Lev Tahor
Teorema
Hace unos 17 años, alrededor de 2008, una comunidad de judíos ortodoxos llegó a Guatemala, cumplió con los requisitos migratorios y se trasladó a San Juan La Laguna, a orillas del lago de Atitlán. Allí, donde los paisajes son hermosos y la música proviene de las olas cuando se deslizan entre los guijarros de la playa.
Esta comunidad, que entonces tenía unos 230 miembros, permaneció en aquel paraíso durante cerca de 6 años.
En Guatemala existe libertad religiosa. Cualquiera puede tener las creencias que desee sin que eso le signifique conflicto con las demás personas o con las leyes. Acaso, en las poblaciones pequeñas del interior del territorio nacional haya intolerancia en contra de los ateos y los agnósticos, pero es poco importante.
Sin embargo surgió conflicto entre los habitantes de San Juan la Laguna y los miembros de la comunidad Lev Tahor.
Molestos porque no gustaban mezclarse con los pobladores e insistían en vivir aislados, el consejo de ancianos de San Juan decidió expulsarlos.
Los miembros de Lev Tahor, evitando que los conflictos subieran de tono, se fueron de San Juan. Notorios por su vestimenta, durante años se les vio en los alrededores de la cuarta calle y cuarta avenida de la zona 9.
En 2013 trascendió que miembros de esa comunidad, que se habían quedado viviendo en Quebec, Canadá, tenían conflicto con las leyes canadienses.
En Guatemala la familia es considerada como base de la sociedad y propósito del Estado. La educación de los hijos corresponde en primer lugar a los padres. La interferencia del gobierno y sus instituciones es y, en mi opinión debe ser, mínima cuando se trata de familias integradas y funcionales.
En Canadá es diferente, allí la intromisión del Estado en la educación de los niños es muy alta. Los canadienses acusaban a los miembros de Lev Tahor de no estar educando adecuadamente a sus hijos en matemática y en otras disciplinas.
Después de varios enfrentamientos con el gobierno de Canadá estas personas se fueron, casi en fuga, a Ontario y después, boca callada, poco a poco, terminaron en la hospitalaria Guatemala.
Los miembros de Lev Tahor practican un judaísmo austero y estricto. Rechazan la tecnología, incluida la televisión y las computadoras.
Su vida está regida por su religión, tal y como era concebida hace varios siglos por los habitantes del Oriente Medio. Sus miembros visten de negro, los hombres cubren su cabeza con sombreros, no se rasuran la barba y se dejan crecer mechones de pelo al lado de las orejas que arreglan como bucles. Las mujeres llevan el cabello cubierto con un manto, a veces negro otras blanco y visten con una tela negra que les cubre hasta los pies.
Consumen, principalmente, alimentos preparados en casa con productos de su propia producción en una economía de autoconsumo.
El grupo, que se ha fragmentado, ha migrado a diferentes países y se ha convertido en errante.
Sus críticos, que son muchos y diversos, les han acusado de lavado de cerebros, abuso infantil, uso de drogas, matrimonios forzados de adolescentes con hombres hasta 20 años mayores, secuestro de niños, prohibición de abandonar la comunidad, castigo de niños con azotes y otros delitos semejantes.
No tengo información suficiente para opinar a favor o en contra de Lev Tahor. No puedo ser juez de aquello que solo conozco muy superficialmente.
Entiendo sí, que las prácticas ancestrales de los hijos de Alah, incluían prácticas que ahora son señaladas como crímenes (también las sociedades antiguas occidentales). En especial, la relación entre hombres y mujeres, dónde ellas estaban totalmente subordinadas a ellos. Por otra parte, se trata de personas apegadas a una religión, que les prohíbe mentir, robar, y a las mujeres ser infieles…
Posiblemente esas ideas y esas prácticas, sobrevivan entre algunos grupos, en extinción, reunidos en comunidades aisladas en lugares tan recónditos como «El Amarillo», en Oratorio, Santa Rosa, Guatemala.
Quiero hacer abstracción de lo anterior en el caso que ahora se ventila en Guatemala y solo referir los hechos dados a conocer por la prensa.
El gobierno ha secuestrado (quizá ese no sea el término correcto) a 150 menores miembros de esa comunidad y los ha llevado a hogares de reclusión temporal como Casa Nuestras Raíces, Álida España y Atención Integral. No conozco a ninguna de estas instituciones, pero no puedo olvidar la tragedia en el Hogar Seguro, Virgen de la Asunción, en 2017.
Entre llantos lastimeros, enternecedores, las madres piden que les devuelvan a sus hijos. Los padres claman justicia.
Me pregunto: ¿Puede una comunidad como Lev Tahor sobrevivir en el mundo actual o está condenada a desaparecer?
¿Es posible que un grupo de personas pueda convivir, dentro de sus principios y valores religiosos, en paz, en una pequeñísima parte de territorio nacional de Guatemala?
Desde luego, están bajo el imperio de las leyes nacionales y deben obedecerlas.
Empero, ante una denuncia, de cuatro menores que escaparon de la comunidad y se convirtieron en formales acusadores de Lev Tahor, ¿Cómo es que eso lleva a qué las autoridades secuestren a 150 niños?
Los hogares de refugio donde ahora están esos niños, ¿puede considerarse que ofrezcan mejores condiciones que el seno de sus familias en la Comunidad Lev Tahor?
¿Acaso las familias guatemaltecas de ingresos ínfimos en los caseríos más apartados pueden ofrecer a sus hijos mejores condiciones de salud y educación que las familias de Lev Tahor?
¿No es el amor de los padres por sus hijos el más grande sustento, el insustituible, el que todos hemos podido recibir?
Separar a los hijos de sus padres, es un castigo sin sentido porque causa sufrimiento, temor y graves daños en la psique de los niños y de sus padres. Los señores Bitkov, Igor e Irina saben mucho de esto porque nuestras autoridades los arrojaron a ese, que debe ser el peor de los infiernos.

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