por supuesto, no hubo tal atentado ni tal intento. Una prueba de ello es que la cautelosa Corte de Constitucionalidad no prohibió, al Ministerio Público y la Fiscalía General, detener la investigación criminal y la persecución penal del señor Arévalo y de su partido, y de los magistrados del Tribunal Supremo Electoral. Tampoco prohibió a ese ministerio, informar públicamente sobre los hallazgos que demostraban que el proceso electoral había sido fraudulento.

Séame permitido llamar Maldición Europea a la Unión Europea. Los castigos que el Consejo de la Maldición Europea impuso a la señora Porras son ridículos, porque es inherente a la naturaleza del castigo causar un mal; pero, opino, los castigos que impuso a la señora Porras ese consejo, no le causan el mal que él, es decir, ese consejo, pretendería causarle, porque, por ejemplo, no es un mal que la señora Porras no pueda comer una tarta Sacher, o Sachertarta, en una pastelería de Viena. O no pueda contemplar, en París, la torre Eiffel. O no pueda estar en un festival pirotécnico de Bonn. O no pueda cortar, furtivamente, un tulipán en el parque Keukenhof, próximo a Ámsterdam. O no pueda navegar en los canales de Brujas. O no pueda besar, en el Palacio Real de Madrid, la mano del rey Felipe VI, o el pie de la reina Letizia, o la rodilla derecha de la princesa Leonor, o la rodilla izquierda de la infanta Sofía. Tampoco puede consistir en que ella no pueda disponer de decenas o centenas de millones de dólares depositados en bancos de los países miembros de la Maldición Europea; pues no creo que tenga tal dinero. Ni puede consistir en que no pueda disponer de legendarios castillos, fabulosos palacios y lujosas mansiones en esos países, porque no creo que posee tal tesoro inmobiliario.

¿Es expectación del Consejo de la Maldición Europea que la señora Porras sufra, llore y proteste por el mal que le causan los castigos que él, el consejo, le ha impuesto, y pida clemencia, y jure que cesará la investigación criminal y la persecución por las cuales es castigada, y nuevamente le sea permitido viajar a los países miembros de la Maldición Europea, y disfrutar, en ellos, de sus decenas o centenas de millones de dólares, y de sus castillos, palacios y mansiones? Es una absurda expectación.

Los castigos exhortan a inferir que el Consejo de la Maldición Europea pretendía que la señora Porras no hubiera emprendido la persecución penal del señor Arévalo y de su partido, y de los magistrados electorales; ni hubiera investigado un denunciado fraude electoral, y demostrado que, efectivamente, había sido cometido tal fraude. O pretendía que ella corrompiera la función que le adjudica la ley, a cambio del grandioso privilegio de visitar los países de la Maldición Europea, y de conservar su inmensa fortuna dineraria depositada en bancos de esos países, y de conservar también, en esos países, su espléndido tesoro inmobiliario, envidiado por los humanos más ricos del planeta.

La señora Porras no ha sido intimidada por los ridículos castigos que le ha impuesto el Consejo de la Maldición Europea, como tampoco ha sido intimidada por los castigos, igualmente ridículos, que el gobierno de Estados Unidos de América, y los senadores de esa nación, le han impuesto. Ni ha sido intimidada por la abusiva orden, manifiestamente ilegal, impartida a ella por el señor Arévalo, de someterse a una interpelación conducida por él, con el fin de encontrar, él, motivos para persistir en el acto delictivo de exigir que renuncie. En ningún caso ella ha cedido a la pretensión de los agentes intimidatorios nacionales, extranjeros e internacionales, y persiste en la investigación criminal y la persecución penal que pretende castigar el Consejo de la Maldición Europea.  Y ha reiterado que no renunciará.

Los castigos no solo son ridículos. Son vergonzosos. Lo son porque el Consejo de la Maldición Europea acudió a una tosca imitación de los castigos que el gobierno de Estados Unidos de América, y sus siervos secretariales, y senadores de esa nación, han impuesto a la señora Porras. Es decir, ese consejo no pudo acudir a una novedosa, completa y profunda argumentación, obra magistral de la filosofía del derecho y de la ciencia jurídica, que demostrara, de manera indiscutible o irrefutable, o de un modo axiomático que hubiera impresionado a Euclides, que la señora Porras ha intentado derribar la democracia y derrumbar el régimen legal de nuestra patria, e invalidar el proceso electoral en el que, fraudulentamente, fue electo el señor Arévalo.  Carece, pues. de creatividad. Es estéril. Es infecundo.

Yo hubiera esperado que ese consejo atacara a la señora Porras, y defendiera la elección del señor Arévalo, no precisamente con inteligencia, porque creo que genéticamente está despojado de ella. Hubiera esperado que, en ese ataque y esa defensa, obrara con decorosa idiotez o con sobria estupidez; pero obró con una escandalosa combinación de confusión mental, tiniebla intelectual, ignorancia, muerte del sentido común y espanto de la razón.

El Consejo de la Maldición Europea es abusivo hasta la criminalidad: acusa; pero no es fiscal. Condena; pero no es juez. Acusa; pero el acusado no puede defenderse. Condena; pero no prueba la culpa. Y contribuye a provocar, en nuestra patria, el surgimiento y la propagación de una inquietante especie de estulticia, que consiste en conferirle a los políticos extranjeros o internacionales que acusan y condenan a ciudadanos guatemaltecos, el estatus de autorizados fiscales o de legítimos jueces. Es estulticia que otorga, al poder extranjero e internacional, autoridad para sustituir el supremo derecho por su licenciosa arbitrariedad; y la presunción de inocencia, por su aserción de culpa.

Post scriptum. Es importante, no la pretensión punitiva del Consejo de la Maldición Europea. Es importante que, como se infiere de una declaración oficial del Ministerio Público, no se ha detenido ni se detendrá la investigación criminal y la persecución penal de los autores de actos delictivos en el pasado proceso electoral.

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