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El secuestro de la USAC

Teorema

La USAC, 1964, Facultad de Ingeniería. Una comisión de estudiantes se entrevistó con el Decano para pedir pintura, brochas y otros materiales para pintar la parte baja de los muros del edificio de la facultad, de cinco niveles. El edificio de aulas, con unos 100 m de longitud, se había estrenado cinco años atrás.

Las tareas fueron coordinadas por la asociación de estudiantes. La participación en los trabajos de pintura fue voluntaria, entusiasta y alta. Después de dos fines de semana habíamos terminado, quedando en cada quien un sentimiento de satisfacción y un magnífico recuerdo.

Sucedió algo más: Algunos estudiantes acostumbraban a conversar en los pasillos apoyados en las paredes. No solo apoyaban el brazo o la espalda sino también doblaban la pata hacia atrás y la suela del zapato quedaba sobre la pared. Después de pintar, todos nos volvimos vigilantes pidiendo a quienes eran sorprendidos, a veces de mal modo, que bajaran la patota. Ese mal hábito casi desapareció.

Era nuestra universidad, era nuestra facultad y sabíamos que era nuestro deber cuidarla. No solo porque la habitaríamos varios años, sino porque allí realizaríamos nuestros sueños, porque en sus aulas iba a transcurrir nuestra vida académica. Porque allí hicimos las amistades que duran hasta hoy, cuando ya algunos se han ido para siempre y sólo queda su recuerdo.

Sus aulas permanecían abiertas en la noche y, en época de exámenes, grupos de estudiantes íbamos a repasar. Cada mañana había media hora para ir a la cafetería con los amiguetes, tomar café, degustar un pan con frijoles y discutir dónde demonios estaba el punto de inflexión de la curva, o algo así. Aquellas charlas eran lo mejor del día.

No recuerdo que hubiera algún vándalo. Nadie era capaz de destruir las instalaciones o arruinar a propósito un nivel, un teodolito o un equipo de laboratorio. Eso era impensable para quienes caminábamos por los pasillos, evitando dañar la grama. Los libros de la biblioteca eran sagrados y entrar al salón de la IBM era un acto tan solemne como el de ingresar a un templo.

Quizá fueron esas reminiscencias las que me causaron tanta, tan grande y profunda indignación al ver vídeos que muestran cómo quedó la USAC después de la vandálica “ocupación”.

Entre el 27.4.22 y el 9.6.23, jóvenes criminales —es injusto para con los estudiantes meter bajo ese nombre a los delincuentes— tomaron por la fuerza los edificios e instalaciones, rompieron vidrios, destrozaron puertas, rompieron pisos de madera y el cielo falso de los techos. Lo destruyeron todo; literalmente la hicieron mierda ya que se cagaron en el piso y embarraron las paredes con su caca.

Los criminales que causaron los destrozos también robaron muebles, computadoras, televisores, pantallas, cañoneras, tablets, servidoras, refrigeradoras, motocicletas y artículos que eran propiedad personal de los trabajadores, después de violentar sus armarios. Rompieron los títulos de los estudiantes por graduarse en todo el país y cuanta papelería encontraron. Tras de sí, dejaron “colmillos” de cocaína vacíos, restos de mariguana y plagas de insectos. La maleza creció.

Los guatemaltecos trabajadores, que son quienes costearon la construcción y equipamiento del campus, los que cubren los gastos de operación de la USAC, indudablemente desean que su sacrificio económico se refleje en una universidad de primer orden, como lo fue hace un siglo. Al ver los vídeos, esas personas habrán dejado salir una palabrota al tiempo de experimentar repudio contra sus criminales autores. Desde muy dentro suyo, debió surgir un clamor de justicia. Quienes causaron el daño y la destrucción mostrados, no deben permanecer impunes. Son un mal ejemplo no solo para generaciones futuras sino también, hoy, para todos los demás.

Haber “tomado” por asalto a la USAC ya fue algo terrible, tremendo, inexcusable. Haberla destruido agravó el crimen cometido en contra de la máxima casa de estudios en Guatemala. Aún peor, los vándalos convertidos en vulgares ladrones robaron cuanto pudieron. Lo que allí sucedió tiene consecuencias descomunales sobre toda la nación. Aún más sobre sus verdaderos estudiantes.

Cerca de 200 mil personas se registraron en 2022 para estudiar las diferentes carreras que la USAC ofrece en su campus central. Ese año, como lo hicimos generaciones anteriores, los asustados chicos de primer ingreso llegaron buscando forjar su futuro sobre la base de una profesión liberal.

A un mes de presentarse a exámenes de fin de curso ya no pudieron ingresar al recinto. La USAC había sido invadida por facinerosos violentos que impedían el ingreso. Pensaron que se trataba de algo temporal, que después de una o dos semanas todo volvería a ser normal. Se equivocaron. La mayoría habrá perdido el semestre. Para ir a otras universidades necesitaban certificaciones acreditando los cursos ya aprobados. Ahora no las podían solicitar siquiera ¿A quién?

El segundo semestre de 2022 la universidad permaneció cerrada. Los invasores habían conculcado el derecho a educarse, a la población económicamente más vulnerable del país. Las puertas del así llamado «centro del saber» permanecieron lacradas. El primer semestre de este año sucedió lo mismo. Fue hasta junio, poco antes de la primera vuelta de las elecciones, cuando los delincuentes que ocupaban las instalaciones abandonaron el asedio y se fueron. Dejaron atrás, toda la porquería acumulada durante 14 meses.

Remover escombros, rehacer lo destruido, volver a comprar equipos, reponer lo robado… tomará tiempo. Quizá este semestre la USAC no haya podido regresar a su actividad regular en el campus central. Tal vez el año entrante, quizá.

Durante más de 12 meses de invasión, ningún estudiante pudo entrar al campus de la zona 12 sin antes pasar por una inspección rigurosa. Los delincuentes convertidos en guardias de seguridad lo cachaban, revisaban su mochila y sus pertenencias y le preguntaban ¿Qué venís a hacer aquí? Irónico ¿verdad? Quienes sí podían entrar libremente eran los delincuentes mediante una especie de carné que les permitía pasar de largo. Los periodistas solo llegaban mediante invitación previa. Extrañamente, políticos, de varios partidos ingresaban como «Pedro por su casa». Participaban en reuniones, mismas que desde entonces ―y ahora― circulan por las redes sociales.

Los verdaderos estudiantes tuvieron que aceptar las clases virtuales, con las que la USAC buscó paliar el problema, sabiendo que se trata de una forma de educación inferior. Algunos lograron inscribirse, de manera condicional, en universidades privadas. Otros, los de menos recursos, se pusieron a trabajar. Tristemente, algunos debieron olvidar, quizá para siempre, su aspiración a graduarse como médicos, abogados, ingenieros…

Harvard, una de las universidades más prestigiosas del mundo ofrece cursos virtuales gratis para estudiantes de cualquier parte. Tiene una tecnología virtual desarrollada. Sus programas y profesores son de lo mejor. La USAC no tiene los recursos virtuales de Harvard, ni sus programas, ni sus profesores… Lo que tiene son instalaciones para ofrecer clases presenciales. Para que allí lleguen los muchachos a interactuar con otros, a crecer como personas, a hacer su vida académica, a formarse como seres útiles a la sociedad.

Pero los dejaron fuera. En la calle, en cafés internet o encerrados en sus casas donde debían tomar las clases. Las viviendas más humildes no ofrecen lugares adecuados para estudiar. Los jóvenes deben usar el comedor o la sala. Las conversaciones y discusiones distraen a quien estudia. Otros ocupantes, además, ponen la TV, reciben visitas… Los estudiantes que se quedaban en los salones de la Universidad, en la biblioteca y otros sitios se quedaron sin un sitio adecuado dónde estudiar.

Como siempre, los facinerosos son pocos ¿mil? Quizá menos. No llegan a 0.5% (cinco de cada mil). Siempre es una cantidad muy reducida la que causa daño a la mayoría. Los otros jóvenes son los que quieren estudiar, los que se quieren preparar para tener un porvenir mejor que el de sus ancestros. Los que piensan en el futuro y son capaces de abrigar sueños.

El crimen ocasionado es tremendo. No se puede decir que lo hicieron por ser inocentes o ingenuos, porque creían estar haciendo el bien o que estaban «salvando» a la universidad. ¡Vamos! que Jordán Rodas no es lo que se puede llamar un académico distinguido. Para muchos no es más que una versión deformada y grotesca de un estudioso, un listillo que maneja un discurso capaz de convencer incautos, miembro de la izquierda internacional. La rectoría de la USAC, además del campus central, administra las subsedes, tiene más de 200 mil alumnos y maneja un presupuesto cercano a Q.5 mil millones. Es un cargo que le queda grande, demasiado grande al exprocurador.

Carece de sentido pensar que en la “toma” de la USAC mediara inocencia o ideales. Es más lógico creer que se trata de consignas. Posiblemente buscaban crear caos y mártires en acciones de desalojo, que no llegaron a suceder. Quizá ellos, no todos, pero sí la mayoría, sabían lo que hacían. Ahora les corresponde, mediante testimonio de algún Cri-Cri, enfrentar la justicia y, seguramente, guardar prisión. Si hubo personas mayores dirigiendo las acciones y orientando hacia el mal a los más jóvenes, su crimen sería doble y doble debería ser su castigo. Si se trata de personas que perciben sueldo para ayudar a los jóvenes a convertirse en ciudadanos de bien, esos profesores y otras autoridades universitarias incurrieron en un crimen mayor. Sus años en prisión deberían ser aún más.

Ha trascendido que, en la invasión a la USAC, pudieron participar políticos en busca de votos. Manipular a la juventud e inducirla al crimen es una forma desalmada, monstruosa, perversa, aberrante… de proselitismo. De haber sucedido así, y quedar plenamente demostrado, a las penalidades que la justicia imponga, habría que prohibir su futura participación en política. Es necesario prevenir que sujetos de esa estirpe puedan llegar a ocupar cargos públicos.

El daño causado a las instalaciones, a las personas y a la sociedad en general es enorme. Las instalaciones constituyen pérdida menor porque mediante ahorro y costo social se van a reponer. Después de algunos años, la USAC habrá vuelto a su normalidad. La sociedad también resultó golpeada pero tampoco se trata de daño irreversible. Lo sería si una situación tan grave como la acontecida termina impune. Para redimir es necesario que la ley se aplique de manera rigurosa. Que quienes tengan culpa demostrada, reciban las condenas más severas que la ley permite. Que, para otros, en el futuro, esa condena sirva como antecedente para disuadir que algo así vuelva a suceder jamás. Adicionalmente, habría que prohibir a los imputados volver a participar en política. Tal calaña de energúmenos no debiera jamás ocupar cargo público alguno.

Finalmente, el daño principal, que sí es irreversible, es el sufrido por los muchachos que tuvieron que dejar de estudiar. El tiempo que perdieron, como la vida, es algo que no podrán recuperar jamás. Al graduarse, la mayoría de las personas más que duplica su salario. Al perder tres semestres, su graduación se atrasó 18.5 meses. Si un recién graduado gana Q10 mil al mes, su pérdida será de 20 salarios o unos Q100,000… Pero podría haber cerca de 200 mil perjudicados.

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José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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